El rescate de Henry y Victoria
A principios de junio de 2003 recib¨ª en mi casa una llamada desde Estados Unidos. Era Emiliano, mi hijo, quien cursa el doctorado en econom¨ªa en la Universidad de Harvard. Me dio una noticia que de inmediato atrajo mi inter¨¦s: Andr¨¦s Antonius, un antiguo colaborador en la negociaci¨®n del TLC, deseaba conversar conmigo. A los pocos d¨ªas, Antonius visit¨® mi casa, donde desayunamos en compa?¨ªa de mi esposa, Ana Paula.
Andr¨¦s Antonius trabaja en Kroll, la empresa internacional de investigaciones. Esa ma?ana nos relat¨® una historia sobrecogedora. Una pareja de ciudadanos estadounidenses se divorci¨® en la primavera de 2001. Ambos recibieron la custodia legal de sus dos hijos; a ella la ley le concedi¨®, adem¨¢s, la custodia f¨ªsica. El 23 de agosto de 2001, apenas consumado el divorcio, ¨¦l secuestr¨® a los peque?os y en un avi¨®n rentado se los llev¨® al pa¨ªs de origen de su familia paterna: Egipto. Andr¨¦s ten¨ªa informaci¨®n de que el padre y los ni?os hab¨ªan dejado Egipto y ahora se encontraban en Cuba. Solicitaba mi ayuda para confirmar la noticia y, en su caso, poner a los hijos en manos de su madre.
Los documentos permit¨ªan establecer los hechos. Cornelia Streeter, la madre, hab¨ªa obtenido de una corte norteamericana la custodia legal y ¨²nica de los ni?os
En el oto?o de 2001, Anwar Wissa le exigi¨® a su ex esposa un pago de m¨¢s de un mill¨®n de d¨®lares a cambio de devolverle a sus dos hijos
Me ofrec¨ª a volar a la isla para hablar con Castro. Yo ten¨ªa fundadas razones para suponer que la respuesta cubana ser¨ªa de solidaridad con el drama de Nina
"?Te das cuenta, Salinas? ?Esto es como lo de Eli¨¢n, pero al rev¨¦s!", me contest¨® el Comandante cuando le habl¨¦ del asunto que me tra¨ªa con tanta urgencia
Ya era casi de madrugada cuando los cuerpos de seguridad confirmaron que Wissa y los ni?os se encontraban en el bote. De inmediato se organiz¨® un operativo
Sent¨ª que era el momento de tener una conversaci¨®n telef¨®nica confiable con Nina. En cuanto ella tom¨® el auricular le dije: "Nina, tus hijos te est¨¢n esperando"
Le dijeron a Nina que, durante los dos a?os de ausencia, el padre inculc¨® a los ni?os la idea de que ella los hab¨ªa abandonado. Era probable que estuvieran resentidos
Antonius me dej¨® una carpeta con varios legajos. Esa misma tarde los revis¨¦ con cuidado. Ah¨ª estaba el acta de divorcio junto con las resoluciones de cortes norteamericanas y egipcias a favor de la madre. Al final, una carta suscrita por m¨¢s de 50 senadores norteamericanos, dirigida al presidente de Egipto.
Los documentos permit¨ªan establecer un recuento puntual de los hechos. A los pocos d¨ªas del secuestro, Cornelia (Nina) Streeter, la madre, hab¨ªa obtenido de una corte norteamericana la custodia legal y ¨²nica de los ni?os: Henry, de nueve a?os, y Victoria, de siete. Anwar Wissa, hijo, el padre, era perseguido por cr¨ªmenes tipificados en las leyes de Massachusetts: "secuestro ejercido por alguno de los padres" y "fuga para evitar proceso". El 3 de diciembre de 2001, la Interpol expidi¨® una orden de arresto contra Wissa.
En el oto?o de 2001, Wissa le exigi¨® a su ex esposa un pago por m¨¢s de un mill¨®n de d¨®lares a cambio de devolverle a sus hijos. El FBI contaba con grabaciones y notas que probaban el intento de extorsi¨®n. Entre el invierno de 2001 y la primavera de 2002, Wissa obtuvo pasaportes egipcios para ¨¦l y los ni?os. En v¨ªsperas del verano solicit¨® a la Corte egipcia la custodia de sus hijos. Todo apuntaba a que la permanencia de Wissa en Egipto fuera definitiva y a que mantuviera el control absoluto sobre los ni?os. Sin embargo, Nina no se dio por vencida: en abril de 2002, una corte federal de EE UU lanz¨® cargos contra Wissa por extorsi¨®n y por secuestro internacional. Fue entonces cuando Nina decidi¨® viajar a Egipto y litigar la suerte de sus hijos en las cortes de ese pa¨ªs. En diciembre de 2002, la Corte Isl¨¢mica rechaz¨® la petici¨®n de Wissa y concedi¨® la custodia legal de Henry y Victoria a la se?ora Streeter.
