La gata en el tejado
La ¨²nica vez que vi a Tennessee Williams fue en Cannes, en los a?os setenta. ?l presid¨ªa el jurado del Festival de Cine, del que yo formaba parte. Asisti¨® s¨®lo a la primera reuni¨®n, para anunciarnos que, dado el clima de intolerable violencia que hab¨ªan alcanzado las pel¨ªculas, no asistir¨ªa a ninguna proyecci¨®n, ni participar¨ªa en las sesiones del jurado, y que se limitar¨ªa a firmar el acta respectiva, convalidando el fallo. As¨ª lo hizo. Lo ve¨ªamos a veces, a lo lejos, en los pasillos del hotel, seguido por un secretario y una dama de compa?¨ªa, que escoltaba los caniches. Era ya un hombre medio destruido por la neurosis, la soledad y el alcohol, que, aunque escribi¨® todav¨ªa algunos dramas m¨¢s, no volver¨ªa a alcanzar la genialidad de su madurez, en los a?os cuarenta y cincuenta.
Ahora se acaba de reponer en Broadway una de sus obras maestras, La gata sobre el tejado de zinc caliente, dirigida por Anthony Page, con tres magn¨ªficos actores en los roles estelares: Ashley Judd (Margaret), Jason Patric (Brick) y Ned Beatty (Big Daddy). Basta ver los primeros diez minutos de la representaci¨®n para comprobar que pocos dramaturgos modernos han sido capaces de proyectar en un escenario, con tanta eficacia, la violencia de la vida moderna y las tremendas fracturas de la sociedad norteamericana encarnadas en historias y personajes de absorbente consistencia, como lo hizo Tennessee Williams.
Hubo tres versiones de esta obra. La original, que, a pedido de Elia Kazan, quien la dirigi¨® en su estreno, en 1955, Williams debi¨® enmendar para hacerla m¨¢s compatible con los valores (los prejuicios) dominantes en la ¨¦poca, oscureciendo la aureola homosexual que ti?e la relaci¨®n amistosa entre Brick y Skipper, presentando bajo una luz m¨¢s cr¨ªtica a la desenfadada y temeraria Margaret, y sugiriendo, al final de la obra, la redenci¨®n de Brick, quien parecer¨ªa encaminado a superar su alcoholismo, su derrotismo y a recomponer su matrimonio. Fue esta versi¨®n, todav¨ªa m¨¢s depurada de sexualidad, la que se llev¨® al cine, en una pel¨ªcula de gran ¨¦xito -con Elizabeth Taylor y Paul Newman- que Tennessee Williams siempre detest¨®. En 1974, para un nuevo montaje, el dramaturgo sure?o rehizo buena parte del tercer acto, haciendo m¨¢s transparente el trauma sexual de Skipper y Brick, restableciendo la simpat¨ªa invencible que, pese a todo, emana de Margaret, y devolviendo a su sombr¨ªo nihilismo auto-destructor al hijo preferido de Big Daddy.
Muchas cosas han cambiado en Estados Unidos y en el mundo en el medio siglo transcurrido desde que La gata sobre el tejado de zinc caliente fue escrita. Por lo pronto, las grandes plantaciones algodoneras en el delta del Mississippi ya casi no existen, porque quebraron o se reconvirtieron en granjas agro-industriales muy modernas, sin los ej¨¦rcitos de braceros negros que laboran los campos de Big Daddy, y tampoco la vida aristocr¨¢tica y feudal que todav¨ªa era una realidad en aquellos latifundios intemporales que se divisan por las persianas donde Margaret, Brick y los dem¨¢s miembros de esa tr¨¢gica familia se desgarran y lucen sus demonios en las dos horas y media que dura la representaci¨®n. Los sirvientes, ahora, ser¨ªan muchos menos que entonces y, sin la menor duda, en vez de negros, latinoamericanos y probablemente ilegales. La fortuna de Big Daddy no ser¨ªa agraria, sino industrial o financiera, y en vez de diez millones de d¨®lares, ese patrimonio que codician con tanta ferocidad sus nueras y su hijo Gooper llegar¨ªa a cien o a mil.
Para Brick y Skipper las cosas hubieran sido mucho menos tremebundas si, como todo parece indicar, entre esos dos excelentes deportistas universitarios, naci¨® una pasi¨®n homosexual que, dado el puritanismo feroz de su entorno, debieron reprimir, s¨®lo para que esos sentimientos y deseos negados estallaran luego en sus vidas de torcidas maneras, precipit¨¢ndolos en un infierno de drogas, alcohol, amargura y frustraci¨®n, que mat¨® a uno de ellos e hizo del otro un in¨²til. Acaso hubieran tenido que dejar el Deep South, pero ahora vivir¨ªan en New York, San Francisco o Chicago una vida sin mayores complicaciones y bastante normal. Aunque, lejos de haber sido vencidos, los prejuicios contra los homosexuales van retrocediendo en una sociedad donde, esta ma?ana mismo, los diarios informan que tres generales y un almirante en retiro acaban de declararse gays y piden que las Fuerzas Armadas, en vez de la pol¨ªtica actual de "no preguntar por la vocaci¨®n sexual" de sus oficiales y soldados, admitan expl¨ªcitamente en sus filas a los homosexuales. Y es muy posible que las tres mujeres de la familia, empezando por Big Mama y terminando por las dos nueras, Margaret y Mae, ya no tendr¨ªan el car¨¢cter ancilar, meramente parasitario, que tienen en la obra: ser¨ªan profesionales, trabajar¨ªan y ya no parecer¨ªan tan pat¨¦ticamente dependientes de los varones para sobrevivir.
