Mangas verdes
Me he comprado una camisa hecha de cannabis. Oficialmente, el tejido se llama HEMP y, por lo visto, fue usado de forma masiva durante d¨¦cadas hasta que, en los a?os treinta, los gobiernos lo prohibieron. La etiqueta cuenta que, comparado con el algod¨®n, el HEMP abriga m¨¢s en invierno y refresca m¨¢s en verano. Y a?ade: "El HEMP usado en esta prenda no es t¨®xico y no puede ser utilizado como droga". Para certificar sus inexistentes secuelas narc¨®ticas, salgo a dar un paseo con la camisa puesta. Al llegar a la esquina de Muntaner con Laforja, observo que, pese a que hace dos semanas que se celebraron las elecciones, all¨ª sigue, a buenas horas, la imagen gigantesca de Artur Mas, pegada al lateral de un edificio. ?Pretende influir sobre los pactos o estoy alucinado? Que los comercios hayan instalado la iluminaci¨®n navide?a es otra realidad fuera del tiempo. A los ni?os les gusta, es cierto, pero tantas lucecitas inducen a una forma obsesiva de consumo. Y no es que no me guste consumir, que conste, pero dudo que el nacimiento del hijo de Dios justifique tanto despilfarro. Lo escribe Antonio Escohotado, experto en drogas, en su libro Sesenta semanas en el tr¨®pico (Anagrama): "La rabia navide?a me viene de los regalos, y concretamente de las monta?as de juguetes que algunos ni?os reciben, tan absurdos y desproporcionados como para que s¨®lo les interesen unos segundos, cuando mucho un par de minutos. Entre cinco y quince cajas de cart¨®n depositadas al pie del ¨¢rbol o el pesebre ofrecen fantoches de pl¨¢stico con bocinas y luces, un veh¨ªculo de pedales o de motor, los ¨²ltimos mu?ecos exhibidos por la televisi¨®n".
En una oficina situada en los bajos de un edificio, hay gente brindando. El cannabis parece hacerme efecto porque, de repente, me viene a la mente un comentario de William Burroughs: "Creo que las fiestas son, b¨¢sicamente, un error. Cuanto m¨¢s multitudinarias, m¨¢s error son". Claro que Burroughs se inyect¨® toneladas de todo y es l¨®gico que desarrollara una misantrop¨ªa a la altura de su adicci¨®n. Me tomo un caf¨¦ en un bar, a ver si la mezcla de cafe¨ªna y cannabis con mangas me confirma los efectos terap¨¦uticos del tetrahidrocanabino (THC) anunciados por el Colegio de Farmac¨¦uticos. En el peri¨®dico que alguien ha olvidado sobre la barra (el fen¨®meno del newspaper-crossing sigue vigente), leo que, en Suiza, Naomi Campbell y Daniela Pestova anuncian ropa interior de incre¨ªbles efectos terap¨¦uticos en una lona publicitaria de 126,5 metros de longitud, o sea: m¨¢s grande que la de Mas. Es la misma fotograf¨ªa que ilustra uno de los expositores que hay en las aceras de nuestra ciudad. Sin darme cuenta, he hecho una estad¨ªstica, in¨²til como casi todas, de los expositores con los que me he cruzado desde que he salido de casa. Resultados con el cien por cien de los votos escrutados: 6 expositores, 12 anuncios, 3 del Instituto de Cultura, 1 de Magno, 2 de whisky, 1 de cava, 2 de perfume, 2 de la pel¨ªcula de Los hombres de Harrelson y 1 de telefon¨ªa. Si fuera Moncho Borrajo, podr¨ªa improvisar un poema que relacionara la telefon¨ªa, el alcohol, la cultura institucional, las pel¨ªculas de acci¨®n y la necesidad de disimular nuestros olores corporales.
El camarero que me sirve el caf¨¦ se parece a Jorge Bucay, un psicoterapeuta que, desde lejos, podr¨ªa pasar por el hermano serio de Borrajo. Tambi¨¦n es un escritor de los mal llamados de autoayuda al que, horas m¨¢s tarde, ver¨¦ en BTV contando cuentos. Cuando Bucay narra, llega un momento en el que me distraigo; no s¨¦ si mirarle a ¨¦l o al panel de Sal¨® de Lectura que tiene detr¨¢s y siempre pierdo el hilo y acabo pensando en otras cosas (en lo arraigado que est¨¢ el psicoan¨¢lisis en Argentina, quiz¨¢ porque, como le o¨ª contar una vez a Llu¨ªs Bassat, este pa¨ªs acogi¨® por un lado a muchos disc¨ªpulos de Freud y, por otro, a gente que hab¨ªa sufrido tanto que necesitaba verbalizar todos sus fantasmas). Claro que cuando vea a Bucay tambi¨¦n llevar¨¦ puesta la misma camisa. Como empieza a llover a lo bestia y no quiero convertirme en un secante alucin¨®geno, entro en la tienda de instrumentos Audenis. Oh. Me reprimo para no gastarme el dinero que no tengo en un piano de cola. Si supiera tocarlo, me gustar¨ªa aporrear el teclado y musicar p¨¢rrafos enteros de las memorias de Howard Marks, el mayor traficante de cannabis de la historia (lean sus memorias, Mr.Nice, publicadas por C¨¢?amo ediciones). "Tienes una voz muy bonita", le estar¨¢ diciendo una espectadora a Bucay cuando llegue a casa. De lo que deducir¨¦ que para triunfar con las mujeres es mejor tener una voz bonita que llevar una camisa de cannabis. Por si acaso, dormir¨¦ con la camisa puesta pero no ocurrir¨¢ nada importante: descubrir¨¦ que en mis sue?os alg¨²n desaprensivo tambi¨¦n ha encendido las luces de Navidad.
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