Entre enero y mayo de 2003, Nina permaneci¨® en Egipto para exigir que, en cumplimiento de la orden de la corte, le fueran entregados sus hijos. Nina promovi¨® y obtuvo la carta ya citada, dirigida al presidente de Egipto, en la que 52 senadores solicitaban la intervenci¨®n del mandatario. Encabezaban la lista John Kerry, senador por Massachusetts (Estado natal y de residencia de Nina), y la senadora Hillary Rodham Clinton.
Pero una vez m¨¢s los acontecimientos desbordaron el curso legal. Wissa abandon¨® Egipto en compa?¨ªa de Henry y Victoria el 23 de diciembre de 2002. Para cuando los senadores norteamericanos firmaron la carta dirigida al presidente egipcio, el padre y los ni?os ya estaban en Cuba.
Le ped¨ª a Andr¨¦s Antonius una entrevista con Nina Streeter. El lunes 23 de junio, a las ocho de la tarde, nos reunimos los tres a cenar en el restaurante del hotel Four Seasons, en Houston (Tejas). Conversamos en una mesa ubicada en un extremo del restaurante. Escuch¨¦ con atenci¨®n el relato de su matrimonio con Wissa, la separaci¨®n, el divorcio, el rapto de los ni?os, la angustia, la indignaci¨®n ante los intentos de extorsi¨®n de su ex marido y ante el incumplimiento de las leyes en Egipto. Le pregunt¨¦ a Nina si ten¨ªa la certeza de que sus hijos estaban con Wissa en Cuba. Sin palabras de por medio, extrajo un sobre de su portafolios. Me lo entreg¨®. Mi sorpresa fue enorme: el sobre conten¨ªa varias fotos de Henry y Victoria. De inmediato reconoc¨ª el lugar donde se hallaban: la Marina Hemingway, al oeste de La Habana. No hab¨ªa m¨¢s que preguntar. Nina insisti¨® en el riesgo de que el padre abandonara Cuba en cualquier momento. A¨²n ignor¨¢bamos que, de acuerdo a las leyes de Egipto, al cumplir Henry 10 a?os (cosa que suceder¨ªa en un par de meses) caer¨ªa bajo la patria potestad del padre apenas ingresara con ¨¦l a ese pa¨ªs. El tiempo avanzaba en nuestra contra.
Le ofrec¨ª a Nina que al d¨ªa siguiente, martes, volar¨ªa a la isla para tratar de obtener una entrevista con Fidel Castro. Yo ten¨ªa fundadas razones para suponer que la respuesta cubana ser¨ªa de absoluta solidaridad con el drama de Nina. Consegu¨ª un avi¨®n privado y acord¨¦ con los pilotos salir de Houston a la ma?ana siguiente, muy temprano. A las 14.00 aterrizamos en el aeropuerto de la capital cubana. En cuanto pude, llam¨¦ a la oficina del presidente Castro. Ped¨ª hablar con su secretario particular, Carlos Valenciaga. Este joven de 29 a?os se caracteriza por su eficiencia, su buen trato y, sobre todo, por su talento para reconocer las prioridades. Respondi¨® a mi llamada. "Tengo un asunto muy urgente que tratar con el Comandante", le dije. Prudente, no me pidi¨® detalles por tel¨¦fono. Me dijo que no me moviera del lugar donde me encontraba, que en breve tendr¨ªa noticias suyas.
As¨ª fue: a las 1 7.00, Valenciaga me llam¨® para pedirme que estuviera pendiente, pues todo indicaba que podr¨ªa concretarse una cita para esa misma noche. A las 19.00 me llam¨® de nuevo: al parecer, el encuentro se llevar¨ªa a cabo en un par de horas. Quince minutos antes de las nueve me confirm¨® que ser¨ªa recibido en la oficina del Comandante Castro, en el Palacio de las Convenciones de La Habana. Por fortuna, me encontraba muy cerca del lugar. Sal¨ª de inmediato en compa?¨ªa de mi amigo Luis Mart¨ªnez.
