Manet
La cola que se hab¨ªa formado en el museo del Prado para ver la exposici¨®n de Manet llegaba hasta la puerta del Jard¨ªn Bot¨¢nico, pero despu¨¦s de unos d¨ªas de lluvia, era tan dorado el oto?o de esa ma?ana en Madrid que tuve que elegir entre la naturaleza y el arte. Por una parte deb¨ªa esperar m¨¢s de una hora para poder contemplar entre un tumulto de gente el cuadro de la camarera del Folies-Berg¨¦re, que es una obra insigne; por otra, me bastaba con dar media vuelta, entrar en el Jard¨ªn Bot¨¢nico cuyos senderos estaban cubiertos de hojas amarillas y donde una ligera niebla entre las ramas desnudas recib¨ªa del sol todos los matices del oro viejo convertidos en humo, para hallar a mi entera disposici¨®n en estado puro las luces naturales que hab¨ªan nutrido a este artista, precursor de los impresionistas. Edouard Manet vino a Madrid en 1865, visit¨® el museo del Prado y qued¨® anonadado ante el pa?uelo de la infanta Margarita de Vel¨¢zquez. Postrado de rodillas ante esas pinceladas obtuvo una revelaci¨®n: aquella mancha blanca tan confusa de cerca, pero tan n¨ªtida de lejos, era el don de la libertad. Manet se propuso llevar esa lecci¨®n a sus lienzos y con ello inaugur¨® la pintura moderna, que consiste en preocuparse m¨¢s por la propia acci¨®n de pintar que por el tema natural, de modo que, al comenzar un cuadro, el artista ignore c¨®mo va a terminarlo. Dentro del jard¨ªn se bifurcaban muchos senderos y yo tampoco sab¨ªa cual ser¨ªa el final del camino si tomaba la naturaleza como arte. En su tiempo El desayuno sobre la hierba, de Manet, con una mujer desnuda entre dos hombres vestidos, caus¨® una morbosa inquietud en los espectadores y un esc¨¢ndalo aun mayor levant¨® la oferente sexualidad de su Olimpia, basada en la Venus de Tiziano. Pues bien, las mismas luces de esos desnudos todav¨ªa sin amasar colgaban ahora de las ramas de los ¨¢rboles del Bot¨¢nico dejando en el aire una sensualidad t¨¢ctil. Me par¨¦ a admirar unas peque?as coliflores violetas y blancas, escarchadas con agujas de hielo, que exhibidas en un escaparate con cristal antibalas pod¨ªan desafiar con ventaja a cualquier joya de Bulgari, pero a esos destellos de diamante Manet los hizo carne y con ellos hab¨ªa construido el desnudo de la mujer sentada en la hierba. Aquella ma?ana en el Jard¨ªn Bot¨¢nico bastaba con desearlo para que la chica de la merienda campestre se levantara, se vistiera con jersey y vaqueros y comenzara a pasear llevada del brazo por sus dos amigos enamorados. Frente al arte, esta era la naturaleza.
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