Feliz
El hombre del que voy a hablarles es un clochard que est¨¢ sentado en el suelo todos los d¨ªas, en la puerta de la librer¨ªa La Hune de Par¨ªs, en el bulevar Saint-Germain, frente a un quiosco de revistas. No todo el mundo sabe que es un hombre muy refinado, no s¨®lo por su exquisito comportamiento (da los buenos d¨ªas muy educadamente a los transe¨²ntes que se detienen frente al quiosco o entran en la librer¨ªa), sino porque se dedica a leer a los cl¨¢sicos, sentado ah¨ª sobre los cartones que ha dispuesto en el suelo y desde donde contempla de vez en cuando el mundo. En ocasiones, se pone de repente de pie y fuma, con notable satisfacci¨®n, grandes y costosos puros habanos y desconcierta a los paseantes.
Siempre me ha parecido una suerte -para poder saber m¨¢s cosas de ¨¦l- que este hombre sea amigo del escritor italiano Antonio Tabucchi. Anteayer, en Utrecht, me encontr¨¦ con Tabucchi y decid¨ª dar el paso que llevaba meses meditando, le ped¨ª que me dijera de qu¨¦ suele hablar con el clochard de la librer¨ªa de Par¨ªs. Se lo ped¨ª caminando sobre la nieve, y la historia que Tabucchi me cont¨® suced¨ªa en un atardecer en el que nevaba mucho en Par¨ªs y ¨¦l estaba solo en esa ciudad y, sinti¨¦ndose angustiado en su apartamento, decidi¨® salir a dar una vuelta y no encontr¨® a nadie, hasta que por fin tropez¨® con su amigo el clochard, al que le comunic¨® su desasosiego de aquel d¨ªa de invierno. El hombre, por toda respuesta, le invit¨® a sentarse a su lado y ver el mundo desde su modesta posici¨®n a ras de suelo. Y el escritor no dud¨® en aceptar la invitaci¨®n. Estuvieron los dos largo rato en silencio, all¨ª en la entrada de la librer¨ªa, contemplando desde abajo el paso apresurado o errante, pero siempre indiferente, de los transe¨²ntes invernales, hasta que el clochard rompi¨® el silencio para decirle: "?Lo ves, amigo? Pasan los hombres y no son felices".
Ayer, a la vuelta de Utrecht, me acord¨¦ de todas esas dolientes vidas mortecinas que, con paso apresurado o errante, cruzan por Animales tristes, el melanc¨®lico y magistral libro de cuentos que ha escrito Jordi Punt¨ª y que recomiendo aqu¨ª con la misma felicidad con la que ahora me fumar¨ªa un puro habano. De haber sido escrito unos a?os antes, alg¨²n relato de este libro lo habr¨ªan seguramente incluido Augusto Monterroso y Barbara Jacobs en aquella excepcional Antolog¨ªa del cuento triste que apareci¨® en 1992 y que ignoro si todav¨ªa puede encontrarse en librer¨ªas. Me acuerdo mucho del pr¨®logo de esa antolog¨ªa: "La vida es triste. Si es verdad que en un buen cuento se concentra toda la vida, y si la vida es triste, un buen cuento ser¨¢ siempre un cuento triste". Pero tambi¨¦n se dice en ese pr¨®logo que la parte alegre de la vida tiene a veces su fundamento en la parte triste, y viceversa. Y eso me lleva a pensar que el clochard de Par¨ªs tiene algo de animal feliz y parece tener su fundamento en los animales tristes de Jordi Punt¨ª. Es m¨¢s, ese clochard tiene algo de aquellas ballenas felices que describen a los hombres en un relato de Dama de Porto Pim, el libro de Antonio Tabucchi sobre las Azores. Las ballenas, en ese breve relato, dicen, con tr¨¢gica ternura, que los hombres que se les acercan "enseguida se cansan y, cuando cae la noche, se duermen o contemplan la luna. Se alejan desliz¨¢ndose en silencio y es evidente que est¨¢n tristes". A veces, los relatos breves son l¨¢minas de vida con una extra?a adherencia a la realidad. Sobre todo si quienes los narran son personas o ballenas felices que necesitan la tristeza para vivir y morir. "Verme morir entre memorias tristes", dec¨ªa Garcilaso.
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