2004, con la patria rota
Hubo un tiempo en que en las tabernas hab¨ªa una honesta diosa de la lascivia, nunca materializada, pero parte del imaginario de todos nosotros. Atend¨ªa las mesas y se re¨ªa. Tambi¨¦n la barra. Era fresca y natural, simpatizaba con todos y ten¨ªa las palabras adecuadas para cada cual: "Zer? Atzo, ze ordutan etxera?"; "T¨² s¨ª sabes elegir, Manolo"; "Ese coche no te va"; "Bihorra, zer? Ondo al zegok? Laster mosala"; "Mucho pico, ?ngel, pero a la hora le vi volver aqu¨ª con Murutxu"; "?Hab¨¦is terminau con el bla-bla-bla? Porque tengo que recoger y cerrar". Pod¨ªas ver aquello en Ondarroa, Laguardia, Fuenterrab¨ªa, Haro, Mendavia o Castro. Desde luego en Bilbao la Vieja, Vitoria o Pamplona. En San Sebasti¨¢n, hab¨ªa que cruzar el Urumea o pasar al Antiguo. Era un ambiente, una patria. (No s¨¦ si Gabriel Aresti hablaba de esto al hablar del nire aitaren etxea /defendituko dut. Un comunista que ten¨ªa enso?aciones sacramentales. Desde luego, no el "existencialista" y esencialista Txillardegi).
Se pod¨ªa escuchar a Lertxundi o a Laboa; luego a Natxo, y a Oskorri, Ordorika, La Polla Records, Itoitz, Hertzainak, y Negu Gorriak. A Jorge Negrete, a los Credence Clearwater Revival, a Mach¨ªn, a Jackson Five, a los Rolling, Santana, Led Zeppelin, Michael Jackson, a Elvis ya con In the ghetto, y, en los m¨¢s atrevidos, a Mot?rhead. Tambi¨¦n, antiguamente, a Paco Ib¨¢?ez y a Bob Dylan. Y, m¨¢s recientemente, a Latzen, a Berri Txarrak y a Metallica redivivos.
Las cartas para el mus o el tute; los tableros de ajedrez y damas; la puerta que daba a la cocina donde se preparaban los pinchos de tortilla de patata, o el chorizo a la sidra... y, con la "nueva cocina", todo lo dem¨¢s: bacalao con salsa de alioli, hojaldre con setas y foie; el tipo acogedor tras la barra, siempre llenando vasos de vino, kalimotxo o pika, sirviendo caf¨¦s de todas las formas y maneras, co?aques y g¨¹isquises, o dando conversaci¨®n; Triunfo y Marca, hace mucho, y, ahora, el Marca, el As y alg¨²n peri¨®dico que la parroquia reclame, y la televisi¨®n encendida; el alguacil, el municipal, que nunca entraba, y si entraba era de civil y con riesgo de mofas varias; el rinc¨®n de los-de-siempre; la morcilla de verduras a eso de las ocho, humeante; los reci¨¦n salidos del trabajo, los jubilados y los "chavales", estudiantes de esto o aquello (en distintas proporciones seg¨²n tabernas y siempre respetando la proporci¨®n y la jerarqu¨ªa variable); los txikiteros que siempre llegaban a la misma hora seg¨²n una ruta previsible: ?todo eso era la patria! Bromas muy serias sobre el Athletic y la Real (a lo que, t¨ªmidamente, se hab¨ªa aproximado el Alav¨¦s, con poco ¨¦xito); fanfarronadas de gente de empresa o de lo que fuere, noticias de los ¨²ltimos partidos de pelota, y alguna apuesta. Todo eso era la patria.
Todo eso, y el sosiego al observar el paisaje propio en d¨ªas de sol o neblinosos; pasear por los senderos rec¨®nditos o contra el mar; el humear de las chimeneas de las f¨¢bricas, la lluvia y las olas contra el Paseo Nuevo; la ca¨ªda de los precios, siempre, de la anchoa o el at¨²n en la lonja del puerto de Getaria (y sus aromas y sabores a pescado asado). La mierda de poluci¨®n de la Margen Izquierda que te manchaba una camisa negra en no m¨¢s de medio d¨ªa. El Puente Colgante y el nudo de las mangas del jersey al hombro sobre el pecho de un donostiarra; lo brutos y simp¨¢ticos animalotes que eran en la Sakana; los finolis de Bergara; los de la partida de cartas de Barakaldo (los autodenominados maketos, o, tambi¨¦n, maquetos; con el carajillo como santo y se?a), los de la gaupasa (m¨¢s o menos, todos, entre 16 y 22..., que luego el cuerpo ya no aguanta); los cicloturistas o turistas a secas, los m¨²sicos, los peluqueros, los travestidos, los profesores, los socorristas, los aldeanos y los de ciudad,... Todo eso era la patria.
Era la patria, algo m¨¢s que un pa¨ªs, m¨¢s amplio, m¨¢s variado, y, a¨²n as¨ª, m¨¢s familiar. Todo eso nos lo rompieron con aquello de Ibarretxe. Feliz a?o 2004. Y que recuperemos esa patria.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.