Historias de mujeres que pelearon por Vallecas
Siete vecinas del barrio madrile?o cuentan a estudiantes de un instituto su lucha en la calle por el bienestar de los suyos
![Carmen Mor¨¢n Bre?a](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F62d31e9f-9943-4d92-997c-a15aa4a35bf9.png?auth=8424e1fb56009e0c1a0500325c8d01c9aba1ec2b74a4d4518db4efbcae00ece7&width=100&height=100&smart=true)
Franco ya hab¨ªa muerto, pero su legado de miseria ahogaba todav¨ªa los barrios obreros de Madrid, los penosos extrarradios donde familias enteras cambiaron la hambruna rural por un infecto retrete a compartir. Es, por ejemplo, Vallecas en la m¨¢s tierna transici¨®n. Una familia, la de Dioni Morcuende, se instal¨® en el poblado de chabolas que acog¨ªa los desmadres demogr¨¢ficos de la ¨¦poca. Llegaron desde Candeleda (?vila). Ella tiene hoy 70 a?os. Nadie lo dir¨ªa. Recuerda perfectamente las 350 pesetas que pagaba por su casa -"los ricos eran los que se iban a vivir a un piso"-, el lodo por las calles, la falta de agua corriente, de luz el¨¦ctrica, las basuras, "los nublados de moscas", el autob¨²s que no llegaba hasta el poblado. ?Que no llegaba? Lleg¨®, vaya si lleg¨®.
"Las chabolas aparec¨ªan por la ma?ana como setas. Las levant¨¢bamos por la noche"
Contando a Dioni, siete mujeres de Vallecas regalaron ayer parte de su precioso tiempo a los alumnos del instituto Antonio Dom¨ªnguez Ortiz. De ellas oyeron el relato del secuestro del autob¨²s y un pu?ado de an¨¦cdotas que apenas serv¨ªan para dar una visi¨®n exacta de las penurias que pasaron casi dos tercios de su vida. "A pesar de todo, ¨¦ramos j¨®venes y felices; si hab¨ªa fiesta en el barrio, bail¨¢bamos en el descampado", revive Dioni.
Cuando le toca el turno a Ana Pozas, los alumnos pueden escuchar la historia del autob¨²s. "Nos juntamos todas las mujeres -porque los hombres participaban, pero como estas cosas eran de d¨ªa, estaban en el trabajo- y nos montamos en el autob¨²s; cuando lleg¨® a la ¨²ltima parada, le hicimos avanzar hasta la colonia y all¨ª nos quedamos hasta que vino la polic¨ªa". Luego, como bajando la voz, confiesa: "El autobusero estaba en la misma lucha; ya hab¨ªamos hablado con ¨¦l antes". Todos estaban hartos de meter los pies en los barrizales.
Pero fueron las mujeres las que un d¨ªa clamaron por el transporte, otro por los centros sanitarios, otro por los colegios. Y todo eso, cuando hacerse una casa era una odisea. "Las chabolas aparec¨ªan por la ma?ana como setas. Las levant¨¢bamos por la noche y hab¨ªa que meter una cama y acostarse corriendo, porque si ven¨ªa la polic¨ªa y no estaba habitada, nos las tiraban abajo". La que habla es Rosario Olegario, de 74 a?os. Es guerrera, sabe que la lucha no ha acabado y arenga a los muchachos del instituto: "No pod¨¦is dormiros en los laureles. Hay mucho que hacer, faltan m¨¦dicos, ambulatorios, falta polic¨ªa, guarder¨ªas gratuitas, pisos baratos. Y necesit¨¢is becas, pelead por la ense?anza, aprovechad el tiempo. Un pueblo ignorante es un pueblo manejable".
Marijose Maestro es m¨¢s joven que las anteriores y habla de especulaci¨®n salvaje. Se reivindica como relevo de aquellas mujeres luchadoras, "porque la infravivienda persiste". A todas ellas las alienta un movimiento vecinal que no descansa.
