La culpabilidad diab¨®lica
L¨¦on Poliakov, historiador del antisemitismo, utiliza el concepto de "culpabilidad diab¨®lica" para calificar la designaci¨®n de un personaje individual o colectivo como responsable de todos los aspectos negativos presentes en una determinada realidad, cargando adem¨¢s el acento sobre su condici¨®n intr¨ªnsecamente perversa. La satanizaci¨®n del jud¨ªo bajo Hitler, la del gusano y del imperialista yanqui en la Cuba de Castro, la del mas¨®n y del comunista por parte del franquismo, la del intelectual laico en el imam Jamenei, ser¨ªan otros tantos ejemplos de esa caracterizaci¨®n peyorativa, que en dictaduras y reg¨ªmenes totalitarios fue utilizada en m¨²ltiples ocasiones a lo largo del siglo XX para servir de base a actitudes maniqueas, y sobre todo para justificar la represi¨®n, cuando no una l¨®gica de exterminio.
En la actualidad, asistimos a una pugna a escala mundial entre el integrismo isl¨¢mico y el antiterrorismo made in USA para cargar sobre el otro la culpabilidad diab¨®lica en la confrontaci¨®n. De un lado, integristas y fundamentalistas de todo tipo denuncian la intenci¨®n mal¨¦fica de la cruzada de Occidente para aplastar al islam, con Bush y el sionismo a la cabeza. De otro, el presidente norteamericano define toda su pol¨ªtica exterior en clave de un antiterrorismo, legitimado los por atentados del 11-S, lo cual le ha permitido adoptar las decisiones m¨¢s insensatas y m¨¢s agresivas con tal de que respondan al objetivo sagrado de acabar con los agentes reales o imaginados del terror. El propio recurso a la expresi¨®n "el eje del mal" nos informa de sobra acerca del terreno en que Bush nos obliga a movernos. Para Bush y para Bin Laden no hay que analizar nada, ni matizar nada. Todos los males de la Tierra son culpa del otro y cualquier medio es bueno para acabar con ¨¦l. No hay costes humanos ni derechos humanos. La destrucci¨®n de las Torres Gemelas es para uno la bendici¨®n de Al¨¢; las jaulas de Guant¨¢namo resultan para el otro simples instrumentos la democracia. Por no hablar de Irak y de su gran mentira. Ni siquiera cuenta para Bush la subida en flecha del antiamericanismo que su "imperialismo incoherente", por usar la expresi¨®n de Michael Mann, alimenta a escala mundial.
En Espa?a, el recurso a la culpabilidad diab¨®lica entra en escena de la mano de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. Su propensi¨®n autoritaria pas¨® a primer plano con la victoria electoral por mayor¨ªa absoluta y encontr¨® la longitud de onda apropiada tras el 11-S. Por fin todas las piezas encajaban. La lucha contra el terrorismo de ETA engarzaba con la exigencia de una estrategia antiterrorista mundial. Cualquier otra cuesti¨®n se convert¨ªa en subordinada. Bush hab¨ªa dado la pauta. Aquel que ignorase la prioridad absoluta del antiterrorismo, y correlativamente, la primac¨ªa no menos absoluta de Occidente y de los Estados Unidos, era incluido en el c¨ªrculo de los enemigos, o cuando menos entre los c¨®mplices de los enemigos. Y Aznar secund¨® ciegamente a Bush, en la ONU y frente a Europa, sin tener en cuenta el desastre injustificado a que pod¨ªa llevar el militarismo desaforado de los Rumsfeld y Wittfogel.
A partir de su actuaci¨®n como comparsa en las Azores, cada vez m¨¢s seguro de s¨ª mismo, Aznar perdi¨® el norte y se convirti¨® en el causante de una bipolarizaci¨®n innecesaria en la vida pol¨ªtica espa?ola. Los polos enfrentados ya exist¨ªan en Euskadi, pero all¨ª hab¨ªan sido los nacionalistas quienes los colocaron uno contra otro a partir del acuerdo de Estella/Lizarra. Frente a esa situaci¨®n desfavorable, lo que hizo Aznar fue seguir la corriente al adversario, devolviendo golpe a golpe. El efecto bumer¨¢n no tard¨® en producirse, propiciando la difusi¨®n de una falsa idea seg¨²n la cual el PP tendr¨ªa tanta o m¨¢s responsabilidad que ETA en el callej¨®n sin salida vasco. Si no secundaba al PP, el otro era visto como fuente de complicidades y errores. Ni siquiera en un episodio menor, como la eliminaci¨®n de Nicol¨¢s Redondo al frente del PSE, fueron los populares capaces de introducir en su discurso una pizca de esprit de finesse, y les iba mucho en ello. Con poner al PSOE contra la pared ten¨ªan suficiente. As¨ª favorecieron a quienes desde otras orillas remaban para ir contra el Pacto Antiterrorista, soporte de la coalici¨®n constitucionalista en las elecciones vascas de mayo de 2001. Y as¨ª han llegado a la crisis catalana, un verdadero regalo de los dioses, arruinado en parte por la demasiado visible intenci¨®n de aprovechar el suceso para conseguir el aplastamiento del PSOE. ?No es capaz Aznar de darse cuenta de que en el caso Carod est¨¢ presente un tema de Estado, m¨¢s all¨¢ de los intereses de su partido, que siempre necesitar¨¢ a un PSOE razonable, el del ultim¨¢tum de Zapatero a Maragall, para no verse desbordado? Incluso cuando irrumpe el comunicado de ETA, ?no hubiera sido m¨¢s inteligente actuar en la l¨ªnea de Piqu¨¦, dejando al contrario en fuera de juego desde el supuesto luego incumplido de que el PSOE y el PSC responder¨ªan al desaf¨ªo con un sentido de Estado?
