?Atrapados sin salida?
Ya el pasado 30 de enero escrib¨ª en este mismo espacio de opini¨®n que, a mi juicio, los efectos de la entrevista secreta entre el entonces conseller en cap Josep Llu¨ªs Carod Rovira y la direcci¨®n de ETA se asemejaban no a una explosi¨®n -cuyas consecuencias, por devastadoras que sean, pueden evaluarse a las pocas horas de haberse producido-, sino m¨¢s bien a un terremoto, cuyos da?os se ven incrementados y prolongados en el tiempo por r¨¦plicas y reajustes tect¨®nicos que pueden sucederse a lo largo de d¨ªas o semanas.
Pues bien, en esas estamos, aunque creo que la realidad ha desbordado los augurios m¨¢s pesimistas. Por si era necesario demostrar a¨²n que, para un pol¨ªtico responsable, mantener contactos con la banda terrorista en el estado actual de ¨¦sta constitu¨ªa una temeridad casi suicida -porque ETA ha perdido cualquier vestigio de racionalidad pol¨ªtica, porque carece de la menor legitimaci¨®n, porque parece estar vigilada e infiltrada hasta el tu¨¦tano...-, el comunicado etarra eximiendo a Catalu?a de su actividad criminal en reconocimiento al avance electoral de Esquerra Republicana y en apoyo t¨¢cito al Gobierno tripartito, ese regalo emponzo?ado a menos de cuatro semanas de las elecciones generales, ha puesto en evidencia que el famoso viaje a Perpi?¨¢n fue como jugar a la ruleta rusa..., s¨®lo que con el tambor del rev¨®lver lleno de balas: el desenlace fatal estaba asegurado.
Y otra vez, sobre el terreno ya reblandecido por veintitantos d¨ªas de crisis, la tregua-trampa de ETA -?esto s¨ª que es una tregua-trampa!- ha vuelto a provocar la reacci¨®n en cadena, el temible efecto- domin¨®: el Partido Popular relami¨¦ndose en privado y conminando en p¨²blico a los socialistas a romper la coalici¨®n de gobierno en Catalu?a; Rodr¨ªguez Zapatero y su guardia de corps, presas de comprensible p¨¢nico, sinti¨¦ndose obligados a exigir pr¨¢cticamente lo mismo -la liquidaci¨®n pol¨ªtica de Carod o el divorcio entre el PSC y Esquerra-; los republicanos puestos en el dilema entre el sacrificio de su l¨ªder y la inmolaci¨®n colectiva..., y el futuro pol¨ªtico de la Generalitat convertido en el bal¨®n con el que juegan los gabinetes de estrategia de La Moncloa, de la calle de Ferraz y de la de G¨¦nova. Es bien curioso lo que ha sucedido desde el pasado 16 de noviembre: nunca, antes de esa fecha, el independentismo expl¨ªcito hab¨ªa recogido tanto apoyo electoral en Catalu?a; pero nunca como despu¨¦s de ese d¨ªa la pol¨ªtica catalana se ha visto tan espa?olizada, tan mediatizada, hipotecada y sacudida por palabras dichas e iniciativas tomadas en Madrid.
A todo esto, Pasqual Maragall parece haber optado por abrir el paraguas y dar ¨¢rnica, esperando a que escampe: una t¨¢ctica a todas luces insuficiente, vistas la magnitud y la duraci¨®n del se¨ªsmo. El pasado d¨ªa 11, en su primera sesi¨®n de control parlamentario como jefe del Ejecutivo y en una tarde infausta para nuestra cultura democr¨¢tica, el presidente Maragall quiso quitarse de encima las inc¨®modas preguntas de Artur Mas acerca de los avatares de la crisis espet¨¢ndole por tres veces un despectivo "usted no es nadie". Anteayer, conmocionado todo el hemiciclo por el perverso anuncio de ETA, el tono fue m¨¢s comedido y respetuoso, pero el presidente de la Generalitat no corrigi¨® en absoluto la pose de no pasa nada: ni los resultados del 14 de marzo ni el comunicado etarra -dijo- van a modificar la composici¨®n del Gobierno. Y, como si se hallase a¨²n en plena sesi¨®n de investidura, record¨® que le apoya una mayor¨ªa de 74 diputados frente a 61.
Pero no, claro, no estamos a mediados de diciembre, la vida pol¨ªtica catalana permanece inmersa en la peor crisis desde la superaci¨®n del franquismo y el maldito embrollo suscitado por el colosal error de Carod Rovira parece cada vez m¨¢s dif¨ªcil de resolver: si Esquerra Republicana aceptase o forzara el haraquiri pol¨ªtico de su secretario general, estar¨ªa escenificando un reconocimiento de culpa demoledor para toda su estrategia con vistas al 14 de marzo y abrir¨ªa, adem¨¢s, una crisis sucesoria de alcance imprevisible; si, doblegado por una presi¨®n insoportable, el PSC decidiese echar a ERC del Gobierno, Maragall ser¨ªa como el pintor del chiste, aquel al que le arrebatan la escalera y se queda... colgado de la brocha.
As¨ª las cosas, visto que esa mayor¨ªa parlamentaria de la que Maragall todav¨ªa se vanagloria no garantiza la estabilidad institucional, ni impide el grave deterioro de la imagen del Gobierno y del pa¨ªs, ni frena la divisi¨®n de la opini¨®n p¨²blica, ni desactiva las injerencias externas; comprobado que, desde una l¨®gica estrictamente partidista, esto tiene mal arreglo, me pregunto si no ha llegado el momento, uno de esos recodos en la historia de los pueblos en que se impone aparcar, congelar, aplazar los leg¨ªtimos intereses de partido en aras de un bien superior.
?Puede considerarse, despu¨¦s de lo acontecido desde el 26 de enero hasta hoy, que los resultados electorales del pasado noviembre conservan la misma validez y el mismo significado que cuando salieron del escrutinio? ?Ser¨ªa descabellado constituir un gobierno de concentraci¨®n -en cualquiera de las acepciones posibles del t¨¦rmino- que no dejase languidecer los que deb¨ªan ser grandes proyectos de esta legislatura (nuevo Estatuto, nuevo sistema de financiaci¨®n, ?recuerdan?) hasta tanto sea legalmente posible convocar elecciones anticipadas y someter todas las conductas al veredicto inapelable de las urnas? ?Ser¨ªan capaces nuestros pol¨ªticos de sacrificar vanidades y ambiciones personales en beneficio de soluciones audaces e imaginativas? Son preguntas para las que debo confesar que carezco de respuestas claras; pero me parece inquietante que ni siquiera lleguen a plantearse.
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
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