Tener y no tener
SI COMPARAMOS la situaci¨®n actual de nuestra escena con la de hace veinte o treinta a?os, no costar¨ªa afirmar que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, las paradojas afloran. Paradoja b¨¢sica: tenemos los teatros mejor dotados de la historia, pero, a tenor de las estad¨ªsticas, no sabemos c¨®mo llenarlos. ?No hay bastantes dramaturgos? ?No hay bastante p¨²blico? Quiz¨¢ el estado presente del arte dram¨¢tico sea un tanto equiparable al del mundo editorial: hay ofertas para todos los gustos, pero cuesta Dios y ayuda abrirse paso en el barullo y hacer que cada gusto encuentre su oferta. El p¨²blico del "teatro comercial" ignora o desde?a cualquier propuesta que se genere en las "salas alternativas", y viceversa: se dir¨ªa que el espectador ha de hacer un esfuerzo sobrehumano para cruzar la calle y arriesgarse a que le sirvan un plato distinto. En lo tocante a los c¨®micos, tenemos, hoy m¨¢s que nunca, infinitos j¨®venes que quieren ser actores pero muy pocos que deseen actuar: es la misma distancia que media entre "querer ser escritor" y "querer escribir". La comparaci¨®n con el panorama editorial, sin embargo, cojea a la hora de situar al dramaturgo, ese raro personaje que en Espa?a sigue siendo un pariente pobre: algo m¨¢s que un guionista y bastante menos que un novelista. (Hagan la prueba y d¨ªganme cu¨¢ntos dramaturgos aparecen en los t¨ªpicos balances culturales del a?o). De puertas adentro, en el milieu, el director sigue siendo la estrella: abundan los que se consideran los reyes de la funci¨®n, en la peor l¨ªnea del mattatorismo latino, aunque seguimos alejados de la tradici¨®n anglosajona, donde el director, libre de ismos y de egos hipertrofiados, est¨¢ al servicio de la funci¨®n (y del autor). Como dir¨ªa un castizo, aqu¨ª el m¨¢s tonto hace relojes: andamos sobrados de creadores (una escarapela autoadjudicada, en la mayor¨ªa de los casos) y bastante faltos de artesanos, en el sentido m¨¢s humilde y m¨¢s noble del t¨¦rmino. En el apartado de las programaciones sigue faltando riesgo (que equivale a apostar verdaderamente, o sea, arriesg¨¢ndose a perder), y en cuanto a los festivales de cierto tonelaje sigue sobrando poltronismo, agenda y talonario: menos mamuts y m¨¢s liebres es lo que precisa nuestro teatro para no morir asfixiado por su propio peso.
?Alguna otra petici¨®n, a estas alturas del partido? Se me ocurren dos, para cerrar este breve -el espacio manda- intento de diagn¨®stico. Necesitamos, como agua de mayo, que unos cuantos autores se decidan de una vez a dejar entrar la realidad inmediata en sus textos; a cultivar -y ah¨ª est¨¢ de nuevo el modelo brit¨¢nico- una dramaturgia que refleje problemas, anhelos y temores con nombres, apellidos y localizaciones de nuestro presente. Y un p¨²blico, ¨²ltima paradoja, capaz no s¨®lo de interesarse por ello sino de saltar m¨¢s all¨¢ y dejar de considerar lejano cualquier conflicto dram¨¢tico situado en Kabul, Minnesota o Tananarive: ampliar la mirada y ampliar las fronteras.
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