El p¨²blico se va animando y suenan los primeros aplausos. En el humilde sal¨®n de actos de este instituto p¨²blico la ac¨²stica no da m¨¢s de s¨ª. Pero puede la voluntad. Por ejemplo, la de la coordinadora de actividades extraescolares, Consolaci¨®n Merino Vaquerizo, Chelo. Ella procura estar en permanente contacto con el barrio e implicar a sus alumnos. Ha organizado este acto, con ayuda de otros profesores, y encargado los regalos: un pa?uelo de seda para las ponentes y unas flores para las sopranos que interpretan unas piezas de despedida. Al piano, dos chicos del instituto.
Pero, antes de todo esto, habla Leo S¨¢nchez. Es una vieja conocida del centro porque antes de jubilarse llevaba la cafeter¨ªa del instituto. "Os echo de menos", dijo a los ni?os. "Y nosotros a ti, le respondieron a gritos". Ayer fue a contarles que, cuando a¨²n era ni?a, ya fue una mujer trabajadora. Sirvi¨® en las casas, acarre¨® agua, lav¨® imposibles s¨¢banas de lienzo, emigr¨® a Suiza y sigui¨® trabajando. Las jornadas de 17 horas apenas dejaban protagonismo a los embarazos.
Magdalena Ladero levanta la voz: va a hablar de maltrato, hace una "llamada de socorro". "Me han pisoteado y explotado; ahora estoy sorda y casi ciega. No consint¨¢is que nos sigan pisando". Los aplausos arrecian.
Y a¨²n queda la historia de Leo S¨¢nchez. Tiene 43 a?os y tres hijos de 25, 19 y 18. Para contar su vida hay que hablar de alcoholismo, huidas de la casa paterna, drogas. Y de una constante pelea porque los suyos tuvieran agua corriente. Ahora est¨¢ en paro, como su marido. Su hija les ayuda. "Estoy aprendiendo a hablar franc¨¦s". Ha salido de todo: "Ahora aprecio como nunca los abrazos y los besos de mis hijos".
Los profesores se ponen el mandil
El instituto Antonio Dom¨ªnguez Ortiz vivi¨® ayer una jornada especial para conmemorar el D¨ªa de la Mujer Trabajadora. Los profesores se pusieron el mandil y se metieron en la cocina. Llevaron la comida a las profesoras. Se esmeraron. En el men¨² pod¨ªa leerse: Salesas reales (que dicen que era un ragout de ternera), tiropitakia (un plato griego), salmorejo cordob¨¦s (delicias de la mezquita), brandada...
El D¨ªa de la Mujer Trabajadora es especial all¨ª. Chelo Merino se encarga de que as¨ª sea. Tiene una reducci¨®n de jornada de tres horas porque es la coordinadora de actividades extraescolares y cuando no anda movilizando el barrio con sus cartas de amor, por San Valent¨ªn, se dedica a menesteres parecidos.
"Cuento con la ayuda de algunos profesores del centro que son muy comprometidos, si no, no podr¨ªa trabajar. Yo lo que quiero es que los alumnos, adem¨¢s de aprender lengua y matem¨¢ticas, tengan capacidad cr¨ªtica. Y s¨¦ que es importante que nos relacionemos con el entorno". El entorno es el barrio de Vallecas. Ella se patea las asociaciones de ancianos, vecinales, de mujeres, llama a los medios de comunicaci¨®n. Despu¨¦s organiza las actividades en las que se implican vallecanos de todas las edades. "Los chicos deben reconocer el trabajo y la experiencia que pueden aportarles los mayores. Yo intento cada a?o traer buenos invitados: estuvo Juana Do?a y Dulce Chac¨®n".
Para este a?o ha montado una exposici¨®n en el centro: son paneles en los que se recogen los relatos de los alumnos sobre sus madres o abuelas. Algunos profesores han querido tambi¨¦n participar y hacer protagonistas a las mujeres de sus vidas.
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