Abstracci¨®n acad¨¦mica
Desde que en el Renacimiento se encontr¨® la forma de disolver los pigmentos en aceite, la pintura ha experimentado una serie de retos, tanto en el plano narrativo como pl¨¢stico, que sucesivamente ha ido superando para plantear otros nuevos. La idea de reto, presente ya en los pintores de la Grecia antigua Parrasio y Zeusis, ha conducido a extremar las posibilidades del medio poniendo ret¨®ricamente en riesgo su pervivencia. Cuando hace diez a?os Jordi Teixidor (Valencia, 1941) comenz¨® a trabajar sobre el color negro, llevando la pintura a uno de sus l¨ªmites, insist¨ªa en un tema cuyos precedentes hist¨®ricos se pueden rastrear en el suprematismo de Malevich o en la abstracci¨®n de Ad Reinhardt. A pesar del aparente camino sin retorno de tales precedentes, el trabajo de Teixidor no ha resultado vano ya que en la insistencia de aplicar unas pinceladas que anulan a las precedentes, peinando el negro sobre el negro, asoma tanto la voluntad de formalizar un orden pl¨¢stico como de alimentar una especie de obsesi¨®n por crear una obra maestra perfecta, que puede recordar la obsesi¨®n del Frenhofer del cuento de Balzac, aquel pintor que en su af¨¢n por conseguir plasmar el grado m¨¢ximo de la belleza aplic¨® las pinceladas tan vehementemente que la imagen se hizo irreconocible.
JORDI TEIXIDOR
Galer¨ªa Antonio Mach¨®n
Conde de Xiquena, 8. Madrid
Hasta el 10 de abril
S¨ª, sin duda hay en la pintura de Jordi Teixidor una voluntad, tal vez inconsciente, de acercarse a la perfecci¨®n de la belleza absoluta. Para conseguirla, en estos ¨²ltimos cuadros, trabaja sobre un espacio geom¨¦tricamente pautado, sirvi¨¦ndose de una armon¨ªa de proporciones que recuerda la pulcra mesura de Mondrian; prescinde de los contrastes de colores, utilizando tonos muy matizados o colores saturados con los que teje irregulares tramas que se recortan tajantemente sobre el negro; e introduce en las composiciones una especie de silueta que, con apariencia dentada en uno de sus bordes, muestra un perfil sinuoso. Esta serpentina de perfiles alternativamente c¨®ncavos y convexos, que tambi¨¦n reproduce el artista en algunas piezas de inmaculado m¨¢rmol blanco, puede remedar aquella curva con la que, en el siglo XVIII, William Hogarth represent¨® de forma abstracta la belleza ideal. Al final, nos encontramos ante la exposici¨®n de un acad¨¦mico de la abstracci¨®n pl¨¢stica.
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