Los ojos del Duce
Recientemente celebr¨¦ mi cumplea?os, y con mis allegados, que hab¨ªan acudido a felicitarme, volv¨ª a evocar el d¨ªa de mi nacimiento. Si bien estoy dotado de excelente memoria, aquel momento no lo recuerdo, pero he podido reconstruirlo a trav¨¦s del relato que de ¨¦l me hicieron mis padres. Al parecer, cuando el ginec¨®logo me extrajo del vientre de mi madre, una vez hechas todas las cosas que requieren tales casos, y present¨¢ndole el admirable resultado de sus contracciones, exclam¨®: "?Mire qu¨¦ ojos, parece el Duce!". Mi familia no era fascista, al igual que no era antifascista -como la mayor parte de la peque?a burgues¨ªa italiana, tomaba la dictadura como un hecho meteorol¨®gico: si llueve, se coge el paraguas-, pero para un padre y para una madre, o¨ªr decir que el reci¨¦n nacido ten¨ªa los ojos del Duce supon¨ªa indudablemente una bonita emoci¨®n.
Ahora, cuando los a?os me han hecho m¨¢s esc¨¦ptico, me inclino a pensar que aquel buen ginec¨®logo dec¨ªa lo mismo a cualquier madre y a cualquier padre -y mir¨¢ndome al espejo, me descubro m¨¢s bien parecido a un grizzly que al Duce, pero eso poco importa-. Mis padres fueron felices al saber mi semejanza con el Duce.
Me pregunto qu¨¦ podr¨ªa decir un ginec¨®logo adulador de hoy a una pu¨¦rpera. ?Que el producto de su gestaci¨®n se parece a Berlusconi? La sumir¨ªa en un preocupante estado depresivo. Por par condicio, asumo que ning¨²n ginec¨®logo sensible dir¨ªa a la pu¨¦rpera que su hijo parece tan rollizo como Fassino, tan simp¨¢tico como Schifani, tan guapo como La Russa, tan inteligente como Bossi, o tan fresco como Prodi, por citar algunas de las personalidades pol¨ªticas italianas m¨¢s destacadas.
Un ginec¨®logo sensato comparar¨ªa m¨¢s bien al reci¨¦n nacido con alg¨²n famoso televisivo, y dir¨ªa as¨ª que tiene los ojos penetrantes del periodista Bruno Vespa, el aire agudo de Paolo Bonolis, el popular presentador, la sonrisa del actor Christian de Sica (y no dir¨¢ que es tan guapo como Boidi, tan arrogante como Fantozzi o -trat¨¢ndose de mujer- tan sexy como Sconsolata).
Cada ¨¦poca tiene sus mitos. La ¨¦poca en la que nac¨ª ten¨ªa como mito al Hombre de Estado; ¨¦sta en la que se nace hoy tiene como mito al Hombre de Televisi¨®n. Con la consabida ceguera de la cultura de izquierdas, la afirmaci¨®n de Berlusconi de que los peri¨®dicos no los lee nadie mientras que todos ven la televisi¨®n se ha entendido como uno m¨¢s de sus patinazos insultantes. No lo era, era un acto de arrogancia, pero no una estupidez. Reuniendo todas las tiradas de los peri¨®dicos italianos se alcanza una cifra bastante risible si se la compara con la de quienes s¨®lo ven la televisi¨®n. Calculando, adem¨¢s, que s¨®lo una parte de la prensa italiana mantiene a¨²n una actitud cr¨ªtica ante el Gobierno actual, y que toda la televisi¨®n, la RAI m¨¢s Mediaset, se ha convertido en la voz del poder, no cabe duda de que Berlusconi tiene toda la raz¨®n: el problema es controlar la televisi¨®n, y que los peri¨®dicos digan lo que les venga en gana.
?stos son hechos, nos gusten o no, y los hechos son tales precisamente porque son independientes de nuestras preferencias (?que se te ha muerto el gato? Pues muerto est¨¢, te guste o no).
He arrancado de estas premisas para sugerir que, en nuestro tiempo, si dictadura ha de haber, ser¨¢ una dictadura medi¨¢tica y no pol¨ªtica. Hace casi cincuenta a?os que se viene diciendo que en el mundo contempor¨¢neo, salvo algunos remotos pa¨ªses del Tercer Mundo, para dar un golpe de Estado ha dejado de ser necesario formar los tanques, basta con ocupar las estaciones radiotelevisivas (el ¨²ltimo en no haberse enterado es Bush, l¨ªder tercermundista que ha llegado por error a gobernar un pa¨ªs con un alto grado de desarrollo). Ahora el teorema ha quedado demostrado.
Por lo tanto, es una equivocaci¨®n decir que no puede hablarse de "r¨¦gimen" berlusconiano, puesto que la palabra "r¨¦gimen" evoca el r¨¦gimen fascista, y el r¨¦gimen en el que vivimos carece de las caracter¨ªsticas de las dos d¨¦cadas de dominio mussoliniano. Un r¨¦gimen es una forma de gobierno no necesariamente fascista. El fascismo obligaba a los chicos (y a los adultos) a ponerse un uniforme, acab¨® con la libertad de prensa y enviaba a los disidentes al confinamiento. El r¨¦gimen medi¨¢tico de Berlusconi no es tan zafio y anticuado. Sabe que el consenso se controla controlando los medios de informaci¨®n m¨¢s difundidos. Por lo dem¨¢s, no cuesta nada permitir que disientan muchos peri¨®dicos (hasta que no puedan ser adquiridos). ?A qu¨¦ servir¨ªa confinar al prestigioso periodista Biagi? ?A que se convierta acaso en un h¨¦roe? Basta con no dejar que hable en la televisi¨®n.
