Pol¨ªtica, prepol¨ªtica y filosof¨ªa
"Que no parezca que
he vivido en vano"
Tycho Brahe
En la universidad en la que yo estudi¨¦, hacia finales de los sesenta y principios de los setenta, era frecuente que en las discusiones entre estudiantes progresistas y estudiantes reaccionarios, estos ¨²ltimos intentaran rehuir ciertas cuestiones utilizando el argumento de que "eran pol¨ªticas", diagn¨®stico al que, de modo invariable, segu¨ªa la concluyente afirmaci¨®n de que ellos en pol¨ªtica no quer¨ªan entrar. Era tambi¨¦n muy frecuente que a ese argumento los progresistas (que por aquel entonces prefer¨ªan autodenominarse "revolucionarios") replicaran afirmando que todo es pol¨ªtica y que, por tanto, resultaba perfectamente in¨²til el empe?o de escapar a discusiones de seg¨²n qu¨¦ tipo. Desde entonces ha llovido bastante y, paradojas de la vida y de la historia, buena parte de los apol¨ªticos de entonces ocupan hoy el poder, donde parecen encontrarse muy a gusto, mientras que se ha convertido en habitual que los hiperpolitizados de anta?o anden m¨¢s bien melanc¨®licos, lami¨¦ndose las heridas de su desencanto hacia la cosa p¨²blica.
Como no pertenezco al grupo, seg¨²n parece numeroso, de los que esperan a saber qu¨¦ es lo que piensa sobre cualquier asunto Aznar (estoy utilizando la figura ret¨®rica de la personificaci¨®n, por supuesto) para opinar lo contrario, no me duelen prendas en reconocer que tal vez a aquellos reaccionarios de mi juventud les asist¨ªa m¨¢s raz¨®n de la que yo estaba dispuesto a atribuirles. Aunque me apresuro a a?adir que es muy probable que la raz¨®n que les concedo desde el presente no fuera la que ellos reclamaban en su momento. Intento explicarme. Por supuesto que tiene escaso sentido intentar separar, dentro de la esfera de los problemas que afectan a toda una comunidad, los que tienen que ver con la pol¨ªtica y los que se dejan plantear sin ninguna referencia a la misma. ?A alguien se le ocurrir¨ªa defender la idea de que es posible debatir acerca de la educaci¨®n, la sanidad, el empleo, la vivienda o cualquiera de esas cuestiones que a todos afectan sin introducir en el debate la actuaci¨®n (o la ausencia de actuaci¨®n) que en tales ¨¢mbitos tienen los poderes p¨²blicos? ?Y c¨®mo admitir esto y, al mismo tiempo, continuar defendiendo una tesis apol¨ªtica? Ciertamente, nadie se atrevi¨® a hacerlo con el desparpajo del viejo general, cuando le recomendaba a su ministro "haga como yo, no se meta en pol¨ªtica".
?En qu¨¦ sentido, entonces, les concedo alguna raz¨®n, con efectos retroactivos, a aquellos reaccionarios? En el de que, no habiendo en sentido fuerte cosas al margen de la pol¨ªtica, s¨ª puede decirse que las hay anteriores a la pol¨ªtica, no tanto en el sentido de que la preceden geneal¨®gicamente como en el de que la fundamentan o, como poco, constituyen su condici¨®n de posibilidad. A este g¨¦nero de cuestiones pertenecen las relacionadas con el sentido del actuar humano y con su hipot¨¦tica libertad. Pues bien, tambi¨¦n al respecto de estas cuestiones, m¨¢s de fondo, parece haberse producido un intercambio de posiciones, siendo los esperanzados de ¨¦pocas pasadas los que hoy se muestran por completo esc¨¦pticos ante la idea misma de que sea posible intervenir en el seno de lo existente, y menos todav¨ªa para transformarlo en un sentido radical.
