Pecados navide?os
Hay ciertas ficciones, escritas o filmadas, que no documentan ninguna sociedad concreta, ficciones que m¨¢s que ser hijas de su tiempo, lo impugnan, lo niegan, lo rebasan. Son textos y pel¨ªculas que resumen y plantean lo que hay de capital, de inquietante, de perdurable, en nuestra vida. Con una hip¨¦rbole just¨ªsima, Ernst Bloch dec¨ªa en alg¨²n pasaje de su obra que el car¨¢cter esencial de la creaci¨®n es abordar lo que todav¨ªa no nos es familiar, aquello que a¨²n no se ha materializado o que, sin m¨¢s, no es percibido claramente por los contempor¨¢neos. Vistos as¨ª, la literatura o el cine son una condensaci¨®n de las cosas remotas, un acto en el que, por ejemplo, se hacen expl¨ªcitas y vecinas las preocupaciones m¨¢s distantes, las tensiones carnales, las fantas¨ªas metaf¨ªsicas, las rutinas y los puntos de fuga de la condici¨®n humana, de nuestro tiempo, de nuestra idea y de nuestra imaginaci¨®n. Perdonen este tono afectado: tal vez sea la larga Navidad lo que ha acabado por provocarlo. O quiz¨¢ no, quiz¨¢ haya sido conveniente abandonarse a la provocaci¨®n de estas fiestas.
He vuelto a ver Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick, una pel¨ªcula muy navide?a, parad¨®jicamente navide?a por sugerencia expl¨ªcita y por conclusi¨®n. No hay nada nuevo que de ella pueda a?adirse, aunque eso no deber¨ªa ser ¨®bice para pronunciarse. Perm¨ªtanme para ello evocar a Andr¨¦ Gide: "todo est¨¢ dicho ya", admit¨ªa, "pero, como nadie escucha, hay que volverlo a decir". Pues bien, la he vuelto a ver, lo que tengo que decir lo vuelvo a decir, y la conclusi¨®n es la misma: a pesar de lo ampulosa que pueda resultar, Eyes Wide Shut es fascinante. ?Y por qu¨¦? Porque trata de las tensiones y de las fantas¨ªas, de lo oscuro, de lo escondido, de nuestra psique m¨¢s profunda, de lo ambivalente de nuestros sentimientos de pareja, de la vigilia, del sue?o, del esposo y de la esposa; y ello, sin dar respuestas consoladoras, sin recaer en la moral dengosa de nuestros d¨ªas. Hemos tenido tentaciones, hemos fantaseado con nuestro amor y con la infidelidad, hemos destapado nuestras inclinaciones m¨¢s ind¨®mitas, hemos jugado con riesgo, parecen decirse Bob y Alice, encarnados por Tom Cruise y Nicole Kidman. ?Y qu¨¦ hacer? Tal vez, el mejor modo de salir airosos sea hacer que convivan nuestros fantasmas, avecindar nuestros deseos, nuestras perversiones y nuestras pulsiones. Mirar con lubricidad a la esposa o al esposo, arder en deseos, compartir sue?os y placeres haciendo justamente del goce carnal o de la experiencia com¨²n la meta de nuestra existencia. No hay aburrimiento cierto en la pareja que se ama, sino malentendidos; no hay rutina ni evidencias: hay averiguaci¨®n y novedad, riesgo y aventura. A pesar de lo que queremos creer, no conocemos la epidermis ni los pliegues interiores del ser amado, como no conocemos del todo las demandas de nuestro propio cuerpo, las urgencias salvajes, las tentaciones inexploradas. Aventurarse por esa piel, surcarla, manosearla, toquetearla, son experiencias que no se agotan; hacerla propia, provocar el deseo, multiplicarlo, son tareas que nada tienen que ver con proezas sexuales ni con la gimnasia corporal. Es el deleite tranquilo y obsceno, la procacidad de la carne. Pero, claro, si admitimos esto, si admitimos este horizonte, no hay nada dado de antemano, no hay fidelidad asegurada, sino riesgo y fantasmas interiores en ella y en ¨¦l que salen y que les muestran su mutua lascivia, una lascivia que no sospechaban.
