D¨ªas de sol y noches egipcias
Diciembre y marzo abarcan una ¨¦poca ideal para surcar el Nilo
En un pa¨ªs tan religiosamente soleado, mis experiencias m¨¢s memorables de viajero fueron nocturnas. Influye quiz¨¢ que llegamos a El Cairo a medianoche y hambrientos tras el tentempi¨¦ que el sobrecargo de Iberia llam¨® por los altavoces cena; en Madrid, esa ciudad con una inmerecida fama de noctambulismo, uno tendr¨ªa que haberse contentado con el men¨² de los VIPS, pero en el barrio cairota de Jan al Jalili nos esperaba no s¨®lo el bullicio de sus caf¨¦s de largas pipas arom¨¢ticas, sino tambi¨¦n una variedad de pinchos y pichones rellenos deliciosos a cualquier hora (los pichones son un plato nacional) y conmovedores a la una y media de la madrugada. Para bajar la carne de ave paseamos despu¨¦s por las callecitas adyacentes a la gran plaza de la mezquita Al Hussein, y yo ya puse a prueba mi capacidad en el regateo de los precios, un proceder que a los valencianos nos viene por instinto. En la plaza de la mezquita est¨¢ el llamativo aunque modesto hotelito Al Hussein, del que s¨®lo los insomnes recalcitrantes (y no muy quisquillosos en la higiene) deber¨ªan ser hu¨¦spedes; pero se puede cenar o tomar una copa en su destartalado sal¨®n del ¨²ltimo piso, con buenas vistas de los dos grandes barrios populares, Jan al Jalili y Al Ashar, contemplando el bell¨ªsimo skyline de un Cairo musulm¨¢n lleno de maravillas en sus fonduks para los comerciantes, sus mausoleos, madrazas (escuelas cor¨¢nicas) y mezquitas, en Egipto abiertas al profano y hasta al cristiano.
Visitado de nuevo a la luz diurna, y aunque sea con el est¨®mago vac¨ªo, ese d¨¦dalo de los dos famosos barrios no decepciona, y los cinco minaretes de la mezquita de Al Ashar, tan diferentes y tan arm¨®nicos, son una estampa casi exagerada de la fantas¨ªa que generales y monarcas fueron poniendo en ella a lo largo de m¨¢s de ocho siglos. La mezquita, de grandes proporciones y elegantes patios, no es, a mi juicio, la m¨¢s bella de una ciudad que -para sorpresa de quien va en busca de pir¨¢mides y faraones- est¨¢ llena de exquisitos ejemplos de arte fatim¨ª y mameluco. En esa ruta son visitas obligatorias el recinto de La Ciudadela, con sus dos mezquitas fundamentales, la de Al Nasser Mohamed y la de Solim¨¢n Baj¨¢ (con interiores de un m¨¢rmol indudablemente veneciano); la cercana plaza de Salah al Din, donde destaca el bosque de l¨¢mparas votivas en el patio de abluciones de la madraza del sult¨¢n Hassan, y, por supuesto, la impresionante mezquita de Ibn Tul¨²n, la m¨¢s antigua de El Cairo (data del siglo IX) y famosa por la escalera helicoidal de su minarete. La ca¨ªda de la tarde de ese d¨ªa al gusto musulm¨¢n deber¨ªa verse melanc¨®licamente en el cementerio de los Mamelucos, la parte m¨¢s valiosa por su arquitectura de la vasta necr¨®polis cairota (mil hect¨¢reas en total). As¨ª entramos ya en una predisposici¨®n al arte funerario que nos espera.
Amanecer a caballo
La segunda noche egipcia de que hablo empieza en la oscuridad, pero rinde tributo al dios Sol. El despertador son¨® a las cinco, cuando el sue?o llevaba apenas tres horas apoderado de nuestra cabeza; quiz¨¢ hubiera sido mejor esperar despiertos en el abigarrado caf¨¦ Fishaui la hora de la aventura. Advierto aqu¨ª al lector de que no estoy seguro de la legalidad de esta visita casi bandolera, f¨¢cil, por otro lado, de contratar en los establos del poblado cercano. Se trata de ver amanecer junto a las pir¨¢mides desde unos caballos (mansos: mi primera silla de montar) que, despu¨¦s de entrar al recinto por sospechosos huecos en el muro, cabalgan en solitario esperando el momento de los primeros rayos de luz sobre la piedra escalonada; de vez en cuando, la polic¨ªa llegaba veloz a camello, y tras comprobar que nuestros gu¨ªas estaban en regla (no s¨¦ cu¨¢l), se alejaban, dej¨¢ndonos en la soledad del alba: los turistas siguen durmiendo en sus hoteles.
