El tormento del pabell¨®n ocho
La esperanza dio paso al desaliento en cientos de familiares que acudieron a la improvisada morgue
El 11 de septiembre de 2001 muchas de las v¨ªctimas que iban a morir llamaron a sus familiares desde el tel¨¦fono m¨®vil. Para decirles simplemente ¡°te quiero¡±, para enviarles el ¨²ltimo beso, para despedirse. La gente que iba llegando ayer al pabell¨®n 8 del recinto ferial Juan Carlos I ven¨ªa buscando una llamada. Se agarraba a cualquier cosa. Los m¨®viles a veces se rompen, una persona puede quedarse inconsciente durante horas. Llegaban al pabell¨®n con cierta esperanza, bien vestidos, peinados, enteros. Pero hab¨ªa que estar all¨ª y observarlos una hora detr¨¢s de otra. Hab¨ªa que presenciar las caras de la gente para hacerse cargo de la magnitud de la tortura. Y hab¨ªa que escuchar a David, un transportista de Guadalajara, preguntando por su esposa.
"Hay decenas de cad¨¢veres en el suelo sobre mantas blancas y negras"
Eran las siete de la tarde. Muchas horas ya sin se?ales de vida de su esposa, que cogi¨® el tren esa ma?ana. De pronto, alguien hab¨ªa llamado al hermano de David desde el hospital Gregorio Mara?¨®n para decirle que all¨ª hab¨ªa una mujer inconsciente que pod¨ªa tener la edad de Bego?a, la esposa de David. La persona que llamaba desde el Gregorio Mara?¨®n no conoc¨ªa personalmente a Bego?a, la esposa de David.
Hab¨ªa que ver a los nueve familiares de Bego?a pegados a un tel¨¦fono m¨®vil y preguntando:
-?Qu¨¦ pantal¨®n lleva?
-Dice que negro. Y que tra¨ªa una bufanda granate. ?Llevaba hoy Bego?a una bufanda granate?
-No s¨¦, puede ser- contestaba David. Dile que c¨®mo es esa mujer. Que Bego?a tiene mucho vello en el brazo y muy negro. ?Lo tiene ella igual?
-Dice que mucho vello no, pero que tiene la piel muy blanca. Y dice que tiene como un juanete en el dedo gordo del pie derecho. ?Lo tiene Bego?a?
-No, eso no- contestaba David.
Y las ocho, nueve o diez caras apretujadas en torno al tel¨¦fono m¨®vil se quedaban como derretidas, hundidas. Hasta que uno de ellos apuntaba:
-El reloj de Bego?a era Viceroy.
Y otro a?ad¨ªa:
-Y ten¨ªa una alianza.
Entonces la persona que se hallaba en el Gregorio Mara?¨®n informaba de que la mujer que ella ve¨ªa no llevaba reloj, pero s¨ª alianza. Cualquier excusa era buena para mantener la esperanza. La tortura segu¨ªa extendi¨¦ndose por todos los rincones del pabell¨®n.
En una esquina alguien consolaba a una joven que lloraba por su padre:
-No te encierres, no te encierres.
-Es que es muy raro...
-Pero es que han podido pasar muchas cosas.
En otra parte de la sala una mujer angustiada por la suerte de su hijo recibi¨® una llamada. ?Y era su hijo! Empez¨® a gritar y a saltar de contento, pero los psic¨®logos la cogieron y se la llevaron discretamente de la sala. Su efecto era muy nocivo para quien no sab¨ªa nada de los suyos.
Antonio Sotillo lleg¨® para interesarse por el marido de la asistenta. "Es una chica peruana que trabajaba all¨ª de encargada de unos grandes almacenes. Le ha costado la misma vida venir a Espa?a. Ha conseguido traerse al marido, que es pintor de obras... y ahora..."
