Generaci¨®n constitucional
Los aniversarios son buenas ocasiones (tan buenas como cualesquiera otras) para la reflexi¨®n serena y pausada sobre los acontecimientos que se celebran. Nos permiten valorar los hechos que conmemoramos con una cierta perspectiva y acerc¨¢ndonos a ellos sin otro af¨¢n que recordarlos y congratularnos de que ocurrieran o hacer votos para que no vuelvan a ocurrir, seg¨²n los casos.
Estamos a¨²n recordando que en estas fechas se cumplen 25 a?os de vigencia de nuestra Constituci¨®n. De la larga lista de apellidos que se le han puesto a nuestra Carta Magna, me quedo con uno, que para m¨ª resume como ninguno lo que signific¨® aqu¨¦l colosal esfuerzo colectivo: la "Constituci¨®n de la Concordia". La "Constituci¨®n de la Concordia" significa, ni m¨¢s ni menos, que el compromiso de toda una naci¨®n por superar viejas rencillas y heridas no bien cicatrizadas; el compromiso de todo un pueblo de mirar hacia adelante, hacia el futuro, sin ira ni rencor, teniendo bien presente que lo importante era lo que estaba por venir, lo que ten¨ªamos que construir juntos, entre todos, sin exclusi¨®n de nadie, y no lo que quedaba atr¨¢s.
Y quedaban atr¨¢s nada menos que 40 a?os de un r¨¦gimen pol¨ªtico que, si bien nos dio paz y prosperidad, lo hizo a costa de la libertad y la democracia. O sea, con sus luces y sus sombras. Es obvio que cada uno pondr¨¢ el acento en las luces o en las sombras, seg¨²n su propia experiencia o seg¨²n le hayan contado. Hay quienes guardar¨¢n recuerdos gris oscuro y quienes guardar¨¢n recuerdos gris claro; pero ser¨¢n siempre eso: recuerdos, buenos para aprender de los errores, pero no v¨¢lidos para justificar acciones futuras. Y sin perder nunca de vista que eso es un pasado remoto, pero que nuestro pasado inmediato son 25 a?os de democracia, que tambi¨¦n han tenido sus luces y sus sombras, sus momentos esplendorosos y sus episodios negros, sin que sea necesario recordar cu¨¢les son unos y cu¨¢les otros, porque, como sucede con la etapa anterior, cada uno tendr¨¢ una percepci¨®n distinta, personal, de cu¨¢les han sido los buenos momentos, y cu¨¢les los malos.
Tengo que confesar que yo no vot¨¦ la Constituci¨®n. No pude votarla: no ten¨ªa edad para votar. Soy, pues, de lo que se podr¨ªa llamar la primera generaci¨®n constitucional. Sin embargo, s¨ª tengo edad suficiente (soy del 61 y peino ya algunas canas) para recordar haber vivido aquellos a?os con la ilusi¨®n y la esperanza de una nueva vida que empieza para un pa¨ªs. Como tantos j¨®venes espa?oles, me contagi¨¦ de la imparable corriente de anhelo colectivo que signific¨® la Transici¨®n espa?ola, y puse mi granito de arena en aquellas primeras elecciones.
Y despu¨¦s de la m¨ªa, hay ya varias generaciones que no han conocido otro r¨¦gimen pol¨ªtico en Espa?a que la monarqu¨ªa democr¨¢tica constitucional. Millones de espa?oles que ni conocimos reg¨ªmenes anteriores, ni queremos revolcarnos por el fango del pasado; que no podemos comparar la Constituci¨®n con otra cosa ni con otro r¨¦gimen (no cabe comparaci¨®n cuando se desconoce uno de los t¨¦rminos o magnitudes a contrastar), y que por tanto cada vez comprendemos menos y cada vez estamos m¨¢s hartos de quienes tratan de revivir viejos fantasmas referidos a un pasado que nos es pr¨¢cticamente ajeno.
Hay, sin embargo, nubarrones que se ciernen sobre el presente y el futuro de Espa?a como proyecto colectivo y atractivo de vida en com¨²n. Hay quienes cuestionan (con la deslealtad parricida de los que quieren destruir aquello que les ha dado la vida) la propia Constituci¨®n como tal proyecto colectivo, sinti¨¦ndose superiores e incluso ajenos a dicho proyecto, aunque no nos hayan explicado a¨²n las razones por las que se sienten ajenos o superiores. Y ante ello, debemos todos hacer un esfuerzo especial, cerrando filas en torno al elemento central y aglutinador de dicho proyecto colectivo, en torno a nuestra Constituci¨®n.
Poco contribuyen a esa imagen de unidad sin fisuras en defensa de la Constituci¨®n ciertas propuestas tendentes a reformarla, propuestas que resultan en mi opini¨®n extraordinariamente desafortunadas en cuanto al momento, aunque m¨¢s o menos razonables en cuanto al contenido. Quiero decir que cuando la Constituci¨®n est¨¢ recibiendo los m¨¢s fieros ataques del nacionalismo exacerbado y excluyente no es el momento de plantear, desde la lealtad institucional y constitucional, la necesidad de su reforma, como est¨¢ haciendo el PSOE, sino de cerrar filas alrededor de nuestra Carta Magna.
Y conste que no soy inmovilista sino m¨¢s bien todo lo contrario: soy partidario de una relectura serena y profunda de nuestra Constituci¨®n, y entiendo que, despu¨¦s de 25 a?os, ha llegado el momento de reflexionar sobre el papel de los partidos pol¨ªticos y su poder (listas abiertas o semiabiertas, circunscripciones unipersonales...), sobre las fronteras competenciales del Estado de las Autonom¨ªas, sobre el rol de ciertas instituciones (Senado) y el valor de ciertos principios pol¨ªticos (divisi¨®n de poderes). Pero recordando las palabras del santo de Loyola: "En tiempo de tribulaci¨®n, no hacer mudanza".
Quiero finalizar teniendo un entra?able recuerdo para la figura clave de la Transici¨®n y de esta etapa constitucional, sin la cual Espa?a no ser¨ªa hoy lo que es: Juan Carlos I, nuestro Rey. Recuerdo que se serena y se llena de confianza al advertir que Espa?a tiene, para cuando llegue el caso, un firme sucesor en la persona del Pr¨ªncipe de Asturias.
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