Cultura y cosmopolitismo
El mundo cultural tiene fama de complicado y caprichoso. No hay para tanto. El mundo cultural es muy amplio. Lo que ocurre es que su parte m¨¢s visible -la que tiene amplia presencia en los medios- tiene unas querencias inevitablemente aristocr¨¢ticas. Algunos habitantes de lo que podr¨ªamos llamar el mundillo cultural -un espacio con una alta concentraci¨®n de egos- creen que, por tocar material espiritualmente sensible, est¨¢n situados un punto por encima de los dem¨¢s. Seguro que se escandalizar¨ªan, con raz¨®n, si, por ejemplo, un consejo de constructores decidiera sobre el reparto del dinero destinado a la obra p¨²blica. En cambio, parece perfectamente exigible que sea un consejo de la cultura el que decida sobre el reparto de los dineros destinados al sector. Por alguna extra?a raz¨®n, se da por supuesto que el gremialismo de la gente de cultura es distinto de los dem¨¢s, y que hay una legitimidad gremial de las artes y de la cultura por encima de la legitimidad democr¨¢tica.
Este aristocratismo viene de lejos. Se podr¨ªa pensar que el racionalismo, que nos permiti¨® a aprender que la verdad es algo que s¨®lo aparece a trav¨¦s de un largo camino de trabajo y m¨¦todo, habr¨ªa bajado los humos a los que creen que llevan la verdad puesta. Se podr¨ªa pensar que la multiplicaci¨®n de los media que han proyectado la potencialidad creativa en muchas direcciones ser¨ªa una cura de humildad para los que se sienten m¨¢s tocados por la gracia creativa. Se podr¨ªa pensar que el ingente n¨²mero de culebras tragadas en nombre del compromiso pol¨ªtico del intelectual redundar¨ªa en cierta modestia gremial. Se podr¨ªa pensar que el crecimiento exponencial de la informaci¨®n disponible y la permanente renovaci¨®n de saberes, permitir¨ªan comprender que nadie ha llegado a la cima en materia de conocimiento y que la fuerza de un pa¨ªs est¨¢ en su potencia educativa media. Sin embargo, a menudo parece que no se quiera entender que la cultura es patrimonio de todos y que en modo alguno es reductible al grupo de los que vivimos profesionalmente de ella.
Desde la convicci¨®n de que las ¨¦lites culturales chapotean en una redundancia que las empeque?ece, me pareci¨® positivo que Pasqual Maragall eligiera como consejera del ramo a una persona ajena a estos cen¨¢culos. No conozco a la se?ora Caterina Mieras; por tanto, no tengo criterio para opinar sobre si la elecci¨®n de esta persona ha sido o no acertada. Su nombramiento ha producido un estado de contenida irritaci¨®n en algunos sectores, de prudente expectativa en otros. Una consejer¨ªa de Cultura corre el riesgo de ser un departamento de propaganda, un departamento de clientelismo o un departamento de secta elitista. Durante el largo periodo del nacionalismo conservador -excepto el breve intento de Rigol- ha oscilado entre lo primero y lo segundo, para acabar siendo fundamentalmente un instrumento de choque de la estrategia clientelar. El ¨¦nfasis en la educaci¨®n como referente de la pol¨ªtica cultural me parece la mejor v¨ªa para escapar a estas tres celadas que la propia din¨¢mica pol¨ªtica teje. Si los mecanismos educativos funcionan, es decir, si se pone la cultura al alcance del mayor n¨²mero posible de ciudadanos, lo dem¨¢s se dar¨¢ por a?adidura. Un departamento de cultura tiene en este sentido la tarea fundamental de organizar lo que podr¨ªamos llamar la educaci¨®n no reglada.
La novedad del tripartito catalanista de izquierdas pod¨ªa haber inducido al presidente a nombrar a un ide¨®logo: una persona que trazara y propagara una tradici¨®n cultural alternativa a la del nacionalismo conservador, que ayudara a legitimar a los nuevos gobernantes. Es la tentaci¨®n del nuevo r¨¦gimen que en algunos discursos y art¨ªculos parece deslizarse. Voluntarios hay para esta tarea de reinvenci¨®n ideol¨®gica del pa¨ªs. Al fin y al cabo, toda hegemon¨ªa se construye sobre alguna falsificaci¨®n de la realidad. La se?ora Mieras, afortunadamente, no parece responder a este perfil. Con lo cual el peligro del departamento-propaganda se diluye.
La tentaci¨®n clientelar es la primera de todo pol¨ªtico. Ya La Bo¨¨tie explic¨® c¨®mo la pir¨¢mide de los que est¨¢n en deuda es la construcci¨®n m¨¢s eficaz para asegurar la servidumbre voluntaria. CiU hizo mucho uso del departamento con estos fines. Y hay muchos grupos en el mundo cultural que se sintieron discriminados o mal atendidos y que piensan que con la nueva mayor¨ªa ha llegado su hora. La presi¨®n ser¨¢ fuerte. La exigencia democr¨¢tica de que la cultura llegue a todos los rincones del pa¨ªs, no debe confundirse con la construcci¨®n de una red clientelar alternativa.
En fin, la se?ora Mieras viene de la medicina. No es de ninguna de las familias culturales barcelonesas. Est¨¢ por tanto bien situada para resistir a las presiones que de ellas le llegar¨¢n. Sin duda, su mejor arma ser¨ªa que la apuesta por la educaci¨®n y la cultura fuera una de las prioridades estrat¨¦gicas del nuevo Gobierno. Y que fuera una tarea del conjunto del Ejecutivo propagar la idea de que la cultura es un bien de primera necesidad. Cuanta m¨¢s gente se sienta concernida, menos peligro de sectorializaci¨®n y sectarismo cultural habr¨¢.
La cultura tiene sus industrias y sus empresas y tiene las personas que viven de ella con sus intereses perfectamente leg¨ªtimos. Pero la cultura no puede quedar reducida a un ¨¢mbito profesional concreto. Es algo que se extiende por toda la sociedad, y la creatividad no es exclusiva de nadie. ?D¨®nde est¨¢n hoy los creadores? ?En estudios de pintores, en servicios de investigaci¨®n de las multinacionales, en departamentos de los medios de comunicaci¨®n, en el despacho de un escritor o en un laboratorio cient¨ªfico?
Precisamente es la permeabilidad de la cultura lo que una pol¨ªtica cultural moderna debe tener presente. Acercando campos incomunicados y ensanchando territorios, es decir, exactamente lo opuesto de lo que son la propaganda, el clientelismo y el aristocratismo cultural. Si se me permite la imagen, un departamento de cultura hoy es un medio de comunicaci¨®n, que contribuya a desarrollar los protocolos necesarios "para mediar entre culturas nacionales, comunidades de destino y estilos alternativos de vida". Exactamente a esto David Held le llama "cosmopolitismo". Lo que Catalu?a necesita si quiere encontrar un lugar espec¨ªfico en la cultura global.
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