Cuentos de campa?a
El padre Aznar se ocupaba cada vez menos de la clase y cada vez m¨¢s de sus relaciones internacionales. Hoy desayunaba con el Prefecto General de la Orden del Bombazo Preventivo, ma?ana presentaba sus respetos al Papa de Roma (Muchas Gracias, Espa?a). Eran ya largas ausencias, que Marian¨ªn aprovechaba para seguir tomando posiciones. Con ayuda de sus propincuos, Aren¨ªn, Rodriguito, Montorito, y otros cuantos de la primera fila, apuntaba en la pizarra todas las travesuras de aquellos bergantes de la ¨²ltima. Pronto se quedar¨ªan sin encerado, pues bien lejos estaban los insoportables sure?os de apaciguarse con rutinarias amenazas de menos postre y m¨¢s oratorio. Por el contrario, arreciaban en sus protestas con los m¨¢s variados proyectiles. Cada vez que alguno de los pelotas mayores se daba la vuelta para poner otro palote en el cap¨ªtulo Demandas Descabelladas, un trozo de tiza viajaba certero hasta su nuca, o un avioncito de papel, hecho con las p¨¢ginas del libro de religi¨®n, sembraba la zozobra en todos los rincones del aula. La zozobra ven¨ªa mayormente de los mensajes que aquellos bigardos escrib¨ªan en las alas, con sus rudas maneras: "?Joder, devolvednos ya las 5.000 chuchas que nos deb¨¦is!", "?M¨¢s embriones y menos procesiones!", "?Mujeres sin maltrato y putas al contrato!", y ordinarieces por el estilo.
De las ¨²ltimas no hab¨ªa que preocuparse mucho, pues quedaban neutralizadas en el Cielo con unas cuantas jaculatorias, musitadas a lo ¨ªntimo, conforme aconsejaba el santo Escriv¨¢. Lo malo era la primera. Pues cierto es que un enjuague con el dinero de las matr¨ªculas, m¨¢s otros cuantos tejemanejes con las limosnas que se enviaban al Vaticano, hab¨ªan ido acumulando aquella soberbia cantidad, en d¨¦bito a los malditos moriscos. En las m¨¢s altas esferas de la primera fila cund¨ªa la inquietud. A ver qu¨¦ hacemos, murmuraban Aren¨ªn y Montorito en el camino de la pizarra, entre palote y palote. El segundo, en su calidad de tesorero de la clase, acept¨® por fin una sugerencia del primero: "Les ofrecemos 2.500 y no se hable m¨¢s, y como lo suyo es dar por saco, ver¨¢s c¨®mo no aceptan". Consultado que fue Marian¨ªn, dijo que prefer¨ªa no saber nada del asunto, pero que mientras ¨¦l sal¨ªa un momento de la clase a fumarse un puro, pod¨ªan realizar la oferta. Casi no le dio tiempo a prender el veguero. Una turbamulta del cop¨®n de la baraja, estruendos y banquetazos, abucheos y risotadas, le alertaron sobremanera. As¨ª tambi¨¦n al resto del colegio, que en tromba se precipit¨® hacia aquella clase, incluido el padre Aznar. "Nada, que estos nos han ofrecido 2.500, les hemos dicho que bueno, y ahora dicen que nones", protest¨® el cabecilla de los sure?os, un tal Chaves. "?Es eso cierto, Marian¨ªn?", quiso saber el l¨ªder gal¨¢ctico. Con el mayor desparpajo de un sordo de solemnidad, el gallego contest¨®: "Yo no s¨¦ nada, no he o¨ªdo nada, no s¨¦ de qu¨¦ me est¨¢n hablando".
El padre Aznar, lejos de enfadarse, esboz¨® una mueca, a guisa de sonrisa. Nada dijo tampoco, pero pens¨®: verdaderamente este Marian¨ªn se tiene bien ganado el apodo de Ambiguo. Menudo jefazo se est¨¢ haciendo.
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