Ma?ana
El jueves por la noche se me acerc¨® un se?or irland¨¦s y me dijo con emoci¨®n que sent¨ªa mucho lo que nos hab¨ªa pasado a los espa?oles. Sent¨ª ganas de abrazarlo. Est¨¢bamos en Nerja, cerca de M¨¢laga. El viernes me llam¨® desde Roma un amigo italiano y me dijo que quer¨ªa compartir conmigo el dolor. La ma?ana de ese d¨ªa estuve parado unos minutos, en silencio, a las puertas de Correos, con otras treinta personas. Hab¨ªa casi m¨¢s extranjeros que espa?oles, pero todos habl¨¢bamos el mismo idioma silencioso de la compasi¨®n, unidos en el mismo sentimiento, y casi todos volvimos a encontrarnos por la tarde en una concentraci¨®n ante la iglesia.
Fue una manifestaci¨®n que se hab¨ªa ido convocando sola, hablando entre vecinos y visitantes, sigui¨¦ndonos unos a otros. Hacia las siete de la tarde, fuimos llegando ante la iglesia, en silencio: s¨®lo nos hab¨ªa llamado nuestra emoci¨®n, la emoci¨®n en com¨²n, la irremediable tristeza, la memoria que compartiremos ma?ana. Alguien, a trav¨¦s de un pobre equipo de megafon¨ªa, empez¨® a hablar. Los m¨¢s alejados no sab¨ªan qu¨¦ se o¨ªa por el altavoz. Qu¨¦ dice, preguntaban. Un sacerdote rezaba un padrenuestro y un avemar¨ªa. Cuando acab¨®, hubo aplausos. Incluso aplaudieron los que no hab¨ªan distinguido las palabras, pero s¨ª el tono, la m¨²sica de unas palabras pronunciadas otras muchas veces ante el dolor y el pavor de la muerte.
Entonces la manifestaci¨®n se puso en movimiento, grande, espont¨¢nea, sin autoridades visibles, con alguna pancarta pintada en casa, torpemente, en una s¨¢bana o en cartulinas de trabajos manuales del colegio grapadas a palos de fregona. And¨¢bamos en silencio de entierro, de duelo, como dicen aqu¨ª, un duelo muy especial, por muchos, muy nuestros, por nosotros. Nuestra fuerza, andando juntos, ven¨ªa de nuestro desamparo. Dimos una vuelta de mil metros y volvimos al mismo sitio, como cerrando un anillo, y nos fuimos a nuestras casas. El silencio dolorido de todos nosotros deber¨ªa convertirse ahora en compromiso de recordar. Pienso en las declaraciones a Javier Sampedro, ayer, en este peri¨®dico, de Manuel Trujillo, m¨¦dico formado en Sevilla y, desde hace 13 a?os, jefe de psiquiatr¨ªa del Hospital Bellevue de Nueva York: lo m¨¢s duro para las v¨ªctimas es que olvidemos su dolor, su soledad, lo que les ha pasado.
Tampoco deber¨ªamos olvidar que, durante unas horas o unos d¨ªas, hemos sabido hablar en voz baja, respetuosamente. As¨ª recorrimos el pueblo juntos. Estar¨ªa bien que ma?ana, despu¨¦s de las elecciones, ganadores y perdedores cambiaran el tono de los ¨²ltimos tiempos, cuando los desacuerdos pol¨ªticos se han tomado por cortes tajantes, propios de enemigos. La pol¨ªtica se ha hecho exigiendo adhesiones incondicionales y ofreciendo desprecio inflexible al discrepante. El dolor de este momento demuestra que nos une fundamentalmente nuestra humanidad, es decir, la responsabilidad de sabernos transitorios, d¨¦biles, mejorables siempre. Desear¨ªa que los gobernantes y opositores de ma?ana recuperaran el respeto, ahora perdido, hacia el adversario. Ellos son el modelo para sus votantes, pero alguna vez tendr¨ªan tambi¨¦n que tomar como modelo a sus votantes, a la gran mayor¨ªa de sus votantes.
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