Las reclamaciones, al maestro armero
Julie Flint ha explicado en las p¨¢ginas del dominical londinense The Observer qu¨¦ pudo pasar con los errores de apreciaci¨®n sobre las armas de destrucci¨®n masiva en poder de Sadam Husein, cuya amenaza, entonces tan inminente como ahora tan imaginaria, fue invocada para ir a la guerra de Irak. Unos errores que, en estos d¨ªas, la oficina del primer ministro quiere cargar en la cuenta del servicio de inteligencia brit¨¢nico MI6 mediante una comisi¨®n de investigaci¨®n. En realidad, lo que sucedi¨® es que los agentes del espionaje acabaron siendo sensibles a los requerimientos de sus jefes pol¨ªticos, empe?ados en buscar justificaciones para la invasi¨®n de Irak, en la que iban a embarcarse en compa?¨ªa de la Administraci¨®n de Bush.
Desde luego, ya nadie discute en Whitehall que lord Hutton, encargado de llevar a cabo una encuesta judicial para esclarecer el suicidio del experto del Ministerio de Defensa brit¨¢nico David Kelly, se ha salido en su informe por la tangente para exculpar as¨ª a To?¨ªn Blair y de paso propinarnos unas lecciones de periodismo-ficci¨®n muy dif¨ªciles de aguantar. Porque, como explic¨® con todo detalle John Cassidy en The New Yorker, la oficina del n¨²mero 10 de Downing Street, con Alastair Campbell entonces al frente, fue cocinando las versiones del dossier solicitadas de modo sucesivo a los servicios de inteligencia hasta hacerles decir las cosas con el punto de sabor, de textura y de cocci¨®n conveniente para suscitar el acompa?amiento buscado de la opini¨®n p¨²blica. Es decir, para causar el efecto deseado por el primer ministro en su inminente comparecencia ante la C¨¢mara de los Comunes.
O sea, que el Gobierno de Blair manipul¨® los informes del MI6 para llevar el agua a su molino es un hecho adquirido. Que, adem¨¢s, ese de la manipulaci¨®n interesada del Gobierno fuera tambi¨¦n el parecer del doctor Kelly, como lleg¨® a asegurar en la BBC, sin desvelar la identidad de su fuente, el periodista Gilligan, puede quedar para siempre sin ¨²ltima confirmaci¨®n. Pero el primer ministro brit¨¢nico, que parec¨ªa verse favorecido por la plena exculpaci¨®n brindada por el informe Hutton, sigue sin alivio porque el p¨²blico, atento a cuanto sucede en Washington, est¨¢ empe?ado en saber el origen de los errores en la evaluaci¨®n de la amenaza de las armas para el Reino Unido. La comisi¨®n que Bush se ha visto obligado a nombrar despu¨¦s del regreso de David Kay de Bagdad sin rastro de esas armas de naturaleza qu¨ªmica, bacteriol¨®gica y nuclear ha producido por efecto simpat¨ªa un estallido en Londres, donde se ha constituido otra con el mismo fin.
El caso Aznar es diferente. Se dir¨¢ que estuvo en las Azores, que compuso all¨ª la imagen de los tres tenores, que acompa?¨® los c¨¢nticos de guerra y el lanzamiento del ultim¨¢tum al malvado Sadam. Pero mientras los otros dos pusieron los contingentes militares, el nuestro envi¨® un buque de transporte m¨¢s o menos reconvertido en dispensario. Por eso, ahora reivindica que iba s¨®lo de utillero, que cuando las amenazas del infierno de las armas capaces de acabar en 45 minutos con todos nosotros han quedado en polvos detergentes sin doble uso, tal vez sus colegas de pernocta en Lajes est¨¦n emplazados a rendir cuentas, pero que ¨¦l tocaba de o¨ªdo, carec¨ªa de informaci¨®n de los servicios de inteligencia propios y nada le incumbe. Por tanto, las reclamaciones, al maestro armero. Otra cosa es que el CNI emitiera su criterio y que los columnistas norteamericanos y el propio Tenet, director de la CIA, tras reconocer las dificultades de los agentes de EE UU para introducirse en el r¨¦gimen de Sadam, hayan aceptado que se apoyaban en informaci¨®n procedente de otros servicios, entre ellos el espa?ol. As¨ª sucedi¨® cuando la primera guerra del Golfo, donde los nuestros fueron muy tenidos en cuenta por su buena implantaci¨®n en los pa¨ªses ¨¢rabes. En fin, s¨®lo hubo denuestos para quienes rehusaron la aventura de una guerra a toda prisa que no era la nuestra y en la que ya hemos puesto 10 muertos. A cambio, ahora tampoco hay excusa alguna de aquel PP tan un¨¢nime en secundar el enga?o.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.