Los sucesos de las ¨²ltimas semanas vienen a confirmar lo que escribiera Maquiavelo acerca del papel decisivo de la fortuna en la vida pol¨ªtica. Primero actu¨® en contra del PP al poblarse el ambiente internacional de condenas contra la mendaz justificaci¨®n de la guerra por parte del tr¨ªo de las Azores. Los momentos gloriosos en la primera fila del antiterrorismo mundial pueden pasar factura. La estrategia de la satanizaci¨®n fue llevada por Aznar a sus ¨²ltimos extremos con motivo de la invasi¨®n de Irak, y resulta l¨®gico que los electores tomen en cuenta ese disparate. Ni siquiera hoy est¨¢ dispuesto a rectificar. Se mantiene en una actitud de inmoral arrogancia. S¨®lo en Espa?a es ignorado el tremendo enga?o de las armas de destrucci¨®n masiva. Y hay hombres nuestros all¨ª.
Aun dejando de lado temas de gran relieve, tales como la manipulaci¨®n a ultranza de los medios de comunicaci¨®n, la voluntad de controlar la justicia o las pol¨ªticas de cultura y de educaci¨®n, lo rese?ado bastar¨ªa para hacer aconsejable un relevo en las elecciones de marzo. A pesar del alivio que supone la retirada de Aznar, ¨²nicamente un periodo de reflexi¨®n pol¨ªtica desde la oposici¨®n puede devolver al PP a la condici¨®n de partido de centro-derecha propiamente dicho. La tentaci¨®n autoritaria ha sido excesiva en estos ¨²ltimos cuatro a?os.
Lo peor es que el PSOE se ha contagiado en buena medida del manique¨ªsmo exhibido por el presidente del Gobierno. Las cr¨ªticas vertidas contra la fase de oposici¨®n responsable han tenido ¨¦xito, y tanto el l¨ªder del PSOE como su partido y los medios de comunicaci¨®n afines se han entregado a una labor de destrucci¨®n de imagen, en gran medida justificada, pero que al no conocer l¨ªmites en su aplicaci¨®n acaba afectando a intereses superiores a los de un partido y unas elecciones. El estigma de la culpabilidad diab¨®lica recae en este caso sobre Aznar de modo inmediato, repercutiendo a continuaci¨®n sobre la credibilidad de nuestra democracia y de una Constituci¨®n que ya se encuentra lo suficientementeasaeteada como para que esa labor de erosi¨®n se intensifique, por la v¨ªa de la cr¨ªtica contra el PP. S¨®lo faltaba que Juan Luis Cebri¨¢n aportase el concepto-ariete de fundamentalismo democr¨¢tico. En su libro, la expresi¨®n tiene un contenido bien acotado; ya ha comenzado a registrarse, sin embargo, un uso del mismo tendente a descalificar toda defensa del orden constitucional hoy vigente. El discurso demag¨®gico que tiene en su punto de mira a la configuraci¨®n actual de nuestra democracia no dudar¨¢ en trazar puentes con otra aportaci¨®n, por llamarla de alguna manera, la que en el libro p¨®stumo de V¨¢zquez Montalb¨¢n introduce la calificaci¨®n de nacionalconstitucionalismo de las JONS, en el marco de un "aznarismo" remake del franquismo. Hace unos d¨ªas, en este mismo peri¨®dico se hablaba de la Espa?a rota y la Espa?a roja como recursos del PP para empatar las ¨²ltimas elecciones administrativas. Maragall evoca con frecuencia el papel de Aznar como causante de un eventual estallido de Espa?a y el otro d¨ªa casi se refiri¨® a 1936. Tomadas una a una, tales declaraciones tienen posiblemente alguna base. En conjunto, forjan una asociaci¨®n fraudulenta entre la gesti¨®n de Aznar y el retorno a la Espa?a de Franco, patriotismo constitucional mediante. Ciertamente, Aznar es un pol¨ªtico autoritario y su estilo ha envenenado la vida pol¨ªtica del pa¨ªs. Ahora bien, las instituciones quedan y la profunda descentralizaci¨®n del Estado de las autonom¨ªas se mantiene. La v¨ªa adoptada para ilegalizar Batasuna, primero, y para frenar el plan Ibarretxe luego, ha sido estrictamente jur¨ªdica. Bien est¨¢ subrayar los aspectos reaccionarios de su pol¨ªtica y de su visi¨®n de la historia, por lo dem¨¢s no lejana en puntos clave de la que difunden figuras del nuevo socialismo; sugerir siquiera que se dio con Aznar un regreso a la dictadura es pura demagogia.
