S¨®lo por amor
Para mi generaci¨®n, era un poeta secreto, quiz¨¢ el m¨¢s secreto de todos los que hab¨ªan sido perseguidos por el franquismo. Y, aunque no se trat¨® de un escritor maldito, en el sentido habitual del t¨¦rmino, pues mereci¨® en vida admiraci¨®n y respeto por su obra, tambi¨¦n padeci¨® miseria, enfermedad y dolor hasta extremos inimaginables. Voluntario republicano en el 5? Regimiento, luch¨® en las trincheras junto a El Campesino, particip¨® en el congreso de intelectuales de Valencia, viaj¨® a Mosc¨² en plena contienda espa?ola y termin¨® sus d¨ªas en un angustioso y perenne traslado, de c¨¢rcel en c¨¢rcel de la dictadura. Tras ser condenado a muerte en un consejo de guerra, vio conmutada su pena, pero falleci¨® vomitando sangre en la enfermer¨ªa de una prisi¨®n alicantina. Apenas contaba 31 a?os.
Miguel Hern¨¢ndez Gilabert, hijo de un tratante de cabras, pastor en sus a?os mozos, lector de G¨®ngora mientras cuidaba el ganado bajo el cielo de estrellas de su Orihuela natal, es el m¨¢s inquietante de los poetas hispanos del pasado siglo, un tiempo enormemente prol¨ªfico en ellos. Si no ha ganado todav¨ªa la universalidad de Lorca o el reconocimiento de Machado, nadie le discute ya el inmenso privilegio de haber podido vivir y morir de acuerdo a su literatura. Quiz¨¢s de ning¨²n otro, entre los espa?oles, podr¨¢ decirse como de ¨¦l que fundi¨® a cada minuto su biograf¨ªa con su obra, hasta el terrible y desgraciado final de su existencia. Muri¨® joven, pobre y solo, lejos de la familia a la que tanto am¨®, rodeado del cari?o y respeto de los dem¨¢s presos, que le rindieron homenaje en el patio de la c¨¢rcel. A su mujer, Josefina Manresa, hija de un guardia civil asesinado por un grupo de milicianos al comienzo de la guerra, le impidieron velar el cad¨¢ver. Las noches del penal no pod¨ªan verse turbadas por nada ajeno: se reservaban a los fusilamientos.
Tuvimos que esperar mucho tiempo para leerle con normalidad. Aunque a partir de los a?os cincuenta comenzaron los intentos de recuperaci¨®n de su memoria, algunas ediciones fueron destinadas a la hoguera por la autoridad competente, y hasta los cr¨ªticos literarios tem¨ªan comentar elogiosamente su legado. Vientos del pueblo, poemario editado por el Socorro Rojo de la Valencia republicana, estaba prohibido y s¨®lo llegaba a nuestras manos, con mucha dificultad, en las publicaciones de M¨¦xico o Argentina. Los j¨®venes de ahora desconocen los problemas con que topamos sus padres y abuelos para acercarnos a la literatura. La circulaci¨®n clandestina de ediciones extranjeras de obras desterradas, como sus autores, por el franquismo supl¨ªan las ausencias en los escaparates de nuestras librer¨ªas. En 1964, 22 a?os despu¨¦s de la muerte del poeta, apareci¨® en Barcelona una antolog¨ªa que inclu¨ªa algunos de los versos prohibidos del oriolano que, a finales de la d¨¦cada y comienzos de la siguiente, comenzaron a ser difundidos, casi enarbolados, por cantautores como Paco Ib¨¢?ez y Joan Manuel Serrat. A ¨¦stos se debe la enorme popularidad que Miguel Hern¨¢ndez logr¨® alcanzar entre la juventud, en las postrimer¨ªas de la dictadura y comienzos de la democracia. La versi¨®n cantada por Ib¨¢?ez de Andaluces de Ja¨¦n bati¨® marcas de venta y sonaba insistentemente en las radios de la ¨¦poca.