La diferencia entre un r¨¦gimen "al estilo fascista" y un r¨¦gimen medi¨¢tico es que en un r¨¦gimen al estilo fascista la gente sab¨ªa que los peri¨®dicos y la radio no comunicaban m¨¢s que circulares gobernativas, y que no pod¨ªa escucharse Radio Londres, bajo pena de c¨¢rcel. Precisamente por eso, bajo el fascismo la gente desconfiaba de los peri¨®dicos y de la radio, escuchaba Radio Londres con el volumen bajo y confiaba s¨®lo en las noticias que le llegaban a trav¨¦s del murmullos, del boca a boca, de la maledicencia. En un r¨¦gimen medi¨¢tico donde, pongamos, s¨®lo el diez por ciento de la poblaci¨®n tiene acceso a la prensa de oposici¨®n y el resto recibe las noticias a trav¨¦s de una televisi¨®n bajo control, si por un lado est¨¢ extendido el convencimiento de que se acepta el disenso ("hay peri¨®dicos que hablan contra el Gobierno, prueba de ello es que Berlusconi se queja siempre al respecto, por lo tanto existe libertad"), por otro el efecto de realismo de la noticia televisiva (si recibo la noticia de que un avi¨®n se ha precipitado en el mar, es indudablemente cierta, de la misma forma que es verdad que veo las sandalias de los muertos flotar, y no importa si por casualidad son las sandalias de una cat¨¢strofe precedente, usadas como material de repertorio), hace que se sepa y se crea s¨®lo aquello que dice la televisi¨®n.
Una televisi¨®n controlada por el poder no debe necesariamente censurar las noticias. Naturalmente, por parte de los esclavos del poder no faltan tampoco tentativas de censura, como una muy reciente (afortunadamente ex post, como dicen quienes dicen un moment¨ªn y pool position), por la que se juzg¨® inadmisible que en un programa televisivo se pudiera hablar mal del jefe del Gobierno (olvidando que en un r¨¦gimen democr¨¢tico se puede y se debe hablar mal del jefe del Gobierno; en caso contrario, nos hallamos en un r¨¦gimen dictatorial). Pero se trata s¨®lo de los casos m¨¢s visibles (y, si no fueran tr¨¢gicos, risibles). El problema es que se puede instaurar un r¨¦gimen medi¨¢tico en positivo, con la apariencia de decirlo todo. Basta saber c¨®mo decirlo.i ninguna televisi¨®n dijera lo que piensa Fassino [l¨ªder de la oposici¨®n], acerca de la ley tal de cual, entre los espectadores nacer¨ªa la sospecha de que la televisi¨®n oculta algo, porque se sabe que en alguna parte hay una oposici¨®n. La televisi¨®n de un r¨¦gimen medi¨¢tico usa en cambio ese artificio ret¨®rico que se llama "concesi¨®n". Pongamos un ejemplo. Acerca de la conveniencia de tener un perro hay aproximadamente cincuenta razones a favor y cincuenta razones en contra. Las razones a favor son que el perro es el mejor amigo del hombre, que puede ladrar si entran ladrones, que es adorado por los ni?os, etc¨¦tera. Las razones en contra son que hay que sacarlo cada d¨ªa para que haga sus necesidades, que nos cuesta en alimentos y veterinario, que es dif¨ªcil llev¨¢rselo de viaje y otras cosas. Admitiendo que queramos hablar a favor de los perros, el artificio de la concesi¨®n podr¨ªa ser as¨ª: "Es cierto que los perros cuestan, que representan una esclavitud, que no se les puede llevar de viaje" (y los adversarios de los perros son conquistados por nuestra honestidad), "pero es necesario recordar que son una estupenda compa?¨ªa, que los ni?os los adoran, que se muestran vigilantes contra los ladrones, etc¨¦tera". ?sta ser¨ªa una argumentaci¨®n persuasiva a favor de los perros. Contra los perros podr¨ªa concederse que es cierto que los perros son una compa?¨ªa deliciosa, que son adorados por los ni?os, que nos defienden de los ladrones, pero a continuaci¨®n seguir¨ªa la argumentaci¨®n opuesta: que, sin embargo, los perros representan una esclavitud, una fuente de gastos, un engorro para los viajes, y ¨¦sta ser¨ªa una argumentaci¨®n persuasiva en contra de los perros.
La televisi¨®n act¨²a de esta forma. Si se discute la ley tal de cual, se enuncia ¨¦sta en primer lugar, despu¨¦s se da la palabra de inmediato a la oposici¨®n, con todas sus argumentaciones. A continuaci¨®n aparecen los partidarios del Gobierno que objetan las objeciones. El resultado persuasivo se da por descontado: tiene raz¨®n quien habla el ¨²ltimo. Si se siguen con atenci¨®n todos los telediarios, podr¨¢ verse que la estrategia es esa: en ning¨²n caso tras la enunciaci¨®n del proyecto aparecen primero los partidarios del Gobierno y despu¨¦s las objeciones de la oposici¨®n. Siempre ocurre lo contrario.
A un r¨¦gimen medi¨¢tico no le hace falta meter en la c¨¢rcel a sus opositores. Los reduce al silencio, m¨¢s que con la censura, dejando o¨ªr sus razones en primer lugar.
?C¨®mo se reacciona, pues, ante un r¨¦gimen medi¨¢tico, visto que para reaccionar ser¨ªa necesario tener ese acceso a los medios de informaci¨®n que el r¨¦gimen medi¨¢tico precisamente controla?
Hasta que la oposici¨®n, en Italia, no sepa hallar una soluci¨®n a este problema y contin¨²e recre¨¢ndose en diferencias internas, Berlusconi ser¨¢ el vencedor, nos guste o no.
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