Los guardias de seguridad estaban al tanto de mi llegada. Sin m¨¢s pre¨¢mbulos descend¨ª del autom¨®vil, entr¨¦ al recibidor del palacio y por el ascensor llegu¨¦ al primer piso. Aunque ya conoc¨ªa esta oficina, me volvi¨® a impresionar su sobriedad. Cubierta de maderas y con piso de granito pulido, es una oficina sin lujos innecesarios.
Cita con el Comandante
El comandante Fidel Castro esperaba de pie al final del largo pasillo, junto a una mampara que divide ese espacio. Me salud¨® con su acostumbrada gentileza y pasamos a un peque?o sal¨®n, donde ocupamos unas sillas forradas de cuero burdo. Nos sentamos. Valenciaga ocup¨® un asiento cercano. Dedicamos unos cuantos minutos a conversar sobre diversos temas. Enseguida, el Comandante me pidi¨® que le hablara del asunto que me tra¨ªa frente a ¨¦l con tanta urgencia. Le habl¨¦ de Nina, de su divorcio, del secuestro de los ni?os a Egipto y de la actual presencia de Henry y Victoria en Cuba. Al llegar a este punto, Castro, que escuchaba atento y sereno, reaccion¨®: ?c¨®mo era posible que dos ni?os norteamericanos secuestrados se encontraran en su pa¨ªs? Me limit¨¦ a mostrarle las fotos de los ni?os en la Marina Hemingway. Al verlas, el Comandante salt¨® de su silla. Su sorpresa fue may¨²scula: "?Te das cuenta, Salinas? ?Esto es como lo de Eli¨¢n, pero al rev¨¦s!".
Frente a tal antecedente, la presencia en Cuba de dos ni?os secuestrados cobraba un enorme significado. "Esto no puede permitirse en este pa¨ªs", remat¨® Castro. "Nunca seremos utilizados como refugio de secuestradores, mucho menos de quienes secuestran ni?os. Adem¨¢s, el pueblo norteamericano apoy¨® de manera masiva el regreso de Eli¨¢n... Tenemos una deuda de gratitud con ellos", concluy¨®.
Frente a esta reacci¨®n, me qued¨® muy claro que el presidente Castro no ten¨ªa noticia alguna del caso. El Comandante revis¨® con atenci¨®n cada documento. Al final, entrada ya la medianoche, me asegur¨® que solicitar¨ªa informes de inmediato. Me pidi¨® que no me moviera del lugar donde me alojaba y que esperara noticias suyas.
Esa noche no pude conciliar el sue?o. Pens¨¦ en la conveniencia de que Nina estuviera cerca de la isla. A las dos de la madrugada llam¨¦ por tel¨¦fono a Andr¨¦s a Boston y le ped¨ª que se trasladara de inmediato a la ciudad de M¨¦xico en compa?¨ªa de Nina. A las nueve y media de la ma?ana recib¨ª una llamada. Era de la oficina de Valenciaga. Tom¨¦ el auricular y esper¨¦ unos segundos. Entonces escuch¨¦ una voz que no era la de Carlos. "?Qui¨¦n habla?", pregunt¨¦. Alguien respondi¨® lentamente: "Aqu¨ª hay algo raro...". Reconoc¨ª la voz de Fidel Castro. Pero esa frase me hab¨ªa inquietado: "?Raro?". Eso pod¨ªa significar que la informaci¨®n proporcionada no era cierta, o bien que la situaci¨®n de los ni?os no era la deseable. Pronto se aclar¨® todo. Castro reconoci¨® mi voz y me dijo: "Salinas, no era contigo con quien quer¨ªa hablar... todav¨ªa". El caso es que, en su af¨¢n de ser discreto, el Comandante hab¨ªa solicitado que lo comunicaran "con la persona con la que habl¨¦ anoche". Se refer¨ªa a un cercano colaborador del ¨¢rea de seguridad, a quien hab¨ªa llamado para solicitarle una investigaci¨®n sobre los ni?os. Aclarado el malentendido, me dijo que muy pronto tendr¨ªa informaci¨®n precisa y me pidi¨® que acudiera a su oficina a las diez de la ma?ana.
Me traslad¨¦ al Palacio de las Convenciones. Castro me recibi¨® animado: "Los ni?os se encuentran bien y ya est¨¢n a salvo", dijo con entusiasmo. "El padre ha sido detenido, pero sin violencia y sobre todo sin que los ni?os se dieran cuenta de la acci¨®n. Hemos sido muy afortunados".
