Rebajas
En el d¨ªa 7 de enero, esa mujer que sale de su casa con las primeras luces, pisa el territorio de una antepasada heroica. Se llam¨® Manuela Malasa?a y tuvo su domicilio en el barrio de su apellido, pero no en la calle que hoy se le dedica -paralela a la de Carranza y situada entre las de Fuencarral y San Bernardo-, sino en la de San Andr¨¦s. All¨ª, en el n¨²mero 18, vivi¨® en un edificio inmediato al parque de Montele¨®n, donde el 2 de mayo de 1808 los chisperos se enfrentaron a la invasi¨®n francesa. Cuenta la leyenda que Manuela Malasa?a muri¨® cuando proporcionaba munici¨®n a su padre en la batalla librada a la puerta de su vivienda. Pero la historia desmiente esta versi¨®n. Dice que era hu¨¦rfana de padre, que trabajaba de bordadora y que ese d¨ªa de mayo la detuvieron los franceses cuando regresaba del taller. Al registrarla, le encontraron las tijeras de su oficio y, porque la consideraban un arma peligrosa, la fusilaron.
Seguramente la descarga se produjo al alba, al iniciarse ese d¨ªa que la condenada a muerte no vio terminar. Ser¨ªa una ma?ana de primavera cuajada, m¨¢s calurosa que fresca, como tantas de Madrid por esa fecha. Nada parecida, obviamente, a la de esta jornada de enero de tejados blancos de escarcha. Se evapor¨® la bondadosa humedad de las navidades, barrida por el soplo del Guadarrama que penetra por el pasadizo de la Galer¨ªa de Robles cuando lo atraviesa la mujer madrugadora de la que hablamos al principio. Es una bocanada seca y desapacible que la obliga a ce?irse el chaquet¨®n y que contiene, por curioso que parezca, el aviso de la primavera, esa ventolera de juventud que har¨¢ brotar los almendros y florecer las ramas de los ¨¢rboles y que en las primeras tardes de mayo llevar¨¢ a la paloma posada en el monumento a Dao¨ªz y Velarde a alzarse de repente, temerosa de que en el aniversario del fusilamiento de Manuela Malasa?a el ca?¨®n se dispare.
Igual que la primavera entra en el invierno sin permiso, deposita su presagio y de un fogonazo se eclipsa hasta que le llegue su turno, as¨ª este aire sublevado muestra los antecedentes del barrio como si levantara una falda y, desde el fondo de los siglos, traslada disparos, ca?onazos y la alarma de las sirenas que conduc¨ªan a mujeres y ni?os al refugio del metro de Tribunal, mientras los varones amartillaban la escopeta en la barricada construida, por ejemplo, en la calle de San Vicente Ferrer, desde la que su vecina Rosa Chacel llam¨® Maravillas a este distrito donde, en el n¨²mero 32 de la cercana calle de Valverde, habit¨® Mar¨ªa Zambrano y Max Aub escribi¨® una novela de personajes. Hace setenta a?os -lo que dura una vida- que no se oye el grito m¨¢s popular de aquella guerra civil, ese "no pasar¨¢n" que, sin duda, se propagaba de una trinchera a otra para avivar la resistencia contra el enemigo, y al que despu¨¦s de la guerra respondi¨® la tonadillera argentina con un chotis -Ya hemos pasao- en el teatro de la calle de Santa Br¨ªgida, dentro del mismo barrio. Eran los a?os triunfales en que una mujer con una alcuza indagaba en las basuras de la calle de Fuencarral el rastro de sus familiares desaparecidos en la ciudad poblada por un mill¨®n de cad¨¢veres, seg¨²n las ¨²ltimas estad¨ªsticas. Pero en el callejero municipal elaborado por los vencedores no se concedi¨® otra placa a los derrotados que la escrita por su sangre en el pared¨®n del fusilamiento.
En esas tapias del Barrio de Maravillas que horadaron las balas, se buscan la vida con el nuevo siglo la prostituta de pensi¨®n y el minorista de la droga. Con ellos se tropieza en esta ma?ana de enero la mujer que, al atravesar la Galer¨ªa de Robles, recibi¨® la llamada del pasado y la anticipaci¨®n del futuro. Pero cada cual est¨¢ a lo suyo y la mujer no puede entretenerse; afortunadamente, la circulaci¨®n de transe¨²ntes y coches no entorpece su camino. Llega a la plaza del Callao y en las campanadas del reloj de la Puerta del Sol percibe, por un instante, el apremio de los viejos bombardeos. Aceleradamente, desciende por la calle de Preciados y en la esquina con la de Tetu¨¢n se alinea con sus secuaces junto a la tasca donde Pablo Iglesias fund¨® el partido socialista. Y all¨ª, esta descendiente de Manuela Malasa?a, Mar¨ªa Zambrano y Rosa Chacel afronta el destino que le reserva su ¨¦poca y aguarda la apertura de unos grandes almacenes en busca del retal bueno, bonito y barato: es tiempo de rebajas y hasta en la Historia se nota la crisis.
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