Pakist¨¢n: ?la bomba para Bin Laden?
El autor advierte del peligro de que el Estado paquistan¨ª proporcione armas nucleares a Al Qaeda.
El asunto Abdul Qadeer Khan. La incre¨ªble historia de este sabio paquistan¨ª partidario del armamento nuclear que, desde hace 15 a?os, entregaba con total libertad e impunidad sus secretos m¨¢s delicados a Libia, Ir¨¢n, Corea del Norte y al que, seg¨²n acabamos de saber, Pervez Musharraf en persona, al t¨¦rmino de una entrevista de la que no se ha filtrado nada o casi nada, termin¨® por conceder su perd¨®n. ?Realmente est¨¢ cerrado el informe? ?Asunto archivado? Es lo que la Administraci¨®n estadounidense, ajustando extra?amente el paso a la doctrina oficial paquistan¨ª, est¨¢ intentando hacernos creer. Conociendo algo el informe y siendo, salvo error, el primer observador franc¨¦s que ha intentado alertar a la opini¨®n p¨²blica sobre la extrema gravedad de la situaci¨®n, creo, por el contrario, que no estamos m¨¢s que al principio de esta historia. No tardaremos en descubrir, por ejemplo, que este terrible tr¨¢fico, lejos de haber cesado hace dos a?os, seg¨²n se dice, ha continuado hasta ayer; es decir, en realidad, hasta justo despu¨¦s de la pretendida toma de conciencia del 11-S: este ¨²ltimo viaje a Pyongyang, el decimotercero, realizado en junio de 2002 por el buen doctor Jan, o tambi¨¦n ese barco apresado en agosto en pleno Mediterr¨¢neo, que transportaba hacia Libia algunos de los componentes de una futura central nuclear. El mundo, detr¨¢s de Estados Unidos, ten¨ªa los ojos fijos en Bagdad, mientras que las grandes oleadas de la proliferaci¨®n nuclear part¨ªan de Karachi.
Muy pronto leeremos que, lejos de ser un Doctor Strangelove exaltado, pero al final m¨¢s aislado de lo que describen la mayor¨ªa de nuestros medios de comunicaci¨®n, Jan estaba en el centro de una red inmensa, de una trama incre¨ªblemente densa y tupida: sociedades pantalla en Dubai, encuentros en Casablanca y Estambul con sus colegas iran¨ªes, c¨®mplices en Alemania y Holanda, agentes malayos y filipinos, desv¨ªos hacia Sri Lanka, conexiones chinas y londinenses; un mundo, s¨ª, todo un planeta de crimen y guerra sucia que los occidentales, enredados en un gran juego que est¨¢ a punto de superarles, han dejado que se desarrolle con una ligereza que recuerda, pero para peor, la que presidi¨® en otro tiempo la puesta en ¨®rbita de los talibanes. Observaremos que, al estar Pakist¨¢n sujeto por la mano de acero de sus servicios secretos y su Ej¨¦rcito, es sencillamente inconcebible que Khan haya actuado solo, sin ¨®rdenes ni cobertura: comprenderemos, m¨¢s exactamente, que no se puede, al mismo tiempo, repetir cada vez que se plantea la cuesti¨®n de la debilidad del sistema: "No se preocupen: el arsenal paquistan¨ª est¨¢ bajo control; ni una sola cabeza de misil se mover¨¢ sin que se informe a las autoridades" y, hoy d¨ªa, frente a la magnitud de la cat¨¢strofe anunciada, jurar con la mano en el coraz¨®n: "Khan era un hombre solo, una especie de soldado perdido, actuaba por su cuenta, no hay ni un solo oficial implicado".
Nos remontaremos hasta Musharraf. Al ser Pakist¨¢n lo que es, no podremos remontarnos no s¨®lo hasta tales o cuales generales o ex generales (de ahora en adelante, esos nombres con los que me he cruzado en el curso de mi propia investigaci¨®n y que espero interesen a otros m¨¢s competentes que yo: Mirza Aslam Beg y Jehangir Karamat, los dos antiguos jefes del Estado Mayor General), sino s¨®lo hasta el presidente, del que nadie duda en Islamabad que no ignoraba nada de los oscuros manejos de aqu¨¦l al que en el momento mismo en que le desenmascaraba, acab¨® honrando como a un "h¨¦roe". ?Qu¨¦ sabe Khan de lo que sabe Musharraf? ?Qu¨¦ sabe Dina, su hija, que se ha vuelto a marchar a Londres anunciando que llevaba maletas con informes a cu¨¢l m¨¢s comprometedor?
Y, adem¨¢s, tarde o temprano, llegaremos al final, al verdadero secreto, el m¨¢s grave, el que Daniel Pearl hab¨ªa empezado a entrever y quiz¨¢ le haya costado la vida, ¨¦se en el que yo, a mi vez, hab¨ªa intentado, siguiendo sus pasos, penetrar un poco m¨¢s: Al Qaeda, las relaciones de Khan con el Lashkar e To?ba, ese grupo terrorista y fundamentalista que est¨¢ en el coraz¨®n de Al Qaeda; el hecho, en otras palabras, de que ese sabio loco es, para empezar, un loco de Dios, un islamista fan¨¢tico, un hombre que, en alma y conciencia, cree que la bomba de la que es padre deber¨ªa pertenecer, si no a la misma Umma, al menos a su vanguardia, tal como la encarna Al Qaeda; la probabilidad, pues, del gui¨®n de pesadilla que yo anunciaba al t¨¦rmino de mi investigaci¨®n y que ahora, m¨¢s que nunca, es nuestro horizonte, un Estado paquistan¨ª que, al abrigo de su alianza con un Estados Unidos que decididamente no est¨¢ para frivolidades, proporcionar¨ªa a Bin Laden los medios de pasar a la ¨²ltima etapa de su cruzada. ?Cu¨¢nto tiempo har¨¢ falta para que se diga todo esto? ?Cu¨¢nto tiempo durar¨¢ la mascarada de Islamabad? El mes pr¨®ximo, Estados Unidos aprobar¨¢ los 3.000 millones de d¨®lares de ayuda a Pakist¨¢n. ?Se tendr¨¢ en cuenta este aspecto de las cosas? ?Se exigir¨¢, por fin, a cambio de esta ayuda, la inspecci¨®n de los emplazamientos paquistan¨ªes, as¨ª como la puesta en marcha del sistema de doble llave que algunos reclamamos en Europa y EE UU? De momento, estos pocos elementos, esta modesta contribuci¨®n a un debate que no ha hecho, me temo, m¨¢s que empezar.
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