Viaje al centro de la tierra
Mientras los ciudadanos sacan dinero de los cajeros autom¨¢ticos, compran, pasean, imaginan los improperios que le soltar¨ªan a su jefe si no temieran quedarse en la calle, sue?an con una vida mejor, comen, beben, mejoran o empeoran el mundo, construyen, destruyen, se odian, se aman, oscilan de la ruindad a la grandeza en medio minuto, se desmayan de placer ante un cuadro, una canci¨®n o un partido de f¨²tbol, leen, fornican, duermen, mueren, entierran a los suyos o, apoyados en la barra de un bar, se cuentan historias para conjurar el miedo, alguien se afana en secreto a muchos metros de profundidad. ?No notan que a veces, en lugar de ofrecer la estabilidad y la solidez que se le suponen, el suelo vibra, agitado por un temblor que parece llegar desde oscuras y remotas profundidades? La responsable de esa misteriosa vibraci¨®n podr¨ªa ser Besi. Que nadie se llame a enga?o. Pese a la colegial ingenuidad de un nombre que sabe a chicle y a atrevidos tocamientos infantiles, Besi no es precisamente una Lolita y, si se topase con Humbert Humbert, lo m¨¢s probable es que lo triturase con tal sa?a que no lo reconocer¨ªa ni su madre. La verdad es que Besi es una bestia avasalladora que no se deja frenar ni por la roca m¨¢s resistente. Una chica dura, cr¨¦anme. Pero tiene buen fondo. D¨ªa y noche trabaja incansablemente para horadar buena parte de los 43 kil¨®metros de t¨²nel que conformar¨¢n la futura l¨ªnea 9, la m¨¢s larga de Europa, la que nos llevar¨¢ de Santa Coloma al aeropuerto, pasando, entre muchas otras, por la estaci¨®n del AVE.
A 50 metros de profundidad se encuentra el reino de Besi, la taladradora que horada el t¨²nel de la futura l¨ªnea 9. Excursi¨®n para visitarla.
Un d¨ªa despu¨¦s de las elecciones, un grupete de amigos, entre los que me honra contarme, se dispone a visitar a Besi en su rec¨®ndita guarida de las entra?as de la tierra, a unos 50 metros de profundidad. En vista de la impaciencia y el entusiasmo con que, provistos de casco y chaleco reflectante, bajamos por una torreta met¨¢lica y vadeamos un barrizal, no puedo por menos de preguntarme si el resultado de las elecciones no nos habr¨¢ dado un motivo suplementario para meternos bajo tierra, lo que, convendr¨¢n conmigo, es una v¨ªa de escape como otra cualquiera. Pero ya la belleza inquietante y un tanto sobrecogedora del inmenso t¨²nel aplasta y devora cualquier pensamiento. Carlos Ema, un hombre a una reconfortante sonrisa pegado, para m¨¢s se?as ingeniero jefe de esta colosal obra subterr¨¢nea, nos informa de que los 12 metros de di¨¢metro que tiene el t¨²nel lo convierten en el de mayor anchura de Europa. No s¨¦ para ustedes, pero el dato supone un alivio infinito para m¨ª. A¨²n no sabemos qui¨¦n gobernar¨¢ la Generalitat, pero podemos consolarnos pensando que en Catalu?a, all¨¢ por el 2007 si todo va bien, tendremos la l¨ªnea de metro m¨¢s larga y gruesa de toda Europa, tal vez incluso del mundo. Aleluya. Cosas as¨ª son un eficaz ant¨ªdoto contra la desesperaci¨®n.
Para llegar hasta Besi, que avanza a raz¨®n de 10 metros diarios y ahora mismo se encuentra entre las futuras estaciones de Can Zam y Singuerl¨ªn, hay que olvidar la claustrofobia y caminar casi un kil¨®metro por una pasarela met¨¢lica adosada a uno de los lados y que se bambolea y chirr¨ªa bajo nuestros pasos. Mientras nos adentramos en la irresistible curva que forma el t¨²nel en este trecho (t¨ªtulo de la pel¨ªcula: Los t¨²neles de verdad tienen curvas), me pregunto si el t¨²nel no acabar¨¢ conect¨¢ndonos con la dimensi¨®n desconocida y regurgit¨¢ndonos en un mundo paralelo o en un tiempo distinto. Ir precedida por Cristina Fern¨¢ndez Cubas, autora de relatos donde lo fant¨¢stico irrumpe de pronto en medio de la cotidianidad y seguida por Alicia Gim¨¦nez Bartlett, escritora proclive a salpicar de cr¨ªmenes la cotidianidad, no hace sino recrudecer mi aprensi¨®n y mi mezquino apego a la vida. Encima, conforme avanzamos el aire se va enrareciendo.
Cuando llegamos sin percances, Besi duerme como si jam¨¢s hubiera roto una losa. Las 50 ruedecillas de acero de una aleaci¨®n especial con que frota la roca para horadarla y la cinta por la que evac¨²a los cascotes no registran la menor actividad. "No falla, es como una obra de Beckett. Las obras siempre est¨¢n paradas cuando las visitas", comenta Carlos Tr¨ªas, pues el autor de Viaje a Delfos tambi¨¦n forma parte de la expedici¨®n. Tiene raz¨®n. Am¨¦n de las idas y venidas de los operarios con que nos hemos cruzado en el camino, todo est¨¢ quieto. De todos modos, gracias a las amables explicaciones del ingeniero jefe, el proceso nos queda bastante claro. "A medida que perfora, Besi cubre el t¨²nel con unos anillos de hormig¨®n armado, compuestos cada uno por siete dovelas. Luego, con un sistema de gatos hidr¨¢ulicos que se apoyan en los anillos, ella misma se propulsa hacia delante y vuelve a perforar un par de metros m¨¢s all¨¢. La verdad es que opera de una manera muy parecida a como lo hace un gusano, que va royendo la tierra y la evacua por atr¨¢s".
Tal vez se pregunten ustedes si una sola m¨¢quina, por potentes que sean sus dientecillos de acero, va a comerse ella sola 43 kil¨®metros. Pero no teman. Besi no est¨¢ sola. Su compa?era atiende al nombre de Llobri (afectuoso diminutivo de Llobregat) y as¨ª como Besi (por Bes¨°s) la emprende contra lo m¨¢s duro que hay en el mercado geol¨®gico, Llobri, que es tierna y lodosa, se encarga de las partes blanditas y h¨²medas, como, por ejemplo, cuando haya que horadar bajo el lecho del r¨ªo.
Salimos de la aventura con los zapatos rebozados en fango. Nos cuentan entonces que cuando Carod Rovira visit¨® la obra y vio lo embarrados que llevaba los zapatos, se fue de inmediato a una zapater¨ªa y se compr¨® otro par. No pasar¨¢ mucho tiempo, me digo, hasta que descubramos hasta qu¨¦ punto le repugna mancharse de lodo.
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