M¨¢s all¨¢
Seg¨²n la filosof¨ªa de Plat¨®n, las verdades absolutas existen por s¨ª mismas en las esferas celestes. En ese cielo vuelan tambi¨¦n las almas antes de descender sobre los cuerpos. Durante ese vuelo, que es el sue?o eterno, las almas quedan imantadas por esas ideas metaf¨ªsicas y nuestro pensamiento s¨®lo es la forma de volver a so?arlas. No me gusta el cielo de Plat¨®n porque all¨ª no est¨¢ mi caja de gusanos de seda que criaba de ni?o ni la bicicleta Orbea que me llevaba a la playa. Todos tenemos derecho a construirnos la propia eternidad, no con verdades absolutas, sino con las sensaciones placenteras que la experiencia nos haya regalado a lo largo de la vida. Si creara el cielo a mi antojo, all¨ª tendr¨ªa que haber un garito lleno de humo donde Miles Davis tocara blues y yo pudiera fumar de nuevo Lucky Strike sin que me perjudicara, puesto que ser¨ªa ya inmortal. No muy lejos estar¨ªa Albert Camus sentado a una mesa del caf¨¦ Flore, de Par¨ªs, con gabardina blanca, escribiendo un art¨ªculo para Combat, el peri¨®dico de la Resistencia. Esas mujeres desnudas de Matisse que danzan en c¨ªrculo agarradas de las manos liberar¨ªan la misma sensaci¨®n de felicidad bailando en una pradera y yo las conocer¨ªa por sus nombres. Ser¨ªa imprescindible que m¨¢s all¨¢ de las nubes hubiera una estaci¨®n de tren, aunque s¨®lo fuera para que esta vez Ingrid Bergman acudiera a la cita con Bogart en su huida hacia Casablanca, mientras en los andenes otros amantes se besaban con l¨¢grimas entre humo de carbonilla. En el cielo de Plat¨®n no existe ninguna taberna del puerto donde sirvan la cerveza muy helada. Habr¨ªa que inventarla. En ella algunos marineros con mu?ones de tibur¨®n me contar¨ªan historias de navegaciones se?alando sobre una carta n¨¢utica la traves¨ªa hacia una isla con acantilados de m¨¢rmol. Si pudiera, tambi¨¦n me llevar¨ªa al cielo la niebla de un cuadro de Turner para los momentos de melancol¨ªa y el sonido de las chicharras a la hora de esas siestas de amor en verano que te dejan al despertar un hilillo de baba en la mejilla feliz. Tampoco ser¨ªa nada la eternidad sin mi libreta de apuntes de tapas azules. En el garito de jazz , mientras la trompeta de Miles Davis hablara, bajo una densa luz color fresa, repasar¨ªa alguna nota que en ella escrib¨ª un d¨ªa: cualquiera que sea mi destino siempre habr¨¢ para nosotros un punto en las estrellas. Sentada junto a la barra del garito entonces descubrir¨ªa que una mujer sonr¨ªe con una copa en la mano y, como Ingrid Bergman, despu¨¦s de mil a?os, tambi¨¦n ha acudido a la cita.
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