Anciana poderosa
Los setenta y seis a?os que lleva a las espaldas no parecen pesar en las manos de Bela Davidovich, incluso al afrontar una obra tan larga y dif¨ªcil como el Carnaval de Schumann. Tampoco se apreciaron indicios de disminuci¨®n en el aspecto t¨¦cnico -que hubieran sido muy comprensibles, por otro lado-, con el Chopin de la primera parte. En cuanto a la faceta interpretativa, Bela Davidovich se mostr¨® due?a y se?ora de ese territorio, evidenciando una intimidad de largo poso con los pentagramas de ambos m¨²sicos, intimidad que le permit¨ªa traducir con gran sencillez la poes¨ªa espec¨ªfica que tienen. Con el sonido redondo de los pianistas a la antigua usanza, con ataques potentes (?demasiado alguna vez?) y expresivos, con un juego de presiones sobre la tecla que parec¨ªan controlar del todo el retorno de los macillos, con un uso generoso del pedal que no pretend¨ªa suplir el legato de las manos, y con una ausencia total de amaneramiento, la pianista azerbayana tuvo una intervenci¨®n poderosa y entregada, rompiendo todos los t¨®picos de lo que suele esperarse de una mujer y, sobre todo, de una mujer con sus a?os. Su manera de atacar algunos acordes (sin el menor temor a errar el tiro, sin grandes preocupaciones hacia los posibles e indeseados roces con otras teclas) permit¨ªa evocar a Rubinstein haciendo cosas parecidas, hace ya demasiado tiempo, en el Teatro Principal: el mismo vigor, la misma naturalidad para abordar la transici¨®n entre las distintas secciones de una obra, el rubato sin afectaci¨®n, el lirismo sin cursiler¨ªa, la energ¨ªa sin atronamiento. Tambi¨¦n Rubinstein era muy mayor entonces. Pero, al igual que esta vez, su Chopin sonaba joven.
Ciclo de C¨¢mara y Solistas
Bela Davidovich (piano). Obras de Chopin y Schumann. Palau de la M¨²sica. Valencia, 8 de marzo de 2004.
Lleg¨® el turno del Carnaval, en la segunda parte, sabiamente articulado, mediante la Arabesca, op. 18, con los Valses del polaco (la configuraci¨®n del programa suele decir mucho sobre la intencionalidad del int¨¦rprete). Sirvi¨® a la pianista para confirmar lo que ya se hab¨ªa visto antes: capacidad para cantar con la izquierda y con el cuarto y quinto dedo de la derecha en los pasajes de octavas o de acordes, un buen cat¨¢logo de "toques" diferentes, escanciados seg¨²n las necesidades de la partitura, ligereza asombrosa en las Mariposas, exhibici¨®n de poder en la Marcha de la Liga de David, delicadeza extrema en el Paseo... Es verdad que hubo alg¨²n roce, pero no me pareci¨® que importara lo m¨¢s m¨ªnimo. Tambi¨¦n es cierto que el pedal empleado pudo ser a veces discutible, o que el Pierrot no estuviera suficientemente distanciado del Arlequ¨ªn. Pero no es menos cierto que, globalmente, hubo una coherencia en el enfoque (no s¨®lo en el interior de cada obra, sino en relaci¨®n al conjunto del recital) y un poder de convicci¨®n que s¨®lo aparecen en el caso de los grandes. Sin embargo, este concierto ha pasado bastante desapercibido. Quiz¨¢s porque no aparec¨ªa con negrita en el folletito de la programaci¨®n.
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