La gran decisi¨®n
En contra de lo que probablemente muchos pensar¨¢n, la confecci¨®n de un diccionario de filosof¨ªa constituye una tarea en extremo arriesgada. Porque aunque a primera vista pueda parecer que en textos de este tipo -en definitiva, instrumentales- las reglas del juego est¨¢n muy bien delimitadas tanto por los usos como por el g¨¦nero mismo, y que esta delimitaci¨®n previa protege de cualquier tentaci¨®n aventurera, cuando se examina la cosa con atenci¨®n, se comprueba de inmediato la enorme dificultad que los mismos encierran.
Cualquiera que se haya visto obligado a utilizar tales herramientas habr¨¢ podido comprobar que el principal peligro -aunque no el ¨²nico, por descontado- que se cierne sobre ellas es el del envejecimiento prematuro. Otra forma, si se quiere, de decir que el tiempo hace aflorar la multitud de decisiones que en su momento se tuvieron que tomar. Porque, efectivamente, un diccionario acoge abundantes decisiones, referidas a autores, temas, enfoques, estilo..., de cuyo acierto global y coordinado depende que un texto de esta naturaleza obtenga el elogio, m¨¢s bien cicatero, al que en el mejor de los casos puede aspirar, el elogio de constituir un material ¨²til.
DICCIONARIO ESPASA FILOSOF?A
Jacobo Mu?oz (director)
Espasa Calpe. Madrid, 2003
978 p¨¢ginas. 54 euros
Jacobo Mu?oz, quien ya editara, junto a Juli¨¢n Velarde, aquel Compendio de Epistemolog¨ªa, con el que este diccionario mantiene un cierto aire de familia, no se ha equivocado en la mayor parte de las decisiones adoptadas. As¨ª, merece una valoraci¨®n inequ¨ªvocamente positiva la selecci¨®n de los colaboradores que, junto con el propio director, se han encargado de la redacci¨®n de las diferentes voces. J¨®venes universitarios, nacidos en la d¨¦cada de los sesenta todos ellos, tienen en com¨²n una solvencia profesional y una actitud cr¨ªtica hacia los temas y autores encomendados que repercute de manera directa en sus aportaciones.
Id¨¦ntica valoraci¨®n mere-
ce la decisi¨®n de explicitar la autor¨ªa de las diferentes voces. Es una decisi¨®n en apariencia formal, pero que expresa una determinaci¨®n m¨¢s profunda, referida a la imposible pretensi¨®n de objetividad, que este diccionario nunca finge. Las interpretaciones, y su eventual conflicto, no son una opci¨®n, sino el ¨²nico lugar desde el que nos ha sido dado pensar. Asumir tal cosa implica asimismo aceptar la limitaci¨®n hist¨®rica de la propia mirada, el elemento insoslayable de incertidumbre al que la temporalidad condena al ser humano. Pues bien, importa dejar dicho que ambos convencimientos, lejos de constituir el pretexto para un est¨¦ril agnosticismo (como suele resultar habitual), est¨¢n puestos aqu¨ª al servicio de la actitud contraria, esto es, constituyen precisamente la condici¨®n de posibilidad para que cada colaborador d¨¦ a conocer su opini¨®n en libertad.
Para terminar, un ¨²ltimo elogio, disfrazado de objeci¨®n. Tal vez haya lectores que consideren que algunos de los pensadores a los que se les dedica en el libro una voz espec¨ªfica est¨¢n sobrevalorados (sea por el mero hecho de haber sido seleccionados, sea por el tratamiento que se les dedica). Es, ciertamente, materia opinable, en la que preferir¨ªa no tener que entrar. Pero, en todo caso, que en este pa¨ªs -de siempre tan cainita y proclive a la envidia- el m¨¢s grueso reproche que se le pueda hacer a un libro sea el de su excesiva generosidad intelectual constituye, sin duda, una excelente noticia (adem¨¢s de una agradable sorpresa).
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