Esa misma ma?ana, el Comandante me relat¨® con m¨¢s detalle los hechos. La noche anterior, apenas dej¨¦ su despacho, llam¨® a los responsables del ¨¢rea de seguridad y les pidi¨® informaci¨®n sobre Wissa y los ni?os. Se le inform¨® de que, en efecto, a finales de diciembre hab¨ªan ingresado al pa¨ªs como turistas; desde entonces, Henry y Victoria viv¨ªan en un peque?o bote anclado en la Marina Hemingway. Para distraerlos durante el d¨ªa, el padre hab¨ªa conseguido que les dieran clases de espa?ol; por la noche, ¨¦l sal¨ªa a divertirse mientras ellos permanec¨ªan encerrados en la embarcaci¨®n. Los peque?os hab¨ªan hecho amistad con Alexis, un marinero cubano que trabajaba en la Marina.
Un operativo discreto
Ya era casi de madrugada cuando los cuerpos de seguridad confirmaron que Wissa y los ni?os se encontraban en el bote. De inmediato se organiz¨® un operativo discreto pero firme. Un grupo de seguridad se present¨® en la Marina por la ma?ana y le pidi¨® a Wissa su documentaci¨®n migratoria; era necesario, le dijeron, que los acompa?ara a las oficinas de Migraci¨®n. Wissa entr¨® al bote a recoger los pasaportes. Al salir, ven¨ªa acompa?ado de sus hijos. Algo hab¨ªa presentido, al parecer, pues insisti¨® en que los ni?os lo acompa?aran. Las autoridades les hicieron saber que Wissa deb¨ªa asistir a una revisi¨®n sanitaria de rutina. Ante la reiterada s¨²plica de los peque?os, las autoridades aceptaron que ellos tambi¨¦n hicieran el viaje. No obstante, les hicieron ver que no cab¨ªan todos en el mismo veh¨ªculo. Wissa viaj¨® en un autom¨®vil, y sus hijos, en el que lo segu¨ªa. Al abandonar la Marina, el carro de Wissa se dirigi¨® a un centro de detenci¨®n, mientras que el de Henry y Victoria se encamin¨® a un hospital cercano. Se les dijo que ellos tambi¨¦n deb¨ªan pasar un examen m¨¦dico. Fue as¨ª como las autoridades cubanas lograron capturar a Wissa sin que los ni?os presenciaran una acci¨®n que para ellos habr¨ªa resultado traum¨¢tica. El operativo hab¨ªa concluido unos minutos antes, a las 9.35.
Con decisi¨®n, el presidente Castro me asegur¨® que los peque?os ser¨ªan entregados a su madre de inmediato, apenas se confirmara plenamente la informaci¨®n proporcionada por ella. El padre ser¨ªa sometido a juicio por los delitos cometidos en suelo cubano. "Este hombre puso en peligro la seguridad del pa¨ªs", coment¨®.
El presidente Castro hab¨ªa invertido varias horas de la noche y la madrugada en el an¨¢lisis de los documentos que le proporcion¨¦. "Les puse mucha atenci¨®n a los detalles", me dijo. En realidad, no durmi¨® durante toda la jornada. Ante la urgencia de los hechos y sin la asistencia de un traductor, tuvo que recurrir a su empolvado manejo del ingl¨¦s, lengua que, al parecer, no practicaba desde sus a?os de estudiante de derecho, cuando se esforz¨® en aprenderla para poder leer una biograf¨ªa de Lincoln. Esta vez su objetivo no era menor: comprender la nota biogr¨¢fica que Nina hab¨ªa incluido en su reporte. A partir de la lectura de los documentos, el Comandante hab¨ªa redactado a mano un bolet¨ªn destinado a la prensa, en el que daba cuenta de los hechos.
Mientras se mecanografiaba la nota, conversamos ampliamente sobre estas buenas noticias y abordamos otras no tan alentadoras: la guerra en Irak; la alarmante expansi¨®n, en aquel pa¨ªs y en el Medio Oriente, de una "cultura del suicidio"; las presiones lanzadas contra Cuba. De vez en cuando, el Comandante se interrump¨ªa para revisar y corregir el bolet¨ªn. Finalmente qued¨® listo.
