Burelandia en el Museo de Am¨¦rica
'El mundo de los oparvorulos' relata la expedici¨®n madrile?a a la quim¨¦rica pen¨ªnsula
Madrid tuvo unos h¨¦roes, hasta ayer an¨®nimos, que mostraron el coraje necesario para descubrir un mundo desconocido anclado en alg¨²n lugar del Oc¨¦ano, entre Canarias e Irlanda. La cortina de silencio que sobre aquellos ficticios pr¨®ceres madrile?os cay¨® durante d¨¦cadas, con su densa envoltura impenetrable, fue desenvuelta a media tarde de ayer en el Museo de Am¨¦rica, junto al faro de Moncloa. All¨ª, la Fundaci¨®n Enrius, regentada por el artista pl¨¢stico Enrique Cabestany, al frente de un equipo de expertos, m¨²sicos y pintores, inaugur¨® la muestra El mundo perdido de los oparvorulos, que da noticia antropol¨®gica de aquella gesta cuyos pormenores se exponen hasta el 25 de abril en el museo. Se inscribe entre las artes sensoriales para ni?os y j¨®venes de Teatralia, y est¨¢ financiada por la obra Social de Caja Madrid y por la Consejer¨ªa de Cultura y Deportes de la Comunidad de Madrid.
Cabestany, que firma sus ilustraciones con el pseud¨®nimo de Enrius, cuenta la historia de aquel hallazgo: "El capit¨¢n de nav¨ªo Selenio Telfeusa del R¨ªo, en la Cuesta de Claudio Moyano, hall¨® enroscado en el interior de un almanaque un viejo mapa. El mapa daba cuenta del enclave aproximado de la pen¨ªnsula de Burelandia, un territorio hasta entonces considerado por navegantes y cient¨ªficos como una inquietante quimera".
Y a?ade: "Henchido de pasi¨®n nombradora, el capit¨¢n Telfeusa, saboreando el placer de la v¨ªspera de una aventura congruente con el alto concepto que de s¨ª mismo exhibiera a lo largo de su vida, hizo part¨ªcipe de su hallazgo a dos de sus amigos: el cient¨ªfico Justiniano Colantonio y Andreas Politos. Precisamente", subraya, "un nieto de ¨¦ste, Ferm¨ªn S. Politos Duncan, don¨® a la Fundaci¨®n Enrius los objetos suntuarios y sacrales, los planos, m¨¢scaras, cetros, machetes, cer¨¢micas y grabados que profusamente decoran la exposici¨®n".
Telfeusa y sus amigos "fletaron la nave Atrevida, embarcaron y una luminosa ma?ana de junio se hicieron al r¨ªo Manzanares; con bonanza llegaron al Jarama y Titulcia, cruzaron frente a Toledo y al poco, arribaron a Lisboa; desde el lisboeta Mar de la Paja, la Atrevida abri¨® un surco en el oc¨¦ano y unas semanas despu¨¦s, desde su proa se avistaba, tras las brumas tropicales, el ansiado perfil de Burelandia".
"Una vez all¨ª", contin¨²a su relato, "desembarcaron en su a¨²reo litoral de fin¨ªsimas arenas; los tres madrile?os hab¨ªan llevado consigo a un artista conceptual para que diera constancia pl¨¢stica de cuanto en la pen¨ªnsula ignota viera: ?ngel Luis Mirabete Solinos, que tal era el nombre del pintor. Resultar¨ªa ser un traidor cuya felon¨ªa estuvo a punto de dar al traste con la gesta que, sin embargo, lograr¨ªa consumarse al poco".
"La emoci¨®n embargaba a los nautas y su arrojo nombrador les hizo bautizar cada enclave hallado con nombres tan singulares como Sokoa, Lola de Valence, bosque de Mnonganga -poblados por tribus minimalistas-, el enclave de Madrem¨ªa -donde la tribu aut¨®ctona de los filibotes preparaba sus limitadas circunnavegaciones de Burelandia- y mil lugares m¨¢s", destaca Cabestany.
De todos ellos, de su arte, su m¨²sica y sus tesoros, y de las azarosas vidas de sus descubridores da cuenta esta muestra, por otra parte plenamente ficticia.
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