Pero, aunque, como en ¨¦stos, en muchos otros aspectos la sociedad actual ya no corresponda a la que reconstruy¨® Tennessee Williams, su obra nos inquieta y golpea no como una v¨ªvida evocaci¨®n de un pasado que se eclips¨®, sino por su estremecedora actualidad. En muchos sentidos, de La gata sobre el tejado de zinc caliente se puede decir lo que se ha dicho de La Comedia Humana de Balzac: que el verdadero protagonista de esa saga es el dinero. Lo es tambi¨¦n, y de manera abrumadora y corrosiva, en la tragedia de esta familia en la que, la inminente muerte del patriarca, Big Daddy, que acaba de anunciar el examen m¨¦dico que ha llegado junto con su cumplea?os, debido a un c¨¢ncer terminal, saca a luz la codicia por la herencia que ha modelado toda la vida de Mae y Gooper y precipita a ¨¦stos en una guerra abierta, de hienas filicidas, con Margaret, decidida a defender su parte y la de Brick en la sucesi¨®n vali¨¦ndose tambi¨¦n de todos los recursos (incluso, invent¨¢ndose una pre?ez). En el primer acto de la obra, que es casi todo ¨¦l un extraordinario mon¨®logo de la bella Margaret, hay una aterradora -a la vez que deslumbrante- descripci¨®n de la importancia decisiva de ese valor supremo de la vida -el dinero- para forjar la desgracia o la felicidad de las gentes, hecha desde el recuerdo de lo que fue, para ella y su familia, ser pobres en esa sociedad donde todo, hasta la misma humanidad de la gente se dir¨ªa, se mide exclusivamente en funci¨®n de la cartera y las cuentas bancarias. Nadie en la obra cuestiona esa abyecta verdad; la misma v¨ªctima de esa despiadada avidez que despierta en torno su pr¨®xima desapa-rici¨®n, Big Daddy, coincidir¨ªa con sus v¨¢stagos y herederos en que lo que verdaderamente cuenta en esta vida, antes que nada y por encima de todo, es hacer dinero, mucho dinero, porque con el dinero un ser humano se realiza y justifica en este mundo (aunque ello no signifique, como lo demuestra de sobra su familia, alcanzar la felicidad o, al menos, la paz).
?sta es la tercera vez que veo en escena La gata sobre el tejado de zinc caliente y nunca antes hab¨ªa advertido, como en este montaje de Anthony Page, la tremenda nostalgia que transpira esta historia por un mundo distinto, menos materialista y menos craso, m¨¢s sensible, m¨¢s culto, m¨¢s espiritual, con seres humanos menos avasallados por la excluyente obsesi¨®n por el dinero, fuego destructor en el que todos terminan quemando sus alas y chamuscando sus vidas hasta volverlas anodinas, mec¨¢nicas o despreciables. En el hipn¨®tico di¨¢logo que Big Daddy y Brick llevan a cabo en el segundo acto, donde se produce una doble confesi¨®n que, sin embargo, en vez de comunicar por fin al padre y al hijo, los distancia de manera definitiva, aqu¨¦l recuerda con acerba iron¨ªa sus viajes a una Europa pobr¨ªsima -y a una Barcelona de ni?os esquel¨¦ticos-, donde la histeria consumista de Big Mama lo deprime profundamente, sin entender muy bien por qu¨¦. Brick tampoco puede entenderlo. Pero nosotros, los espectadores, s¨ª entendemos muy bien el vac¨ªo que de tanto en tanto se abre en las entra?as del exitoso sure?o que, despu¨¦s de trabajar como una mula y acumular una formidable fortuna, siente de pronto que esos algodonales sin fin y esos diez millones de d¨®lares en bonos y acciones que ha reunido no son suficientes para dar consistencia y justificaci¨®n a una vida, como siempre ha cre¨ªdo y creen los que lo rodean. Y eso ensombrece y angustia sus ¨²ltimos d¨ªas. ?Qui¨¦n, qu¨¦ ha fallado, para que ¨¦l, que lo tiene todo, sienta de pronto que es un fracaso, que no tiene nada?
La respuesta que buen n¨²mero de estadounidenses dan en estos d¨ªas a esa angustiosa pregunta de Big Daddy que planea de principio a fin en La gata sobre el tejado de zinc caliente es la descristianizaci¨®n de una sociedad en la que, junto a la ¨¦tica del trabajo, la pr¨¢ctica de la religi¨®n fue un rasgo principal en buena parte de su historia. Pero el remedio, la proliferaci¨®n de una religiosidad beligerante y extremista, cargada de intolerancia, que desborda los l¨ªmites de la vida privada y llega a veces a impregnar la vida pol¨ªtica, puede resultar peor que la enfermedad, si llega a cuestionar los fundamentos laicos del Estado, indispensables de la vida democr¨¢tica. Ese peligro es una realidad ominosa en la vida de Estados Unidos, sobre todo desde los atentados terroristas del 11 de septiembre. Y, en vez de conjurar el materialismo y la idolatr¨ªa del dinero como el valor supremo, los rebrotes de integrismo religioso sirven m¨¢s bien con frecuencia para proveerlos de coartadas morales y de buena conciencia. Mientras esto no cambie, tragedias como las que deshacen las vidas de Margaret, Brick, Skipper y Big Daddy seguir¨¢n siendo la historia secreta de este pa¨ªs, el tal¨®n de Aquiles de su prosperidad y de su fuerza.
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