Castro no deseaba que pasara m¨¢s tiempo sin anunciar a la prensa los hechos. Cualquier indiscreci¨®n, cualquier intento de desvirtuar los hechos y hacerle creer al mundo que Cuba le daba refugio a un norteamericano que hab¨ªa secuestrado a sus propios hijos, tendr¨ªa consecuencias muy adversas. Aunque comprend¨ª la urgencia de dar a conocer la informaci¨®n, le hice ver al presidente la inconveniencia de difundir el bolet¨ªn antes de que la madre supiera que sus hijos estaban a salvo y que pod¨ªa reencontrarse con ellos. Castro entendi¨®. No obstante, me asegur¨® que no pod¨ªa posponer la divulgaci¨®n de la noticia m¨¢s all¨¢ de las siete y media de la tarde, pues ya se hab¨ªa convocado a la prensa y a esa hora los noticieros nacionales y los medios internacionales aguardar¨ªan impacientes el anunciado bolet¨ªn. En ese momento eran las cuatro de la tarde, hora de Cuba, tres de la tarde en la ciudad de M¨¦xico.
Seg¨²n lo previsto, Nina llegar¨ªa a la capital de M¨¦xico una hora despu¨¦s, a las 16.00 de M¨¦xico, lo que dejaba un tiempo apenas suficiente para hablar con ella. Desde el celular de Carlos Valenciaga me comuniqu¨¦ en la ciudad de M¨¦xico con mi asistente, Ad¨¢n Ruiz, quien aguardaba el arribo de Nina. Me coment¨® que el avi¨®n, un vuelo comercial, llegar¨ªa con media hora de retraso. Le di instrucciones a Ad¨¢n para que, a nombre de Nina, rentara un helic¨®ptero de la ciudad de M¨¦xico a Toluca. La medida nos permitir¨ªa ahorrar al menos una hora y media. Al poco tiempo, Ad¨¢n me confirm¨® que el helic¨®ptero ya estaba listo, en un sitio cercano a la pista donde aterrizar¨ªa el avi¨®n en el que viajaba Nina. Eran las 17.30 en La Habana.
El Comandante quiso visitar el hospital donde se encontraban los ni?os. Salimos en su autom¨®vil, un viejo Mercedes Benz. En pocos minutos llegamos al Centro de Investigaciones M¨¦dico Quir¨²rgicas (Cimeq), un moderno hospital ubicado en la zona oeste de La Habana. Conoc¨ªa bien este eficiente centro hospitalario rodeado de jardines y palmeras reales: aqu¨ª, siete a?os atr¨¢s, naci¨® mi hija menor, Ana Emilia Margarita.
En el Cimeq aguardaba un grupo de m¨¦dicos y de trabajadores sociales, encabezados por una pediatra. El presidente Castro no pidi¨® ver a los ni?os, quienes se encontraban en las habitaciones del primer piso. Se sent¨® en una peque?a sala de la planta baja del hospital. Ah¨ª escuch¨® con atenci¨®n el reporte de las doctoras. Henry y Victoria preguntaban constantemente por su pap¨¢. Se les dijo que a Wissa lo estaban revisando en otro hospital. El Comandante habl¨® entonces con Alexis, el marinero, un joven que se mostraba serio y seguro. Castro le hizo algunas preguntas acerca de la actitud y la personalidad de Wissa.
Decidimos trasladarnos a un lugar que me permitiera tener una conversaci¨®n telef¨®nica segura con Nina. Su avi¨®n estaba por aterrizar en la ciudad de M¨¦xico. Eran las 18.15 en Cuba. En poco m¨¢s de una hora, el bolet¨ªn comenzar¨ªa a circular.Esper¨¦ unos minutos. Cuando volv¨ª a llamar, escuch¨¦ con alivio el motor del helic¨®ptero en marcha hacia Toluca. Minutos despu¨¦s aterriz¨® en un hangar privado. Sent¨ª que era el momento de tener una conversaci¨®n telef¨®nica confiable con Nina. En cuanto ella tom¨® el auricular le dije: "Nina, tus hijos te est¨¢n esperando". Le coment¨¦ que las autoridades cubanas estaban listas para entregarle a Henry y a Victoria. "?Est¨¢s decidida a viajar a Cuba?", le pregunt¨¦. "?Me lo preguntas en serio?", respondi¨®. Y con voz decidida agreg¨®: "Si fuera necesario, ?ir¨ªa a por ellos nadando!". Le dije que ah¨ª mismo la aguardaba un avi¨®n privado para traerla sin demora a Cuba.
