Yo el rey
El t¨ªtulo de esta columna se lo debo a mi buen amigo Mariano S¨¢nchez Soler. Me lo sugiri¨® el pasado lunes, poco antes de que la cosm¨¦tica, el pelo artificial y una ampulosa indumentaria me transformara en todo un mago de Oriente. Ni yo mismo pude reconocerme al ver mi careto en el retrovisor del celular que nos condujo hasta el aer¨®dromo de Mutxamel para tomar vuelo sobre Alicante. El polvo de estrellas que dibujaba el helic¨®ptero en un cielo azul-noche fue contemplado, desde la Plaza de Toros, por miles de ni?os que jaleaban el milagro. Minutos despu¨¦s descendimos sobre la arena, nos ajustamos las coronas reales y pisamos la gloria de aquella chiquiller¨ªa que aclamaba la gran faena de nuestra aparici¨®n en el ruedo. Para contar lo dem¨¢s me faltar¨ªan tropos, met¨¢foras y mucha habilidad ret¨®rica, porque no es nada f¨¢cil convertir el idioma de la emoci¨®n en c¨®digo escrito. Pasar de mendigo a pr¨ªncipe, de vasallo a rey; ser, durante seis horas de prodigio, monarca de miles de ilusiones, majestad entre ellos, es una experiencia brutal que te sit¨²a necesariamente en un limbo casi ingr¨¢vido, en un punto anillado de fascinaciones, en el centro de un poder tan simple que con s¨®lo rozar el rostro de un ni?o, la mano que se abre entre la multitud o una cabecita despeinada por el asombro, se generan r¨¢fagas de felicidad, se restituye la armon¨ªa y se regresa a ese orden donde los sue?os tienen su estatura, su dimensi¨®n exacta.
Todos estamos en este lado del deseo, en esa llana perspectiva que s¨®lo nos permite pedir, ambicionar y luchar por alguien y por algo. Pero imag¨ªnese, s¨®lo imag¨ªnese, que por arte de birlibirloque un buen d¨ªa usted es el rey y en su cetro o en su mano tiene la potestad de echar luz sobre el caos, abolir conflictos, encender sonrisas y transformar la esperanza en panes y peces. Ese d¨ªa, cr¨¦ame, su coraz¨®n ser¨¢ una jaula de potros desbocados y le faltar¨¢n extremidades para apaciguar a esas legiones de fervor y gratitud. Me lo advirti¨® el sagaz de Mariano, pero no me dijo que despu¨¦s, acabado el encantamiento, uno repara m¨¢s que nunca en Dios, en su gran inoperancia, en su empe?o en no dimitir por incompetencia e insensibilidad.
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