Hay un sue?o l¨²brico de ella, Alice, pura fantas¨ªa, o mejor fantas¨ªa bien impura, ad¨²ltera; y hay una frustrada correr¨ªa sexual de ¨¦l, Bill, adulterio que no se consuma. En la mujer que encarna Nicole Kidman, el onirismo se desborda y su simple relato es una invasi¨®n del mundo; y en ¨¦l, el personaje que interpreta Cruise, lo que era vigilia y caza, b¨²squeda para vengar el malestar por la procacidad inconsciente de la esposa, para colmar sus propios anhelos, se transforma en pesadilla. El deseo asilvestrado e indome?able est¨¢ en nosotros: el pecado como placer, como tentaci¨®n y como ca¨ªda est¨¢ en la esposa y en el esposo, est¨¢ en ella y en ¨¦l. Estoy hablando de esposos, del goce de un matrimonio, de sus riesgos. No hablo del aburrimiento cotidiano ni de las inacabables compras navide?as ni de la rutina sexual, de eso no trata Kubrick: habla, por el contrario, de un matrimonio armonioso, estable y sincero, que quiere ser sincero, y que, por eso mismo, se aventura en el riesgo de una verdad siempre incompleta y oscura. No se resignan y se atreven a enmendar la realidad prosaica que a todos aplasta; no se resignan y se adentran por el territorio de la fantas¨ªa, o mejor dicho, es la esposa, con coraje y con marihuana, la que se adelanta. ?Y qu¨¦ descubren y qu¨¦ descubrimos? Huidas fantaseadas e historias posibles de adulterio que no son fruto del odio o del tedio matrimonial, sino del goce y de la tentaci¨®n que hay en nuestra psique m¨¢s profunda y que hemos destapado. El marido, en principio, no sabe c¨®mo hacer frente a ese descubrimiento, no sabe c¨®mo aceptar esa infidelidad fantaseada. Lo real y lo imaginado se confunden y su camino hacia un adulterio real se frustra una y otra vez. Tambi¨¦n la suya es una aventura sin consumar. La revelaci¨®n final y la sinceridad de ambos -no la mendacidad, no el enga?o- mantienen el matrimonio puesto que esas infidelidades de la imaginaci¨®n son inevitables, forman parte de nosotros y, sorprendentemente, aseguran su salvaci¨®n.
?Y despu¨¦s de lo que hemos averiguado qu¨¦ podemos hacer? Despu¨¦s de saber que hay algo extra?o dentro de m¨ª, que hay algo extra?o dentro de ella, y que es una pulsi¨®n orgi¨¢stica a la que no podremos embridar, despu¨¦s de averiguar eso, como digo, ?qu¨¦ hacer? El ambiente en que transcurre la escena cinematogr¨¢fica es navide?o, ese momento en que los esposos desconcertados se disponen a hacer las compras festivas, sugiri¨¦ndose aparentemente un regreso a los valores familiares. "What's that?", se pregunta angustiado el atolondrado esposo en la tienda de juguetes. Y Alice, haciendo una pausa mientras mira fijamente a Bill, le espeta: "Fuck", algo que all¨ª suena incongruente, rotundo, saludable. En efecto, lo ¨²nico que queda es follar, seg¨²n o¨ªmos en el doblaje espa?ol. O, mejor a¨²n, dir¨ªamos nosotros: fornicar, con ese verbo antiguo, de resonancias b¨ªblicas, que alude a los ayuntamientos carnales que se dan fuera del matrimonio. ?Fuera del matrimonio? Lo que les queda no es el adulterio como compulsi¨®n, lo que les queda no es el abandono del c¨®nyuge, ese cuerpo del que creen saberlo todo, lo que les queda es la fantas¨ªa de la fornicaci¨®n; tomarse como fornicadores, como esos seres extra?os que a¨²n est¨¢n por descubrirse y que se entregan con furia a una c¨®pula, a un ayuntamiento que es exaltaci¨®n, que es vicio, que es averiguaci¨®n y que es derrota. As¨ª es posible iniciar cada d¨ªa como si esa jornada fuera para ellos la pr¨®xima revelaci¨®n de sus vidas, as¨ª es posible superar la Navidad y el a?o nuevo, el goce y el riesgo de todo hallazgo, la alegr¨ªa y la fragilidad de saberse a¨²n extra?os para s¨ª mismos.
Justo Serna es profesor de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Valencia.
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