Autor tambi¨¦n de un par de obras de teatro -entre ellas un auto sacramental-, Miguel Hern¨¢ndez fue un poeta puro que utiliz¨® los materiales duraderos de la existencia. El amor, la vida y la muerte son los tres grandes temas que aborda con decisi¨®n constante y valerosa. Con ellos se funden, de modo contundente, casi intr¨ªnseco, el esperma de la naturaleza y una sorprendente influencia estil¨ªstica de lo mejor de nuestro Siglo de Oro. Como espa?ol trascendente, Miguel Hern¨¢ndez es un m¨ªstico; como pastor de cabras y soldado en las trincheras, ahonda en la condici¨®n mineral de los humanos; como perdedor de una guerra y padre despose¨ªdo, su gesto es el de la pena; como joven ardientemente enamorado, su grito reclama la libertad. Es la suya una poes¨ªa total, apasionada, irreverente y tierna, de una virilidad conmovedora, de una sexualidad casi asfixiante, que se palpa, se huele, se mastica. "Tres palabras, / tres fuegos has heredado: / vida, muerte, amor. Ah¨ª quedan / escritos sobre tus labios". Esos fuegos se esparcen incendi¨¢ndolo todo, de modo que el llanto por el hijo perdido, por el ni?o ausente, encierra id¨¦ntico furor ¨¦pico al de los cantos guerreros con que arenga a la lucha revolucionaria: "Jornaleros: Espa?a, loma a loma, / es de ga?anes, pobres y braceros. / ?No permit¨¢is que el rico se la coma, / jornaleros!". De la pluma de Miguel Hern¨¢ndez nace un torrente inagotable, mezcla de visceral dulzura, de pasi¨®n insatisfecha, que no cesa de hurgar en la esperanza que a ¨¦l le arrebataron.
Muchas de estas circunstancias explican que los poemas hernandianos formen parte de la biograf¨ªa ¨ªntima y sentimental de los espa?oles de la Transici¨®n. Probablemente s¨®lo la obra de Antonio Machado le super¨® en ese sentido. A la particular magia de sus palabras, Hern¨¢ndez sumaba mejor que nadie el simbolismo de la protesta frente a la represi¨®n pol¨ªtica. Algunos bienpensantes de la ¨¦poca, deseosos quiz¨¢ de homologar al poeta con la Espa?a oficial establecida, insistieron en el hecho de que Miguel hab¨ªa aceptado casarse por la Iglesia semanas antes de morir en prisi¨®n, callando arteramente que lo hizo, sobre todo, por complacer a su esposa y poder reconocer tambi¨¦n al hijo de ambos, en una Espa?a en la que el C¨®digo Civil y el Can¨®nico eran las dos caras de una sola moneda. La angustia por las penalidades a las que se vio sometida Josefina, una hermosa mujer, pero sin ilustraci¨®n ni conocimientos, es algo permanente en la obra de su infortunado marido. Testigos de su muerte aseguran que las ¨²ltimas palabras que pronunci¨® estuvieron dirigidas a ella: "?Ay, hija, Josefina, qu¨¦ desgraciada eres!".
La antolog¨ªa preparada por EL PA?S de los poemas de amor y guerra de Miguel Hern¨¢ndez recoge tambi¨¦n algunas muestras de su poes¨ªa social. Constituye un ejemplo valioso de la obra de este espa?ol de bien, v¨ªctima de la intolerancia que durante siglos asol¨® nuestro pa¨ªs. ?l, como Federico Garc¨ªa Lorca, representa el testimonio imborrable de una Espa?a truncada por la incomprensi¨®n y el odio hasta extremos inauditos. Pero nadie ha sabido expresar mejor la alegr¨ªa de la esperanza en medio de tantas tribulaciones. Una esperanza que le llevaba a escribir, ya casi sin aliento, a su amada desde las mazmorras de la dictadura: "Libre soy, si¨¦nteme libre. / Solo por amor".
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