As¨ª se fund¨® Glengarry Street
Uno. Perpetuum Mobile. Estamos en el desierto. Cactus gigantes como estatuas. Un ciclorama de eternizada luz crepuscular. El ne¨®n verde de un bar, el Chop Suey, en mitad de ninguna parte. Estamos en el Gran Teatro Natural de Oklahoma, en el Mojave de Sam Shepard, en el Mobile de Dylan. No canta Dylan, pero a trav¨¦s del Glengarry Glen Ross de Mamet que ha montado ?lex Rigola en el Lliure avanza la espiral alucinada de Memphis Blues Again, su agujero negro central: "Oh, mama / can't this really be the end / to be stuck inside of Mobile / with the Memphis Blues Again". Concepto: los vendedores de Glengarry, atrapados en el bar/pecera dise?ado por Bibiana Puigdef¨¢bregas, en su mejor y m¨¢s po¨¦tica escenograf¨ªa hasta la fecha, una pecera rectangular, un escaparate en cinemascope para imantar la mirada, girando y girando, lenta, implacablemente, en el desierto; mostr¨¢ndonos el haz y el env¨¦s de los personajes, tal como hace Mamet en su texto. Hay otra canci¨®n posible de Dylan, y m¨¢s que una canci¨®n es un eco m¨ªtico: Days of 49, la vieja balada de Alan Lomax, evocando a los muertos inmortales de la fiebre del oro. Como fantasmas invictos en la hornacina iluminada giran y giran Tom Moore, Nantuck Bill, New York Jake, Old Jess "and all the rest / who never would decline / for the days of old / when we dug up the gold / in the days of 49". As¨ª suenan en mis o¨ªdos los nombres de la funci¨®n, George Aaronow con su cansada melena de plata, el amenazador Dave Rapado Moss, Shelley La M¨¢quina Levene. El oro es ahora un Cadillac, y lo conseguir¨¢ quien venda m¨¢s parcelas. El siguiente en la lista se llevar¨¢ una caja de cuchillos reci¨¦n afilados, y los dem¨¢s ser¨¢n enviados al desierto. Pero la cuesti¨®n, la cuesti¨®n central de Glengarry, es que todos est¨¢n perdidos en el desierto. Shelly Levene es el viejo Butch Cassidy convertido en Willy Loman, so?ando con escapar a Bolivia, a un nuevo territorio virgen, repleto de parcelas para vender a los incautos, y George Aronow es un Monty Walsh al borde del despido. "Somos una especie en extinci¨®n", dice Shelly. "Vivimos de nuestro ingenio", dice Richard Roma, el Chico Dorado, el vendedor estrella, el tataranieto de Sundance Kid, bailando en un c¨ªrculo de luz con sus pasos guiados por la sombra. En mitad de la obra, Rigola hace que el Grupo Salvaje cante un himno punk de los Sham 69, If the Kids are United, y entonces son, m¨¢s que nunca, una pandilla de vaqueros en el saloon, al atardecer, y la canci¨®n evoca el anhelo de creer en una unidad arc¨¢dica, como el c¨¢ntico inicial de Las puertas del cielo: conseguiremos todo lo que nos propongamos en la tierra de las oportunidades, en las doradas praderas de Glengarry Highlands, de Glen Ross Farms.
Dos. Rumble Fishes. La canci¨®n, por supuesto, es un sue?o imposible. En el desierto s¨®lo impera el navajazo y la dentellada. As¨ª se fund¨® el viejo oeste, ¨¦sas siguen siendo las eternas reglas; eso es lo que nos cuenta Mamet y lo que nos muestran Rigola y su banda. Glengarry Glen Ross es la met¨¢fora perfecta del sistema capitalista, el Mahagonny de los a?os ochenta: la consigna "que gane el mejor" s¨®lo es un trampol¨ªn para que reluzca lo peor. Cada uno lucha por su territorio, y las palabras ¨²nicamente sirven para enga?ar, esconder los sentimientos, enmascarar el p¨¢nico. No hay identidades: eres lo que atrapas. Pero el texto no es un alegato moralista, porque Mamet admira el desesperado coraje de sus forajidos, v¨ªctimas furiosas luchando por escapar de la pecera, como los rumble fishes que nos present¨® Coppola: hay una clara diferencia entre el grupo (la alegr¨ªa tr¨¢gica de sus manipulaciones, los rel¨¢mpagos de solidaridad) y la figura g¨¦lida, burocr¨¢tica y exang¨¹e de John Williamson, el director de la agencia.
La pieza tiene una formidable estructura, seca y abierta a las fugas subterr¨¢neas. En la primera parte conocemos, el¨ªptica pero certeramente, a los personajes. Tres duelos en el saloon, tres luchas de poder: una s¨²plica en el barro (Levene versus Williamson), un chantaje imprevisto (Moss versus Aaronow), una estrategia de seducci¨®n (Roma versus Lingk). El depredador Richard Roma es Joel Joan; la v¨ªctima, James Lingk, es Joan Carreras. Ambos est¨¢n extraordinarios; Joel Joan m¨¢s cercano, en su suave ferocidad, al Tom Cruise de Magnolia que a Al Pacino en la pel¨ªcula de Foley; y el camale¨®nico Carreras puro James Spader. Los dos tienen un momento grandioso, el mejor de la funci¨®n, en la segunda parte: cuando se revela el enga?o y Joan Carreras abandona la agencia destrozado por la incredulidad, sin un gesto superfluo, y Joel Joan estalla de rabia y dolor al verse descubierto por el que cre¨ªa ser su amigo. (J. J. s¨®lo tiene un desliz: la "puesta en escena", demasiado con vistas a la galer¨ªa, para escapar de Lingk). Aaronow y Moss, los viejos vaqueros condenados a cabalgar juntos, son Joan Anguera, un apache de pura sangre, y Eduard Farelo, cada vez m¨¢s rotundo, con m¨¢s y m¨¢s peso actoral. Shelly Levene es Andreu Benito, un actor sin t¨¦rminos medios, como demuestra aqu¨ª: si en la primera escena parece fatigado y casi ajeno, en su estampida final, cuando cree que volver¨¢ a cabalgar para siempre, no hay jinete que le alcance. Completan el reparto ?scar Rabad¨¤n como el untuoso y temible Williamson y un breve pero impecable V¨ªctor Pi como el brutal investigador Baylen.
Glengarry es una obra maestra absoluta: quiz¨¢ por eso (y por el poderoso recuerdo de la pel¨ªcula) nadie, que yo sepa, se hab¨ªa atrevido a montarla en nuestro pa¨ªs. Es un thriller urbano y una pieza de jazz nocturno, con sus embestidas de hardbop, sus solos letales (el enga?oso mon¨®logo sobre sexo y soledad en la barra del bar) y sus oscuras l¨ªneas de tensi¨®n, subrayadas por la banda sonora que Oriol Rosell interpreta en directo como un modulador de tormentas. La temporada del Lliure no pod¨ªa haber comenzado mejor.
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