Sin perder tiempo, el presidente orden¨® que la nota oficial se enviara a los noticiarios cubanos y a la prensa internacional. Castro convino en que fuera yo el encargado de recibir a Nina y a Andr¨¦s en el aeropuerto Jos¨¦ Mart¨ª de La Habana. Desde ah¨ª la llevar¨ªa de inmediato al Cimeq sin otra compa?¨ªa que la de Carlos Valenciaga. A las diez en punto aterriz¨® el avi¨®n. Sin m¨¢s pre¨¢mbulos, le dije a Nina que est¨¢bamos listos para llevarla con sus hijos. El recorrido dur¨® casi media hora. En el trayecto le contamos a Nina los detalles del rescate. Llegamos al Cimeq alrededor de las 22.45. En la planta baja esperaban el director del hospital, las doctoras especialistas y Laurita, una colaboradora de Valenciaga. Los m¨¦dicos pidieron hablar con Nina antes de que se reencontrara con sus hijos. Le explicaron que, durante los dos a?os de ausencia, el padre les inculc¨® la idea de que ella los hab¨ªa abandonado y que no quer¨ªa volverlos a ver, por lo que era muy probable que ellos se mostraran resentidos, incluso hostiles. Nina entr¨® a la habitaci¨®n donde estaban Henry y Victoria. Al ver a su madre, ellos no escondieron su sorpresa y lanzaron un grito. Enseguida, Henry la encar¨®: "No quiero verte", dijo, y se alej¨® de ella. Luego, Victoria imit¨® a su hermano. Nina no se movi¨®. Les respondi¨® que los hab¨ªa buscado sin parar durante todo ese tiempo. Nina les habl¨® de su vida en Boston; luego, abri¨® un ¨¢lbum de fotos que llevaba con ella y empez¨® a mostr¨¢rselas y a comentarlas. Victoria fue la primera en reaccionar y se acerc¨® a su madre; pronto estaba en sus piernas. Henry resisti¨® m¨¢s, pero finalmente, tambi¨¦n ¨¦l se aproxim¨® y se dej¨® abrazar.
Hacia la medianoche de ese mi¨¦rcoles 25 de junio nos despedimos de Nina. Le preguntamos si deseaba pasar la noche en alguna casa o en un hotel; ella decidi¨® quedarse a dormir en el hospital. Valenciaga y Antonius me acompa?aron al lugar donde me hospedaba. Desde ah¨ª le llam¨¦ al Comandante. Muy pronto est¨¢bamos con ¨¦l comentando los pormenores del reencuentro. El tiempo pas¨® como agua. Cuando reparamos, eran ya las tres de la madrugada del jueves 26 de junio.
Regreso a casa
A las once de la ma?ana de ese jueves llegu¨¦ al Cimeq. Todo marchaba a pedir de boca. Henry y Victoria parec¨ªan haber recuperado por completo la capacidad de comunicarse con su madre. Las autoridades cubanas le dijeron a Nina que pod¨ªa permanecer en la isla el tiempo que deseara. Sin embargo, ella asegur¨® que deseaba regresar con ellos a casa cuanto antes, de ser posible la ma?ana del d¨ªa siguiente. No hubo inconveniente: si ¨¦se era su deseo, le dar¨ªan todas las facilidades para partir el viernes. Le propuse a Nina llevar a Henry y Victoria a nadar y jugar un rato. Le gust¨® la idea. En compa?¨ªa de Alexis, el joven marinero, nos trasladamos a una casa cercana. Llam¨¦ al Comandante para invitarlo a almorzar con nosotros. Acept¨®. Nos sentamos a almorzar. Mientras los ni?os jugaban, abordamos el tema del padre detenido. Lo hicimos, claro, con la mayor discreci¨®n. Sin embargo, de pronto Henry se acerc¨® a la mesa. "?De qu¨¦ hablan?", pregunt¨®. "Sobre la historia y el arte", respondi¨® Castro. "Me est¨¢s mintiendo", dijo Henry.
Ese d¨ªa, el Granma public¨® en primera plana los pormenores del secuestro y el ulterior rescate. Les ped¨ª a Nina y al presidente Castro que pusieran sus firmas en un ejemplar. Lo conservo enmarcado, como testimonio de esos d¨ªas singulares.
Ella y sus hijos partieron el viernes 27 por la ma?ana. Ese mismo d¨ªa llegaron a Boston. Los ni?os han vuelto a la escuela. Wissa permanece en Cuba, sometido a juicio por el delito de secuestro. Nina ha vuelto a sus labores. Trabaja durante las horas en que los ni?os est¨¢n en la escuela. Tambi¨¦n se ocupa de contar su historia para impedir que otros sufran una experiencia similar.
Carlos Salinas de Gortari es ex presidente de M¨¦xico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.