Tres tesis sobre Pujol
Pujol sale del Gobierno de la Generalitat y, en lo que a Catalu?a hace, debiera entrar por la puerta grande de la historia, porque hist¨®rico, es decir, capaz de dejar huella para el ma?ana, ha sido su quehacer como nacionalista y como estadista.
Que Pujol es un nacionalista catal¨¢n resulta evidente: m¨¢s a¨²n, en la historia del nacionalismo como cristalizaci¨®n del catalanismo, Pujol es la figura de mayor relieve. No ha sido su promotor ni su catalizador, emblema o m¨¢rtir, y a todo ello es f¨¢cil poner nombres, sino algo m¨¢s importante: el que ha dirigido y protagonizado la empresa de hacer de la Naci¨®n catalana una instituci¨®n pol¨ªtica estable e irreversible. Pero tambi¨¦n es evidente que, adem¨¢s de dirigente nacionalista, Pujol ha demostrado ser, a lo largo del ¨²ltimo cuarto de siglo, un hombre de Estado. Y no de un Estado abstracto, sino del concreto Estado que la Monarqu¨ªa espa?ola es. Lo demostr¨®, en las primeras Cortes democr¨¢ticas, por su capital contribuci¨®n al consenso constituyente. Lo demostr¨® en la elaboraci¨®n del Estatuto. Lo demostr¨® en la manera en que, desde su grupo pol¨ªtico y desde el Gobierno de la Generalitat, ha contribuido a la gobernaci¨®n del Estado y codeterminado sus mayores aciertos durante cinco lustros, sean los Pactos de la Moncloa en 1977, la opci¨®n atl¨¢ntica en 1982, la racionalidad econ¨®mica en 1993 y el europe¨ªsmo siempre. ?C¨®mo y por qu¨¦ ha sido esto posible sin que Pujol renunciase a su nacionalismo y se negase a protagonizar el gobierno a cuya eficacia contribu¨ªa tan decisivamente?
En el hombre pol¨ªtico de nuestro tiempo hay dos habitudes. Una habitud de Estado y una habitud nacional. La habitud pol¨ªtica es una manera de hab¨¦rselas con los otros, que conforman nuestro propio ser, como ser-con-los-otros-y-para-los-otros, esto es como ser-para-convivir, y tanto el Estado como la Naci¨®n son dos maneras de convivir con los dem¨¢s. Ya en un orden de libertad y poder, es decir, de derecho, que es el Estado. Ya en un orden de comuni¨®n afectiva que es la Naci¨®n. Ahora bien, el Estado es la habitud pol¨ªtica de la modernidad; pero la naci¨®n tambi¨¦n lo es. El siglo XX fue el siglo que, parafraseando a Hel¨¦ne Carri¨¨re d'Encause, cabr¨ªa denominar el de la "glorificaci¨®n de las naciones" y todo anuncia que el siglo XXI va a serlo todav¨ªa m¨¢s, aunque el n¨²mero de miopes para darse cuenta de ello tambi¨¦n aumente.
El Estado es una habitud de lo general, porque tal es el car¨¢cter del Estado, magnitud extensa que considera a los ciudadanos en lo que tienen de general. La habitud nacional, por el contrario, es particular, porque la naci¨®n es una magnitud intensa en la que se decantan valores singulares, temporales y afectivos. Las Naciones, frente a los Estados, son, como las personas, infungibles. A los Estados se les administra e, incluso, se les sirve. A las Naciones se las ama e, incluso, se las desposa.
Y el caso es que Pujol ha combinado esta apasionada habitud nacional con la habitud del Estado. De un Estado que excede a su propia Naci¨®n catalana y que, para muchos nacionalistas catalanes aparece hist¨®ricamente, y no sin raz¨®n, como algo ajeno. No es el primer nacionalista que ha realizado tal mixti¨®n; pero a mi entender, Pujol lo ha hecho a su manera -primera tesis-, manera que es la "manera catalana" -segunda tesis- y que su hacer permite, en el futuro, hacerlo de otro modo -tercera tesis-.
Mi primera tesis es algo muy sabido. La historia comparada ofrece ejemplos de nacionalistas que han sentido la habitud e incluso la pasi¨®n del Estado que sab¨ªan ajeno porque su Naci¨®n era una Naci¨®n sin Estado. Unos, para manipularlo en pro de su Naci¨®n. Tal fue el caso del irland¨¦s Parnell y de la pol¨ªtica de obstrucci¨®n primero y de balanza despu¨¦s que llev¨® a cabo en el Parlamento brit¨¢nico en la d¨¦cada de 1870. Parnell utiliz¨® a sus diputados en Westminster y las reglas del parlamentarismo para imposibilitar la gobernaci¨®n del Reino Unido con la pretensi¨®n de forzar el Home Rule, algo que, dicho sea de paso, a su debido tiempo hubiera sido bueno tanto para Irlanda como para la integridad de la Monarqu¨ªa brit¨¢nica. Por contraste, la actitud de Pujol y de su partido en las legislaturas de las Cortes sin mayor¨ªa absoluta de 1977 a 1982 y, m¨¢s a¨²n, de 1993 al 2000, sigui¨® otra v¨ªa, dicho sea tambi¨¦n, con mucho mayor ¨¦xito que la de Parnell. No imposibilit¨® la gobernabilidad en beneficio propio, sino que posibilit¨® y garantiz¨® la gobernabilidad del Estado en beneficio com¨²n, que incluye lo mejor del propio. Los espa?oles debi¨¦ramos agradec¨¦rselo, aunque s¨®lo fuera al comparar los modos y los frutos de la gobernabilidad merced a Pujol con los de la gobernabilidad de las mayor¨ªas absolutas sin Pujol.