La empleada de hogar se encontraba en el Gregorio Mara?¨®n esperando que su marido apareciese en la lista de heridos. Y llamaba a cada momento a Antonio al pabell¨®n ocho por ver si all¨ª se sab¨ªa algo. Pero el nombre del marido no aparec¨ªa en ninguna lista. A ella le hab¨ªa parecido verlo en televisi¨®n y con vida, entre los heridos. Pasaban las horas. De vez en cuando, alg¨²n s¨¢ndwich, alg¨²n caf¨¦. Y mucho psic¨®logo. Pero a las siete de la tarde la polic¨ªa reclamaba la presencia de los familiares directos para dar el mayor n¨²mero de datos sobre los desaparecidos.
Y all¨ª lleg¨® Noelia, llorando, se abraz¨® a Antonio y le dijo que los periodistas peruanos hab¨ªan ido a casa de sus dos hijos, all¨¢ en Lima, que no sab¨ªan nada del accidente. Y que ped¨ªan fotos del marido.
En el pabell¨®n ocho, la gente procuraba hablar de cualquier cosa trivial. No se mencionaba la palabra ETA ni la de Al Qaeda, salvo alguien que prorrumpi¨® a gritos en improperios contra los terroristas. Hasta las nueve y cuarto, en que la CNN revel¨® que Al Qaeda hab¨ªa reclamado el atentado, ¨¦se era un tema que ni se mentaba.
A veces se procuraba incluso re¨ªr. Hab¨ªa m¨¢s de tres psic¨®logos por cada familiar y decenas de sacerdotes procurando socorro.
De pronto, dos personas estallaban en llantos, se abrazaban y as¨ª se quedaban cinco minutos. Pero el d¨ªa era muy largo. El joven que lleg¨® con su traje, corbata y charlando con otros amigos y familiares, empez¨® a quitarse la chaqueta, a encadenar unos cigarrillos tras otros, a caminar por el pabell¨®n, descomponi¨¦ndose minuto a minuto durante muchas horas, como todo el mundo...
Pocos metros m¨¢s all¨¢, en el pabell¨®n seis, una persona describ¨ªa el panorama: "Hay decenas de cad¨¢veres en el suelo sobre mantas blancas o negras. Pero a los familiares no se les deja ver esto. Los cad¨¢veres llegan envueltos en bolsas blancas. Muchos de ellos, destrozados. A las familias se les piden datos para poder identificarlos. Mientras tanto, se arreglan los cad¨¢veres para que los familiares decidan si quieren llevarlos a alg¨²n tanatorio".
"Hay como 500 personas trabajando, entre personal del Samur, forenses, polic¨ªas, funerarias, conductores de los que traen los cad¨¢veres. Hay mucha sensaci¨®n de fr¨ªo aqu¨ª", indicaba la citada fuente dentro del pabell¨®n seis. "Llegan en fundas blancas y los colocan a la derecha. Se les pasa a la izquierda para identificarlos. Y entonces se les vuelve a poner a la derecha en fundas negras. Despu¨¦s se les separa por biombos y cortinas blancas para que las familias no vean m¨¢s que a su familiar".
Pocos metros m¨¢s arriba, en el pabell¨®n ocho, el tormento de las familias se hac¨ªa m¨¢s angustioso. "Es que ahora est¨¢ llegando la gente que ha ido de hospital en hospital preguntando por los suyos. Y ya vienen aqu¨ª como ¨²ltima esperanza, agarr¨¢ndose a lo que sea".
Los profesionales que trataban de cerca a esos familiares se contagiaban de su ansiedad. Dos psic¨®logas encargadas de facilitar las listas de heridos se lamentaban: "Esto es un caos. Son las nueve de la noche y a¨²n no hay una lista peque?a de muertos".
Una r¨¦plica de todo esto suced¨ªa en el pabell¨®n siete de Ifema, justo enfrente. Las v¨ªctimas se comportaban de forma exquisita. Pero gente como Noelia, la asistenta peruana de Antonio, y David el transportista, segu¨ªan pendientes del tel¨¦fono m¨®vil. En busca de una llamada que terminase con la tortura de este terrible 11-M.
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