La importancia de lo secundario
De Saded Hedayat (1903-1951), escritor persa educado en Ir¨¢n y en Francia, s¨®lo se conoce en Espa?a una obra maestra: La lechuza ciega (Siruela, 1992, 2003) o El b¨²ho ciego (Hiperi¨®n, 1992), que puede el lector llamarla de un modo u otro seg¨²n la edici¨®n que adquiera. La primera, a cargo de dos de las traductoras m¨¢s solventes del franc¨¦s, es m¨¢s literaria, quiz¨¢ debido a su procedencia francesa; la segunda, traducida directamente del persa, es m¨¢s literal; suenan de distinto modo, pero ambas parecen excelentes. Pues bien, doce a?os despu¨¦s de la primera edici¨®n de aquel libro llega una segunda oportunidad para Hedayat con este volumen de cuentos titulado Tres gotas de sangre.
TRES GOTAS DE SANGRE
Sadeq Hedayat
Traducci¨®n de Joaqu¨ªn Rodr¨ªguez Vargas
El Cobre. Barcelona, 2004
158 p¨¢ginas. 13 euros
Lo primero que llama la atenci¨®n es el mundo (que, de momento, vamos a llamar costumbrista) en que se desenvuelven los relatos. Estos transcurren en una sociedad de mentalidad rural, tanto si se trata del campo como de la ciudad, y religiosa, en la que el azar -o el Destino, si preferimos llamarlo as¨ª- rige las relaciones entre las personas, casi siempre con un toque de fatalidad. Dios parece m¨¢s una figura a la que se interroga o apela que una figura que determina. Los problemas sobre los que el Destino se mueve son de aspecto peque?o, son m¨ªnimas an¨¦cdotas de la vida, de ah¨ª la apariencia de cr¨®nica de costumbres que, para el gusto del lector occidental, a?aden el sabor del exotismo.
Lo segundo que destaca es
la mirada dual del autor. Hedayat es un hombre que ama por igual la tierra y la cultura natal de su infancia y adolescencia y el espacio intelectual que la cultura francesa puso en su mente. La suma de una y otro generan una visi¨®n del mundo persa contempor¨¢neo impregnada por una conciencia occidental. Pero es una fusi¨®n que mantiene sin embargo libres el origen del autor y la perspectiva de la mirada; porque la formaci¨®n occidental de Hedayat opera sobre el texto de manera expresiva antes que de cualquier otro modo; no hay an¨¢lisis sino exposici¨®n, pero la exposici¨®n es selectiva. Aqu¨ª es donde la apariencia de costumbrismo empieza a desaparecer: de entre las im¨¢genes o expresiones de que pudiera constar el texto, Hedayat selecciona aquellas tan significantes que su suma nos conduce a asuntos profundos, a cuestiones de la envergadura de la venganza, la muerte, la traici¨®n, la soledad, es decir, aquellos poderosos territorios donde el misterio de lo humano se recrece en el misterio de la creaci¨®n. Y es su mirada dual, oriental y occidental, nutriendo la una a la otra, la que produce el milagro de asistir a una representaci¨®n dram¨¢tica de las fuerzas que dominan y conducen al hombre en un espacio f¨ªsico tan humilde como sugerente en su primitivismo, en su esencialidad.
Desde el sarc¨¢stico Perd¨®n
de Dios -que al leerlo me record¨® el asunto de un excepcional relato de Somerset Maugham titulado Antes de la fiesta- hasta Vor¨¢gine, que posee toda la fuerza dram¨¢tica del sino, todas estas historias de hombres y mujeres est¨¢n contadas con una contenci¨®n que es, en s¨ª misma y parad¨®jicamente, una s¨ªntesis de la pasi¨®n con que han sido concebidas y de los dos mundos -oriental y occidental- que comparten la cabeza del autor. La selecci¨®n de los elementos es ajustada al m¨¢ximo: s¨®lo las exigencias del modo en que estructura el desarrollo de la historia que desea contar exigir¨¢n insistencias, incluso repeticiones y hasta el empleo de f¨®rmulas ancestrales de narraci¨®n ("pero durante un tiempo ocurri¨® lo siguiente:..."). Nada es gratuito y nada es inexpresivo.
En sus relatos la vida es dura, s¨®rdida, mediocre, est¨²pida... pero de otra manera. La apelaci¨®n a la religi¨®n existe, su presencia es constante, pero como Hedayat va al fondo de las cosas, la religi¨®n, socialmente, s¨®lo existe lo mismo que un paisaje. Cuando los problemas humanos de sus personajes se disparan no hay Oriente y Occidente como excusa, no hay religi¨®n o laicismo: s¨®lo hay el ser humano, solo y luchando contra un Destino que le es aciago. Lo m¨¢s bello de estas narraciones es justamente que su grandeza tr¨¢gica se sostiene sobre personajes min¨²sculos. As¨ª como en la narrativa del turco Yasar Kemal, tambi¨¦n de humildes personajes, prima el aliento ¨¦pico, aqu¨ª es la conciencia elemental, concebida como recept¨¢culo de la tragedia, lo que se destaca.
Hay una figura que se repite
caracter¨ªsticamente: la de la mujer como inductora o como receptora de la soledad y el abandono del hombre. Los personajes masculinos parecen estar condenados por una compleja y descarnada necesidad de autenticidad, pero su b¨²squeda, fatal en la mayor¨ªa de las ocasiones, la desencadena la mujer perdida. Cada hombre cuya historia se cuenta recuerda una imagen de El b¨²ho ciego: el hombre que escribe para su sombra. El mundo de los personajes de Hedayat est¨¢ lleno de fuerzas ciegas, de desconfianza y malentendido, del imposible de la felicidad, y todos tratan, de un modo u otro, de penas de amor tambi¨¦n. Pero la linealidad y justeza de estos relatos -m¨¢s desnudos de im¨¢genes que La lechuza ciega porque en esta ¨²ltima penetramos en la visi¨®n interior del personaje- apunta directamente a la trascendencia; lo que Hedayat saca del pozo vulgar de una existencia vulgar es agua profunda, originaria, sustancial. Por eso los finales, que parecen fatales, se resuelven a menudo en una de las aspiraciones m¨¢s puras del arte: lo cat¨¢rtico.
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