En los ant¨ªpodas del modelo Parnell se sit¨²a el protagonizado en los mismos a?os por el h¨²ngaro Julio Andrassy, el cual vincul¨® de tal manera su habitud nacional con la habitud del Estado de los Habsburgo, que hizo de la Naci¨®n magyar el epicentro de Austria-Hungr¨ªa, frustrando los intentos de articulaci¨®n no dual sino plural de la Monarqu¨ªa, algo que a la larga hubiera salvado tanto a ¨¦sta como a la propia Hungr¨ªa hist¨®rica. Pujol, por el contrario, tal vez con excesiva ingenuidad, favoreci¨® desde el principio la generalizaci¨®n a toda Espa?a del propio sistema auton¨®mico. Su reivindicaci¨®n, mayor o menor, nunca fue excluyente y a los nacionalismos catal¨¢n y vasco se debe que hoy haya autonom¨ªas en el resto de Espa?a.
?Por qu¨¦ Pujol opt¨® por un tercer modelo tan ajeno al de Parnell como al de Andrassy? Porque, y ¨¦sta es mi segunda tesis, sigui¨® una "v¨ªa catalana". Vicens Vives recurri¨® a la imagen simb¨®lica del Minotauro para glosar las relaciones de los catalanes con el poder pol¨ªtico. A juicio del ilustre historiador, los catalanes nunca lo conocieron de cerca y, por ello mismo, desconfiaron de ¨¦l. Para contenerlo recurrieron al pactismo pol¨ªtico y despu¨¦s, arruinado ¨¦ste por el triunfo del absolutismo, ya a la construcci¨®n pragm¨¢tica de una sociedad civil, ya a la utop¨ªa revolucionaria. Fue m¨¦rito del catalanismo pol¨ªtico, ilustrado por el testimonio de tantas biograf¨ªas relevantes de muy diferente orientaci¨®n ideol¨®gica, la pretensi¨®n de, sin mengua de su reivindicaci¨®n nacional, avanzar por el arduo camino de civilizar al Minotauro ib¨¦rico.
A esta tarea Pujol dedic¨® sus cualidades de estadista, combinando su habitud de Estado y su habitud nacional a trav¨¦s de un neopactismo que recuerda muy mucho el de hace siglos, hoy tan valorado por los historiadores de las ideas y de las formas pol¨ªticas. Un neopactismo que no enclaustra a Catalu?a, sino que, de una parte, ha permitido salvaguardar y desarrollar su identidad nacional y, de otra, permitir¨ªa proyectarla en una Espa?a plurinacional, beneficiosa para todos. Si, desde Madrid, se hubiera sabido corresponder a tales planteamientos avalados por el liderazgo carism¨¢tico de Pujol en su pa¨ªs, el neopactismo, verdadera "alternativa catalana", hubiera fecundado ya en una determinada y estable idea de Espa?a.
Perdida tal ocasi¨®n, esa determinada idea de Espa?a est¨¢ a¨²n por madurar, pero es evidenteque nos encontramos m¨¢s cerca de ella que un cuarto de siglo atr¨¢s, y a tal progreso no es ajeno el empe?o del presidente saliente. De la misma manera que la Catalu?a de nuestros d¨ªas no es la so?ada por Pujol, sin que tales sue?os sean est¨¦riles, porque las naciones son comunidades imaginadas que si no se idealizan nunca llegan a ser realidad.
Pero, y esta es mi tercera tesis, ning¨²n tributo mejor a la obra ya hecha que confiar y confiar activamente en que el Minotauro plurinacional espa?ol pueda ser cabalgado, con habilidad, prudencia y sin reservas, por una Catalu?a due?a de s¨ª misma. El voto de su pueblo y las opciones de sus pol¨ªticos lo articular¨¢n como mejor sepan y puedan. Por eso, a mi entender (que por espa?olista creo en Catalu?a y de ser catal¨¢n ser¨ªa votante de CiU), no es poco homenaje a Pujol, por parad¨®jico que resulte, el que en el Gobierno de la Generalitat le suceda la oposici¨®n. Eso quiere decir que, m¨¢s all¨¢ de las an¨¦cdotas -?no es anecd¨®tico en la historia qui¨¦n sea director general de cualquier cosa?-, la reivindicaci¨®n nacional catalana, su "voluntad de ser", que Pujol ha contribuido como nadie a decantar, excede de su propio partido e impregna las fuerzas pol¨ªticas votadas por el 89% del electorado. ?No contribuye acaso a la identidad nacional de Catalu?a que la izquierda, cuyos m¨¦ritos en la recuperaci¨®n de tal identidad no son pocos, acceda democr¨¢ticamente al gobierno de las instituciones? ?No es bueno que muchos "nuevos catalanes" lo hagan en partidos indudablemente catalanistas, cuyo ¨¦xito exorciza cualquier tentaci¨®n de neolerrousismo?
Si, volviendo a las categor¨ªas de Vicens Vives, ser¨ªa un error abandonar el neopactismo por la utop¨ªa -y nada hay m¨¢s sectario que la utop¨ªa-, en el propio escenario pol¨ªtico catal¨¢n y en las relaciones con el Estado, lo ser¨ªa a¨²n mayor el descalificar, y no digamos el amenazar y perseguir, la opci¨®n pol¨ªtica leg¨ªtimamente constituida merced a la Constituci¨®n, el Estatuto y el autogobierno democr¨¢tico, a cuya construcci¨®n Pujol contribuy¨® decisivamente.
Miguel Herrero de Mi?¨®n es miembro de la Real Academiade Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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