Tampoco puede ser valorada esa gesti¨®n seg¨²n el criterio de que todos son sombras. Con los sindicatos, la huelga general alcanz¨® una salida flexible y la pol¨ªtica econ¨®mica ha garantizado niveles satisfactorios de crecimiento. Ni "Espa?a va bien" ni Aznar la ha puesto en el infierno. Y en el caso vasco, resulta innegable el ¨¦xito a la hora de contrarrestar la ofensiva de ETA despu¨¦s de la tregua, siendo no menos innegable que la kale borroka se ha desplomado con la serie de ilegalizaciones, de Jarrai a Batasuna.
En cuanto a la oposici¨®n al plan Ibarretxe y la desconfianza ante la reforma estatutaria del tripartito catal¨¢n, las explicaciones del PP son torpes, y la resistencia a cualquier reforma contraproducente, pero el rechazo puntual al "todos queremos m¨¢s" resulta razonable, aunque Maragall y los apologistas del PSOE se esfuercen por mostrar que es estupendo eso de que cada una de las grandes autonom¨ªas ampl¨ªe sus competencias a voluntad sin preocuparse de lo que pueda quedar de Estado una vez que aqu¨¦llas "se sientan c¨®modas". En ninguna democracia del mundo tiene hoy carta de naturaleza un delirio semejante, por m¨¢s que Ibarretxe tenga que cumplir el mandato de la prehistoria vasca y en Catalu?a algunos descubran de repente que Espa?a es un lastre. Adem¨¢s, la plurinacionalidad en el caso espa?ol no supone fragmentaci¨®n, sino imbricaci¨®n de procesos de construcci¨®n nacional, sobre la base de identidades duales, aun cuando los partidos nacionalistas y sus intelectuales asociados pretendan ver en nuestro pa¨ªs una nueva versi¨®n del Imperio Austroh¨²ngaro o de Yugoslavia.
?ste es el aspecto m¨¢s significativo del caso Carod, segundo golpe de la fortuna, por encima de que Aznar busque de forma primaria una ventaja para su partido. La tensi¨®n entre Zapatero y Maragall constituye un espl¨¦ndido ejemplo de lo que nos espera a todos si se reforma el Estado en el sentido y con el alcance que propone el tripartito: dos v¨¦rtices de decisi¨®n no pueden coexistir permanentemente, y menos si en uno de ellos act¨²a por libre una fuerza que busca la ruptura. Desde tiempos romanos, la bicefalia en pol¨ªtica no funciona. El cheque en blanco dado por Zapatero a Maragall para la alianza con quienes buscan la independencia, no un Gobierno de izquierda, mostr¨® ya en su primer episodio, penosamente resuelto, el enorme coste que pod¨ªa representar para el PSOE. Y la tregua con barretina de ETA ha hecho el resto. Las invocaciones de Maragall a un fortalecimiento del Pacto Antiterrorista para sostener a toda costa su tinglado, regalo de Rajoy al mentar la bicha, y la coartada de Carod y de ETA fechando el inicio de la tregua retrospectivamente, suponen no s¨®lo conductas moral y pol¨ªticamente miserables, al representar un apoyo por omisi¨®n o por acci¨®n a la resurrecci¨®n pol¨ªtica del terror, sino insultos a la inteligencia de catalanes y espa?oles. Ha sido Carod, pero tras ¨¦l, Maragall y el PSOE por su empecinamiento en sostener a sangre y fuego la alianza con ERC, los que hacen que ETA est¨¦ en primer plano de la actualidad pol¨ªtica: hubiera bastado hace pocos d¨ªas que Zapatero rechazase en las circunstancias actuales el declarado apoyo de Carod para que ninguna responsabilidad recayera sobre el PSOE. Ahora todo cambia. Al confirmar ERC a Carod y Maragall negarse a la exclusi¨®n de Esquerra, en contra de la exigencia planteada por Zapatero el mi¨¦rcoles, la crisis real del PSOE no tendr¨¢ que esperar a una derrota electoral, aunque de momento permanezca semienterrada. En una discrepancia entre Zapatero y Maragall, entre el Gobierno de Madrid y el de Barcelona, ?qui¨¦n decide? Una conspiraci¨®n diab¨®lica demasiado real, la de ETA, habr¨¢ triunfado, pero tal vez contribuye involuntariamente a arrojar luz sobre nuestros m¨¢s importantes problemas pol¨ªticos.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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