Hacia las siete y media, el est¨®mago vac¨ªo y la espalda tiesa por la montura exigen el (espl¨¦ndido) desayuno servido en el cercano hotel Oberoi, un antiguo palacio que permite, en sus habitaciones algo recargadas (no s¨®lo de precio), pasar la noche junto a la Esfinge de Giza. Antes de las nueve, ya a pleno sol, los autocares tur¨ªsticos invaden la explanada de las Pir¨¢mides, y es hora de decidir entre hacer la visita del interior de las moles f¨²nebres (Micerino, Keops, Kefr¨¦n, con su llamativa c¨²spide de caliza) o recorrer los pocos kil¨®metros que nos separan de S¨¢kara, la otra gran necr¨®polis de la antigua Menfis, menos trillada por el visitante, pese a contar con un deslumbrante conjunto de tumbas y la silueta imborrable de su pir¨¢mide escalonada, el monumento m¨¢s antiguo de la zona.
Dejamos El Cairo y vamos hacia el sur, aunque Terenci Moix, que fue, desde la cama de enfermo, el ¨¢ngel tutelar de este viaje hecho tres meses antes de su muerte, hab¨ªa recomendado subir al menos un d¨ªa hasta Alejandr¨ªa, donde quiz¨¢ era el ¨²nico en seguir viendo las huellas de una ciudad desvanecida. Pero no nos abandon¨®, Nilo abajo, Terenci y su esp¨ªritu, que flota en las ciudades de la ribera, donde alg¨²n gu¨ªa te habla legendariamente de la casa que el escritor nunca tuvo en Tebas (as¨ª segu¨ªa llamando ¨¦l lo que hoy es Luxor). Por indicaci¨®n de Terenci hicimos algo que va contra mis principios: asistir a una sesi¨®n de luz y sonido, en ese caso visitando de nuevo por la noche el extraordinario conjunto de los templos de Karnak. Vale la pena arrostrar el aparato un tanto verbenero que estos espect¨¢culos tienen en todas partes, y que aqu¨ª permite redescubrir bajo otra luminosidad la bell¨ªsima sala de las columnas, los obeliscos (uno por tierra), las colosales estatuas. Tambi¨¦n est¨¢ abierto al p¨²blico en horario nocturno el hermoso templo de Luxor.
Alexander Pushkin nunca estuvo en Egipto, pero escribi¨® el relato Noches egipcias, incluido en la muy recomendable traducci¨®n de su prosa completa que Amaya Lacasa acaba de traducir para Alba. Es una narraci¨®n inconclusa y bastante herm¨¦tica, inspirada (o hechizada) por la sombra de Cleopatra. Y es que m¨¢s que sus dioses, a veces con semblante de fieras, el santoral egipcio que fascina es el de sus reyes. (La paradoja del Egipto actual es que vive de una religi¨®n desaparecida y de una cultura que sus ciudadanos ¨¢rabes sienten ajena). Tutankam¨®n, Rams¨¦s II, la machihembrada Hachepsut, Nefertiti y su marido el her¨¦tico Akhenaton, Nefertari (cuya radiante tumba pintada vuelve ahora a visitarse en el Valle de las Reinas), los Tolomeos; el recorrido de las dos m¨¢rgenes del r¨ªo se hace siguiendo la estela de los templos y tumbas por ellos edificados (Tebas, Medina Habu, Edf¨², Ab¨² Simbel). Bajo el pretexto de honrar a un dios, los faraones se magnificaban a s¨ª mismos, y por eso en las ardientes veladas del Nilo viene a cuento citar los versos que Pushkin pone en boca de su Cleopatra: "?Qui¨¦n, entre vosotros, /compra con su vida una de mis noches?".
- Vicente Molina Foix es autor de El vampiro de la calle M¨¦jico (Anagrama, 2002).
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