Estadounidenses y europeos, musulmanes y jud¨ªos
En lugar de presentar al mundo las im¨¢genes de extremistas que han predominado en los medios de comunicaci¨®n durante los dos ¨²ltimos a?os, la reuni¨®n para los acuerdos de Ginebra sac¨® a la luz im¨¢genes de israel¨ªes y palestinos decididos a tener una vida normal: m¨¦dicos, abogados, educadores, madres, padres y j¨®venes, que sue?an con una existencia que no est¨¦ en manos de los extremistas y los pol¨ªticos.
Evidentemente, cada paso hacia adelante se encontrar¨¢ con el estruendo asesino de aqu¨¦llos. Durante la reuni¨®n, el novelista y activista franc¨¦s en la defensa de los derechos humanos Marek Halter (cuya familia escap¨® de los nazis con ¨¦l, cuando era peque?o, arrastr¨¢ndose por las alcantarillas del gueto de Varsovia), coment¨® con tristeza a un periodista de The New York Times que se sent¨ªa como una persona que jugara al mismo n¨²mero en la ruleta desde hac¨ªa 35 a?os, con la esperanza de ganar alguna. En estos tiempos, con la volatilidad en Oriente Pr¨®ximo, m¨¢s los grandes cambios demogr¨¢ficos que se est¨¢n produciendo en Europa, m¨¢s un Bush galopante y desacertado, la reuni¨®n puede parecer un gesto fr¨¢gil, pero hacer que lo normal sea visible, que significa creer en la posibilidad de lo normal, es fundamental.
Voy a explicar lo que quiero decir cuando hablo de la importancia de la visibilidad: durante las d¨¦cadas de Gobierno de Franco, Espa?a experiment¨® la ignominia y el peligro de ser invisible para el mundo exterior. Observadores pol¨ªticos que sol¨ªan estar bien informados se equivocaron y creyeron que Espa?a era la causa perdida que hab¨ªan defendido, pero que estaba entre las sombras. La nostalgia siempre es peligrosa: lo que desaparece de la vista es el ciudadano corriente y no fan¨¢tico. Por eso, muchos periodistas creyeron que, al morir Franco, ten¨ªa que producirse una guerra civil en miniatura o, por lo menos, que habr¨ªa grandes disturbios. A veces era dif¨ªcil convencer a los lectores, especialmente a los intelectuales, de que se alejaran del glamour hist¨®rico de la Guerra Civil espa?ola y se dieran cuenta de que lo que ocurr¨ªa era m¨¢s normal, que Espa?a se estaba volviendo moderna.
No puedo presumir de tener personalmente una gran experiencia multicultural -mi familia vive en el mismo barrio de Manhattan desde hace cinco generaciones-, pero fui testigo de la transici¨®n de mi pa¨ªs durante la era de los derechos civiles. Dos autores negros, James Baldwin (Nobody knows my name) y Ralph Ellison (El hombre invisible), afinaron, durante ese periodo, la conciencia de Estados Unidos sobre la invisibilidad de los negros: a los norteamericanos les encantaba el jazz, pero los m¨²sicos negros ten¨ªan que viajar en trenes segregados en el Sur, donde todav¨ªa hab¨ªa linchamientos y asesinatos. En el Norte, m¨¢s progresista, los habitantes presum¨ªan de tener amigos y amantes negros, pero los profesionales negros no pod¨ªan alquilar pisos en barrios de buena calidad. En la pel¨ªcula La mancha humana (basada en la novela del mismo t¨ªtulo de Philip Roth), situada en los a?os cincuenta, un estudioso negro de piel clara hace invisible su "negritud" y se hace pasar por un jud¨ªo de piel oscura para conseguir trabajo en una universidad, pero entonces sufre ataques antisemitas. Eso ocurr¨ªa entonces. No es que las cosas, ahora, sean perfectas, pero, en los ¨²ltimos 30 a?os, EE UU se ha convertido, asombrosamente, en un pa¨ªs multicultural.
Podemos hablar de la invisibilidad jud¨ªa: Francia es el ¨²nico lugar en Europa en el que queda una poblaci¨®n jud¨ªa importante, alrededor de 600.000 personas. Para decirlo claramente, en Europa no existe un punto de vista jud¨ªo; Hitler consigui¨® hacer que Europa fuera un sitio "sin jud¨ªos", y eso hace que a los jud¨ªos les preocupe que Europa defina lo que es seguro para ellos. La mayor¨ªa de los intelectuales que expresan un punto de vista vagamente "jud¨ªo" en la prensa europea -si es que eso quiere decir algo, porque los jud¨ªos no est¨¢n casi nunca de acuerdo entre s¨ª- son argentinos, mexicanos, israel¨ªes, norteafricanos o, como yo, de Manhattan.
Podemos hablar de la invisibilidad musulmana en Europa: el falso intento del Centro Europeo para la Vigilancia del Racismo y la Xenofobia de ocultar las conclusiones que vinculan a la poblaci¨®n musulmana europea con agresiones f¨ªsicas a jud¨ªos y actos de antisemitismo es condescendiente para dicha poblaci¨®n: lo que se oculta no se puede arreglar. Los europeos han tardado enormemente en reconocer las necesidades de su numeros¨ªsima poblaci¨®n inmigrante. El problem¨¢tico Bush deber¨ªa intensificar las presiones sobre nuestros supuestos amigos, los saud¨ªes, para que dejen de financiar las madrasas, cuyos cl¨¦rigos predican el odio, y deber¨ªa presionar a los israel¨ªes y los palestinos para que abandonen sus posiciones de "t¨² primero".
Pero Chirac tiene que hacer algo m¨¢s que condenar con retraso los atentados contra sinagogas y estudiantes jud¨ªos; los guetos de pobreza y desempleo, como es natural, alimentan la conducta destructiva, y adem¨¢s es rid¨ªculo responsabilizar de todo el antisemitismo europeo a los musulmanes. En lugar de discutir si las mujeres musulmanas deben llevar pa?uelo (los grupos inmigrantes suelen aferrarse a costumbres casi religiosas para conservar fragmentos de su identidad cultural anterior), como si un pa?uelo pudiera derrumbar la hip¨®tesis cartesiana, Francia deber¨ªa emprender acciones en¨¦rgicas para hacer que su poblaci¨®n inmigrante deje de ser invisible y de estar marginada; hacer que las mujeres musulmanas sean econ¨®micamente independientes es la manera m¨¢s efectiva de darles libertad de elecci¨®n para usar o no el pa?uelo.
Para ello es preciso el compromiso a largo plazo de la empresa privada, los medios de comunicaci¨®n, el cine, los educadores y el Gobierno, y hacen falta monta?as de dinero. ?Por qu¨¦ no pedir a pa¨ªses como Guinea Ecuatorial, que tienen miles y miles de millones en ingresos por petr¨®leo -m¨¢s de los que podemos imaginar-, que aporten un buen subsidio? Es verdad que esos pa¨ªses no han ayudado a su propia poblaci¨®n, pero ?por qu¨¦ no ped¨ªrselo? El conmovedor hu¨¦rfano ¨¢rabe del norte de ?frica, con sus ojos so?adores, es ahora un buen desempleado; la conmovedora y difunta Ana Frank, tambi¨¦n de ojos so?adores, es una chica jud¨ªa a la que golpean en una calle francesa; la primavera de Praga de las causas perdidas se termin¨® hace tiempo. Lo que hace falta, tanto en EE UU como en Europa, es la aportaci¨®n de gente moderada, pragm¨¢tica e imaginativa.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Barbara Probst Solomon es periodista y escritora estadounidense.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.