?Se desindustrializa Catalu?a?
Llueve sobre mojado. El anuncio del cierre de la planta de la holandesa Philips en La Garriga, y el de la factor¨ªa de la coreana Samsung en Palau-Solit¨¤ i Plegamans son dos nuevos golpes sobre un cuerpo ya dolorido por otros cierres y desinversiones anteriores. ?Por qu¨¦ se van? ?Qu¨¦ nos est¨¢ pasando? ?Hemos dejado de ser competitivos? ?Se est¨¢ desindustrializando Catalu?a?
Para no sacar conclusiones apresuradas que afecten a nuestra autoconfianza, conviene se?alar que en todos los pa¨ªses ricos existe en este momento un cierto p¨¢nico acerca del futuro de su industria. La p¨¦rdida de empleos industriales en EE UU y el aumento de las importaciones procedentes de China est¨¢ provocando un intenso malestar en el mundo laboral y empresarial, con acusaciones (un poco c¨ªnicas) de dumping laboral a China. En Europa, personas relevantes como Romano Prodi han llegado a hablar de la "desindustrializaci¨®n de Europa".
?Qu¨¦ est¨¢ ocurriendo? Muchas cosas y, en principio, no necesariamente malas. Estamos ante un cambio tecnol¨®gico acelerado que reduce la vida comercial de muchos productos y origina una fuerte ca¨ªda de sus precios, que lleva a las empresas a buscar reducciones de costes. Pero adem¨¢s, estamos ante una nueva oleada hist¨®rica de pa¨ªses hasta ahora atrasados que se incorporan a la econom¨ªa mundial, produciendo y vendiendo manufacturas que compiten con las de pa¨ªses industriales como Espa?a. Estas econom¨ªas emergentes son muy atractivas para las empresas multinacionales, tanto por sus salarios bajos y disponibilidad de mano de obra como por posibilidades de sus mercados locales. De ah¨ª que instalen nuevas plantas o trasladen f¨¢bricas que hasta ahora estaban en otros lugares, como Catalu?a.
Esto ya ocurri¨® a mediados del siglo pasado, cuando una serie de pa¨ªses atrasados, entre los que se encontraba Espa?a, se incorporaron a la econom¨ªa mundial (se "globalizaron"), convirti¨¦ndose en receptores de inversiones de multinacionales, y en exportadores de manufacturas. Esa globalizaci¨®n fue buena para Espa?a: dio lugar a los "felices sesenta", de los que hablaba Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n. Pero la emergencia de pa¨ªses como Espa?a no signific¨® que los pa¨ªses industriales -por ejemplo, Francia y Alemania- dejaran de serlo, ya que supieron compensar el no ser ya competitivos en salarios y precios con serlo en innovaci¨®n y calidad del producto, y en atenci¨®n al cliente. Esa es la prueba del algod¨®n de la industrializaci¨®n a la que ahora se enfrenta la industria catalana.
Las reubicaciones de establecimientos productivos son algo consustancial a la vida empresarial. Las empresas, como las personas, nacen, crecen, se mueven, maduran y mueren. No tengo a mano datos para Espa?a, pero en Francia (datos de Duranton y Puga), entre 1993 y 1996, casi el 5% del total de firmas existentes se reubicaron en nuevos emplazamientos; entre ellas, destacan las compa?¨ªas de los sectores de equipos y componentes el¨¦ctricos y electr¨®nicos, las de la industria de veh¨ªculos de motor y las metal¨²rgicas.
Hay que intentar comprender bien las causas de esta din¨¢mica y las motivaciones que llevan a las multinacionales a reubicarse, para evitar as¨ª denuncias y reacciones emocionales inadecuadas. Estas empresas representan dos tercios del comercio mundial y seguiremos necesit¨¢ndolas, aunque, si es posible, en sectores o segmentos de producci¨®n de mayor valor a?adido que el de las plantas que ahora cierran.
El problema, en mi opini¨®n, no es que se vayan algunas firmas, sino que no se creen o no vengan otras nuevas. Tenemos que evitar que a la demograf¨ªa empresarial catalana le suceda lo mismo que a su demograf¨ªa humana. Si hemos perdido el instinto reproductor, al menos mantengamos el impulso emprendedor.
?Debemos hacer algo, o hay que dejar que las cosas vayan a su aire? Hay que afrontar estas situaciones de crisis sin dejarse llevar por reacciones impulsivas, pero tampoco sin dejar de utilizar las cartas que cada uno tiene en las manos. Eso es lo que hacen las sociedades cuando deciden cerrar y marcharse, aun cuando sean rentables y hayan recibido subvenciones u otros favores p¨²blicos. Est¨¢n en su derecho, protegido por el principio de libre empresa. Pero en una econom¨ªa de mercado ese principio se equilibra con el de lealtad de la compa?¨ªa con todos los interesados en su permanencia (stakeholders): trabajadores, clientes, proveedores, sociedad en general y autoridades p¨²blicas. Si la empresa no se comporta lealmente (ofreciendo la informaci¨®n adecuada, asumiendo sus compromisos y las reglas del modelo social europeo, y negociando algunas de esas decisiones), aqu¨¦llos est¨¢n en su derecho de jugar sus cartas: b¨¢sicamente, su poder de compra y la influencia que pueden ejercer sobre la imagen corporativa de la firma en los mercados locales. Esas son las v¨ªas a trav¨¦s de las cuales las sociedades ricas y sus gobiernos saben ejercer persuasi¨®n sobre las decisiones de las multinacionales. Y nadie se rasga las vestiduras por ello.
Pero m¨¢s all¨¢ de estas acciones, leg¨ªtimas pero en cierto sentido reactivas, la preocupaci¨®n en Catalu?a, hoy por hoy, debe orientarse a sentar las bases de un nuevo modelo de competitividad para las empresas industriales. No una competitividad a la vieja usanza, basada en deprimir salarios y condiciones laborales precarias (en esto no debemos competir con los pa¨ªses emergentes), sino una competitividad que tenga sus fundamentos en las mejoras de productividad a largo plazo. Hay muchos motivos para desear seguir siendo un pa¨ªs industrial. La riqueza y el empleo que viene de la industria es m¨¢s deseable que la que viene, por ejemplo, del turismo de costa tradicional o de la cr¨ªa de cerdos. Por eso, uno de los retos que tenemos en los pr¨®ximos a?os es decidir si queremos ser industriales, hoteleros o criadores de cerdos. Pero de eso hablaremos otro d¨ªa.
Ant¨®n Costas es catedr¨¢tico de Pol¨ªtica econ¨®mica de la UB.
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