A menudo, escuchando los argumentos que se utilizan para justificar dicho escepticismo, no puedo por menos que acordarme de Rorty y pensar que una de las cosas que m¨¢s han obstaculizado una correcta comprensi¨®n del asunto de la libertad humana ha sido una met¨¢fora enga?osa; a saber, la met¨¢fora del libro en blanco (que en ¨²ltima instancia remite a la imagen del Dios Creador), aunque tambi¨¦n haya contribuido significativamente a la confusi¨®n la imagen de la Tierra Conquistada (que sugiere que la libertad es algo susceptible de ser alcanzado, tarde o temprano, de una vez por todas). Obviamente, si ponemos el list¨®n de la libertad tan alto, si suponemos que aut¨¦ntica libertad es ¨²nicamente la que nos permite llevarlo a cabo todo, y ya, estamos comprando muchos n¨²meros para terminar concluyendo que tan venerable idea constituye, en el mejor de los casos, un ideal inalcanzable. Pero, precisamente por ello y para no terminar en tan decepcionante conclusi¨®n, tal vez valga la pena probar con otras figuras.
En su ¨²ltimo (y, por lo dem¨¢s, excelente) libro, El valor de elegir, Fernando Savater ha insistido en la idea de la dimensi¨®n aupoi¨¦tica que caracteriza el obrar humano, en el hecho de que, a trav¨¦s de nuestras acciones, no s¨®lo transformamos el mundo exterior a nosotros, sino que tambi¨¦n nos transformamos a nosotros mismos. El hacer humano es tambi¨¦n un proceso permanente de rehacerse. No somos, por tanto, creadores perfectos que nos confrontamos limpiamente con el mundo, sino partes de ese mismo mundo esforz¨¢ndose en imponer su hegemon¨ªa sobre el resto. Libertad, por decirlo con la terminolog¨ªa cl¨¢sica, se entiende mejor como autodeterminaci¨®n, como el proceso por el que a?adimos a las determinaciones preexistentes la nuestra, con la voluntad de que se imponga sobre las dem¨¢s. As¨ª las cosas, lo que habr¨ªa que preguntarse entonces no ser¨ªa tanto los resultados obtenidos (para ver a cu¨¢nta distancia estamos de la meta) como el signo del proceso, la tendencia que se?ala. Con otras palabras, la pregunta pertinente, a pesar de su apariencia sumaria, deber¨ªa ser m¨¢s bien ¨¦sta: ?se deja interpretar mejor el devenir humano como un proceso de reducci¨®n de las ocasiones en las que podemos hacer uso de la libertad o, por el contrario, como un desarrollo caracterizado por un aumento de las mismas?
Desde luego que si atendemos ¨²nicamente, pongamos por caso, a la enorme cantidad de energ¨ªas que el hombre primitivo ten¨ªa que dedicar a su mera supervivencia, est¨¢ claro que la situaci¨®n de quienes vivimos en las sociedades occidentales desarrolladas ofrece un margen infinitamente mayor en el que poder actuar y, por tanto, adoptar elecciones libres (era pensando en esto que Marx afirmaba aquello tan conocido de que "la libertad se mide en tiempo libre"). Por descontado que semejante diagn¨®stico admitir¨ªa m¨²ltiples matizaciones, sobre todo en el sentido de que cabr¨ªa argumentar, y con raz¨®n, que las ancestrales limitaciones que la naturaleza impon¨ªa a los hombres han ido siendo desplazadas por las que le impone la propia sociedad, de tal manera que, continuar¨ªa la argumentaci¨®n, las mayores amenazas a la libertad humana son las que provienen no del exterior, sino del interior de nuestro propio mundo. Pero aun as¨ª, y aunque acept¨¢ramos que las limitaciones han cambiado de signo, dif¨ªcilmente podr¨ªamos concluir que el espacio para nuestra acci¨®n se ha ido estrechando hasta dejarnos casi sin margen para la intervenci¨®n. El problema no parece ser ¨¦ste. El problema realmente llamativo, a mi entender, es c¨®mo, a pesar del ensanchamiento objetivo de las posibilidades, en nuestras sociedades se generaliza hasta convertirse casi en un t¨®pico el convencimiento de que hoy somos menos libres.
