Sin miedo
M¨¢s que dolor. Es incomprensible ver que se puede disfrutar con la maldad y la barbarie: esto son estas bombas, esta gran tragedia, este acto contra todos y cada uno de nosotros. Las palabras no pueden expresar lo que sentimos: desgarro, rabia, impotencia. Atentado a la dignidad humana, desaf¨ªo a la raz¨®n, a lo comprensible, al esfuerzo que representa vivir. Foto de la desolaci¨®n. Retrato del esc¨¢ndalo: hombres contra hombres. El gran crimen. Un crimen de agazapados miserables contra gentes normales y corrientes cuya vida, qui¨¦n sabe, no era un camino de rosas; gentes -trabajadores, estudiantes- que luchaban, sufr¨ªan, sobreviv¨ªan.
No hay explicaci¨®n posible. ?C¨®mo la humanidad puede engendrar monstruos de este calibre? ?Qu¨¦ extrav¨ªo se ha apoderado de estas mentes enfermas? ?Qu¨¦ madres han engendrado a estos hijos de las tinieblas? La crueldad, en este caso es flagrante, escapa a toda comprensi¨®n. El odio a la vida queda peque?o para describir lo sucedido. Ha sido en Madrid, pero podr¨ªa haber sido en Barcelona, en cualquier otro sitio. Han ido a buscar, malditos, donde el mal -una mochila bomba, una bolsa bomba, una cotidianidad bomba- pudiera ser mayor, m¨¢s sangrante, m¨¢s brutal, m¨¢s injusto. Iban a por todos nosotros, sin discriminaci¨®n alguna. ?Por qu¨¦? ?Hay un por qu¨¦ o es todo gratuito? ?Puede medirse la maldad si es porque s¨ª o si responde a algo m¨¢s hondo?
Los ciudadanos, ante hechos como este, ante esta herida abierta en nuestras almas, necesitamos reflexionar para superar lo incomprensible. Las posibles explicaciones son algo m¨¢s que una forma de vencer el dolor, la raz¨®n se convierte en un consuelo que parece retornarnos la dignidad. Nos agarramos al ?por qu¨¦? Da igual qui¨¦nes sean: ya los tenemos catalogados, aunque esta sea una nueva generaci¨®n de devotos del horror cuyo objetivo es instalarnos en el miedo m¨¢s devastador. No quieren dejarnos vivir. Eso lo sabemos bien. Sabemos que todos somos sus v¨ªctimas porque hay heridas del alma que nadie podr¨¢ curar.
S¨®lo preguntarnos ?por qu¨¦? nos causa ahora cierto alivio y nos devuelve nuestra dignidad humana desgarrada. No hay que caer en el fatalismo: no todos los humanos somos as¨ª, desde luego que no. La inmensa mayor¨ªa ejerce aquella vieja m¨¢xima popular: vive y deja vivir. La tentaci¨®n de sentirse impotente es hacer el juego a lo incomprensible de la maldad. Vivir en un mundo fatalmente malvado no responde a nuestra experiencia de gentes normales: todo lo contrario. Lo humano no nos da miedo: lo humano es comprensible para los humanos. Lo inexplicable es la guerra de todos contra todos: el miedo. El miedo al mal, el miedo al miedo, el miedo a la impotencia, el miedo a la humillaci¨®n, el miedo a la barbarie. Este ha sido su desaf¨ªo: con miedo no habr¨¢ ni libertad, ni derechos, ni leyes, ni vida. Hemos entendido el mensaje.
Jam¨¢s pens¨¦ que vivir¨ªa en Espa?a algo as¨ª, pese a haber evaluado, como tantos, la posibilidad de que esos b¨¢rbaros no toleraran -como otras veces- que los ciudadanos de este pa¨ªs, que se ha esforzado por lograr una vida mejor, fu¨¦ramos a votar con normalidad el 14 de marzo. Porque nadie puede pensar que lo sucedido haya ocurrido por casualidad en este momento decisivo para la colectividad. Efectivamente, hay coincidencia: ha sido un atentado a la democracia y una clara toma de posici¨®n en su contra. No perdonan que nuestras voces colectivas puedan o¨ªrse, por eso han ido a lo f¨¢cil, lo vulnerable, unos trenes sin vigilancia, con gente de la calle.
Habr¨¢ un antes y un despu¨¦s de este d¨ªa terrible. Una nueva generaci¨®n de espa?oles ha comprendido la importancia de una respuesta firme contra el miedo y a favor de la libertad, el respeto y el acuerdo colectivo que son las leyes y el voto. Una generaci¨®n ha descubierto la importancia de hacer pol¨ªtica, de la buena, a favor de todos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.