La marca
Cuando me pongo nervioso al hablar en p¨²blico se me forma una ligera flema en la garganta que debo arrastrar con un suave carraspeo muy fastidioso. Seg¨²n tengo entendido esa flema es una herencia de mi abuela Ventura. Ignoro de qu¨¦ muri¨®, aunque, al parecer, lo hizo tosiendo como otros se van al cielo o al infierno callados. Estando la abuela Ventura en el lecho de muerte, antes de que el cura la untara con los santos ¨®leos, fue requerido de Valencia un catedr¨¢tico de medicina para ver si consegu¨ªa retenerla un poco m¨¢s en este mundo sin toser. El catedr¨¢tico lleg¨® al pueblo desde la capital en un taxi y fue recibido con gran respeto por deudos y familiares. Al pie de la cama, despu¨¦s de un silencio medido, el catedr¨¢tico diagnostic¨®: "es una tos nerviosa, no tiene nada, se pondr¨¢ bien". Pudo haberle preguntado por qu¨¦ manten¨ªa una mano muy cerrada como tratando de que algo muy valioso no se le perdiera. No lo hizo. El catedr¨¢tico se esfum¨® despu¨¦s de cobrar la minuta y la abuela Ventura muri¨® sin abrir la mano antes de que el ilustre doctor llegara a Valencia. De la abuela Ventura he o¨ªdo contar muchas historias. Cuando era todav¨ªa una ni?a iba un d¨ªa a la feria de la ermita del patr¨®n con una moneda de plata para comprar miel, d¨¢tiles, pan de higo, un mant¨®n de hilo, sortijas y otros regalos. La noche anterior hubo una gran tormenta y de camino tuvo que atravesar un puente de tablas que se hab¨ªa montado sobre un torrente bravo. Resbal¨® y se cay¨® al agua. La fuerza de la corriente arrastr¨® su cuerpo. La ni?a Venturita brace¨® denodadamente durante un tiempo para alcanzar una ribera, pero muy pronto se abandon¨® sin fuerzas a las violentas aguas, que la arrastraron, unas veces sumergida y otras aflorada, hasta que la detuvo un ca?averal. Cuando algunos vecinos llegaron a ella parec¨ªa totalmente ahogada y despu¨¦s de auxiliarla poni¨¦ndola cabeza abajo, alguien advirti¨® que ten¨ªa un pu?o muy crispado hasta el punto que necesitaron tenazas para abrirlo y cuando lo lograron , apareci¨® a salvo la moneda de plata en la palma de su mano. Su f¨¦rrea voluntad unida de forma indisoluble a aquel tesoro le dej¨® en ella una profunda se?al, que se mantuvo hasta el d¨ªa de su muerte. Era la efigie de un ¨¢guila coronada. Esta vez, muerta de verdad, le volvieron a abrir el pu?o y quienes la lloraban al pie del lecho, creyeron ver que el ¨¢guila volaba desde la palma de la mano porque la se?al hab¨ªa desaparecido. De mi abuela Ventura s¨®lo hered¨¦ la tos nerviosa, pero no aquella marca de plata.
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