La nueva Navidad
Si al ni?o no le trae regalos Pap¨¢ Noel ser¨¢ un desgraciado. Ya no hay resistencia posible. El gordo de rojo ha llegado desde Estados Unidos como una divisi¨®n acorazada para derribar a los monarcas navide?os que, a juicio norteamericano, impon¨ªan un reinado desp¨®tico y dictatorial y, qui¨¦n sabe, quiz¨¢ ocultasen armas de destrucci¨®n masiva.
Las costumbres navide?as americanas se han ido adue?ando de nuestro paisaje y nuestras tradiciones como un virus inform¨¢tico o espongiforme. La entronizaci¨®n de Santa Claus como s¨ªmbolo festivo y portador de ilusiones es el elemento m¨¢s visible de esta invasi¨®n. Intentar defender la tradici¨®n de los Reyes Magos negando a los ni?os el regalo del d¨ªa de Navidad s¨®lo contribuye a frustrarles. El problema es la falta de consenso en la barricada. En cuanto el vecino cede, estamos perdidos. ?C¨®mo dejar que nuestros hijos o nuestros sobrinos bajen a la calle despose¨ªdos de un coche teledirigido, una mu?eca defecadora o una consola de bolsillo con Internet y microondas si el resto de los chavales del barrio los lucir¨¢n ante sus rostros apagados?
Otra costumbre americana que ha prendido en muchos hogares y que mina la coraza de tradici¨®n y de espa?olismo que intent¨¢bamos mantener algunos, es el alumbrado. Toda la vida se ha encargado el Ayuntamiento de engalanar las calles. Con la luminotecnia de la Gran V¨ªa, la Castellana y los Cortes Ingleses estaba servida la ciudad. Luego cada uno prend¨ªa en la intimidad alguna vela o un t¨ªmido rosario de luces de colores encima de la televisi¨®n. Pero ahora el vecino siluetea su chalet adosado con cientos de bombillas blancas y engalana su pinito del jard¨ªn con m¨¢s kilovatios que un concierto de AC / DC. El amor por la espectacularidad y el deseo de ostentar y sobresalir que ha llevado a los americanos a competir por incendiar de corriente alterna sus viviendas, ya esta aqu¨ª. Si nuestras casas en estas fechas no est¨¢n ornamentadas de luces, parecen delatar una carencia de alegr¨ªa, solidaridad y amor entre sus paredes, valores que se han de celebrar, por supuesto, alrededor de un abeto.
El bel¨¦n ha ido perdiendo actualidad y cediendo protagonismo al ¨¢rbol como representaci¨®n dom¨¦stica de las fiestas. Las primeras v¨ªctimas de este progresivo desinter¨¦s por el nacimiento fueron los pastores sin reba?o y los patos fuera de escala sobre el papel albal. Luego dejamos de colgar el ¨¢ngel suicida sobre el portal y ni siquiera sacamos del caj¨®n a Herodes. El bel¨¦n aquel de nuestra infancia, con musgo de verdad y pozo de corcho, o ha desaparecido del todo o se ha quedado en una triste reuni¨®n de pareja en torno a un hijo no buscado.
Pero a pesar de estar alienados por los iconos navide?os americanos y por sus costumbres, a¨²n conservamos rasgos aut¨®ctonos. Los villancicos todav¨ªa los cantamos en espa?ol, nuestros pavos siguen sin ser de poliesp¨¢n y las reuniones familiares son mucho m¨¢s numerosas que las americanas. La familia contin¨²a siendo el valor m¨¢s importante en nuestras vidas, eso no ha cambiado aunque nos reunamos en una casa sin bel¨¦n y con tantas luces en la fachada como el Enterprise.
Durante el resto del a?o y en otros ¨¢mbitos de nuestra vida hemos aceptado el mimetismo cultural americano. Pero la Navidad parec¨ªa un reducto tan ¨ªntimo y tradicional que nos cuesta aceptar la p¨¦rdida de identidad y costumbres. Quiz¨¢ no nos quede m¨¢s remedio que ceder. Entregarnos a las nuevas celebraciones, acabar festejando Halloween y el D¨ªa de Acci¨®n de Gracias. Resistir atrincherados en nuestro nacimiento y nuestro Melchor no tiene mucho sentido porque no lo haremos todos juntos. Las generaciones venideras quedar¨¢n diferenciadas, no s¨®lo por los ritos navide?os de las diversas culturas, sino entre los que vac¨ªan calabazas y los que se niegan a comer pavo con mermelada en Thanks Giving. Quiz¨¢ nosotros a¨²n tengamos fuerzas y convencimiento para aguantar, pero qu¨¦ consecuencias tendr¨¢ para nuestros descendientes privarles de la ineludible "nueva Navidad yankee".
Cuando ¨¦ramos peque?os, en el colegio sol¨ªamos tener un compa?ero en cuya casa no hab¨ªa televisi¨®n. Sus padres eran combativos hippies o anarquistas que no dejaban que su prole se infectase de la frivolidad, la manipulaci¨®n y el consumismo de la caja tonta. Pero hoy esos padres han perdido la batalla y me ha parecido ver al chaval de mi colegio travestido de Pap¨¢ Noel verde en un anuncio de Amena.
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