No es un convencimiento inocuo, ni exento de consecuencias. Antes bien al contrario, constituye la genuina condici¨®n de posibilidad de esa particular intervenci¨®n en el mundo que constituye la acci¨®n pol¨ªtica. Con lo que nos encontramos de nuevo en el punto de partida de la presente reflexi¨®n. No todo, efectivamente, es pol¨ªtica. Pero lo que est¨¢ antes de la pol¨ªtica, fund¨¢ndola, debe ser adecuadamente pensado si queremos que aqu¨¦lla pueda tener lugar y pueda tener lugar en la forma adecuada. Mucho me temo que buena parte de aquellos avejentados progresistas ha puesto la carreta delante de los bueyes, ha acomodado su descripci¨®n del mundo a una previa percepci¨®n derrotista y ha terminado por reeditar la antigua tesis gramsciana, s¨®lo que con una leve, pero significativa, modificaci¨®n. Gramsci, como es sabido, afirmaba que durante las ¨¦pocas m¨¢s sombr¨ªas, los desfavorecidos cifran todas sus esperanzas de liberaci¨®n en los inexorables designios de la historia, la cual -conf¨ªan- terminar¨¢ por sacarlos de su deprimida situaci¨®n. Hoy, desde luego, no se conf¨ªa en lo mismo, pero no por ello la (pasiva) disposici¨®n es, en el fondo, muy diferente.
Pensemos, sin ir m¨¢s lejos, en esa tendencia, tan difundida en los ¨²ltimos tiempos, a subsumir la figura del ciudadano bajo la figura del consumidor, esto es, a entender a aqu¨¦l como alguien definido precisamente por su absoluta carencia de compromiso estable, sea con una fuerza pol¨ªtica o con un modelo de sociedad, cuya conducta se caracteriza por ir optando en cada momento por una u otra oferta (tanto en la esfera electoral -el llamado votante posmoderno- como en cualquier otra esfera p¨²blica) de acuerdo con sus cambiantes intereses. Sustituir el ¨¢gora por el mercado como met¨¢fora con la que pensar la inscripci¨®n de los ciudadanos en su sociedad, o reemplazar el ideal de la deliberaci¨®n por el del consumo no constituyen simples desplazamientos terminol¨®gicos: constituyen un aut¨¦ntico escamoteo conceptual que cumple la funci¨®n de rebajar la importancia del ejercicio de la libertad a base de banalizarlo.
Acaso todav¨ªa m¨¢s ilustrativa resulte esa otra tendencia, asimismo muy frecuente hoy en d¨ªa, a considerar un derecho (cuando no un derecho inalienable) cualquier cosa que sea la que reclamemos, como si, en vez de constituir dicha reclamaci¨®n el resultado de la libre capacidad para establecer nuestros propios fines fuera algo que nos es debido. El desplazamiento puede ser interpretado como un caso particular de alienaci¨®n que impide percibir la aut¨¦ntica naturaleza de los objetivos que nos vamos fijando (y, entre otras cosas, reconocer su ¨ªntima fragilidad). As¨ª, no es raro encontrarse con planteamientos que a la n¨®mina de derechos habitualmente reconocidos (de expresi¨®n, de asociaci¨®n, de reuni¨®n...) a?aden otros tan ins¨®litos como el derecho a la felicidad personal. Tambi¨¦n en este caso el signo de la operaci¨®n est¨¢ claro: hablar de la felicidad (o de cualquier otra meta semejante) en t¨¦rminos de derecho no s¨®lo equivoca los t¨¦rminos de la relaci¨®n al considerar como una deuda que el mundo tiene contra¨ªda con nosotros aquello que, en realidad, constituye una aspiraci¨®n de nuestra parte (y que es en el plano de la pol¨ªtica donde corresponde plantear), sino que, sobre todo, contribuye a reforzar un cierto sentimiento de p¨¦rdida por todo aquello que supuestamente nos ha sido arrebatado o nos corresponde.
Acabemos ya. Quien identifica la libertad con mantener, intactas, todas las opciones, est¨¢ condenado a no dar el m¨¢s m¨ªnimo paso, a no formular promesa alguna, a no comprometerse bajo ning¨²n concepto, precisamente porque interpreta todos esos gestos como un recorte de dicha libertad. Pero ser libre tiene algo de parad¨®jico: consiste en dejar de serlo a voluntad precisamente para poder seguir si¨¦ndolo. Sin que haya opci¨®n en este punto: vivir sin elegir es vivir en vano. No es m¨¢s libre, sino menos, aquel que, en vez de esforzarse por intervenir, est¨¢ siempre a verlas venir. La conclusi¨®n, todo lo provisional que se quiera, no resulta demasiado reconfortante: entendemos mal en qu¨¦ consiste la libertad y, como consecuencia, la utilizamos peor. As¨ª nos va.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.