Patria
"Cuanto m¨¢s grande se hace la patria menos se la ama", escribi¨® el ilustrado Voltaire. Pero los ilustrados cre¨ªan en la unidad de la especie humana. No hab¨ªa razas superiores ni inferiores; y aunque todo esto cabe matizarlo (el siglo XVIII es el m¨¢s contradictorio que existe), en l¨ªneas generales cabe afirmar que la gran masa de la poblaci¨®n occidental todav¨ªa no ha asimilado las nociones antropol¨®gicas del siglo de las luces. Los expertos del genoma nos han dicho, mapa gen¨¦tico en mano, que no existen las razas. No en vano Schelling pod¨ªa declararse ciudadano del mundo. El llamado pueblo llano estar¨ªa en desacuerdo, pero a ver c¨®mo est¨¢ hoy en d¨ªa, a pesar de tanta ciencia, tanta cultura, tanto bachillerato. No pocos de nuestros adolescentes todav¨ªa creen en la inferioridad de la mujer, seg¨²n una reciente encuesta. Pero no nos sulfuremos, que si un asno puede volar aqu¨ª, tambi¨¦n puede volar all¨¢. Quiero decir que los adolescentes del mundo entero creen lo mismo. Y los adultos, constataci¨®n para la que las encuestas son un requisito rutinario.
De modo que a m¨¢s trozo de patria, menor amor. A principios de este siglo, Ostrogorski lo explic¨® insuperablemente, en su alegato contra el racionalismo pol¨ªtico: "Destinado como est¨¢ (el ser humano) por su naturaleza finita y limitada a aferrarse a lo concreto y particular como punto de partida y apoyo m¨¢s fuerte, el hombre se lanz¨® por todas partes a lo general, con el resultado de que, en adelante, sus relaciones sociales estuvieron guiadas no tanto por el sentimiento, que expresa lo particular, como por principios generales". O sea, que uno puede querer lo que tiene y siempre ha tenido a mano; lo que queda lejos puede inspirar curiosidad, admiraci¨®n (o repulsi¨®n) y otros muchos impulsos, pero subyacente a ese magma, siempre un sentimiento de "extra?eza", de no pertenencia. Lo entiendo, tanto m¨¢s cuanto que yo mismo, como emigrante, lo he sentido. Claro que a la vez me sent¨ªa benditamente an¨®nimo, liberado. El calor humano, la simbiosis con el entorno ¨ªntimo pide un precio tan oneroso que a veces uno no se da cuenta exacta de lo que estaba pagando m¨¢s que cuando cambia de lugar, de oficio, de lengua, de gentes, de costumbres, etc. Esto a¨²n da lugar a conflictos muy dolorosos y yo mismo he sido testigo paciente de algunos de ellos; si bien d¨¢ndome a todos los diablos en mi interior.
Con todo, lo que empieza a extenderse por el mundo es un sentimiento de protesta y rebeli¨®n contra la injusticia. El compasivo amor hacia el pobre Juan est¨¢ siendo sustituido por el sentido del deber hacia los pobres en general. Proliferan los grupos transnacionales que, dentro de su diversidad, coinciden en ser expresi¨®n de un descontento m¨¢s racional que puramente generoso. ?Eso es preocupante? Hist¨®ricamente, la patria dom¨¦stica, el humo del hogar, ha descansado demasiado sobre la caridad y sobre la perversi¨®n de la ley natural a favor de la convenci¨®n. Un somal¨ª est¨¢ demasiado lejos para amarle, pero demasiado cerca como para no hacerle justicia. La deshumanizaci¨®n actual -en parte obligada, en parte inducida- contiene parad¨®jicamente su lado bueno: la generalizaci¨®n del c¨®digo de una igualdad utilitaria, sin interferencias sentimentales. Las grandes religiones de las que se han nutrido los humanos han puesto siempre demasiado ¨¦nfasis en el amor, sentimiento finito, excluyente y arbitrario que incluso, en su dimensi¨®n reproductora, se enorgullece de no atenerse a reglas. Los africanos enfermos y hambrientos no es amor lo que necesitan, es justicia. Bien est¨¢ el parche paternalista que se les ofrece, pues menos da una piedra. Pero la presencia de un voluntariado heroico es m¨¢s eficaz como revulsivo pol¨ªtico que como remedio paliativo.
En Catalu?a, un Duran Lleida m¨¢s acorde con los tiempos que el ex presidente Pujol (si es convicci¨®n o pura t¨¢ctica, poco importa, pues a la postre son los efectos lo que tiene importancia), declar¨® hace alg¨²n tiempo lo siguiente: "Las interpretaciones son libres, pero la Catalu?a del futuro no se puede fundamentar s¨®lo en la historia o en la lengua; hay que dotarla de otros instrumentos para llegar al m¨¢ximo n¨²mero posible de ciudadanos, hablen la lengua que hablen. La clave del futuro de nuestro proyecto pasa por aqu¨ª". Mientras, Pujol sigue aferrado a un concepto de patria heredado de Edmund Burke. Cuando Duran reclama una Catalu?a m¨¢s social que identitaria, el ex president les pide a los j¨®venes "sentido ¨¦pico y m¨ªstico". Nada menos. "S¨®lo podemos servir a Catalu?a si la amamos y la ponemos por encima de nosotros mismos". S¨®lo el otro gran patriota tradicional, Aznar, pide tanto. ?C¨®mo puedo yo amar algo o a alguien por encima de m¨ª mismo? ?Es razonable pedirle tal cosa a un joven de nuestros d¨ªas? Ni los japoneses est¨¢n ya en esa onda.
Es dudoso que Schelling se sintiera ciudadano del mundo. En cuanto al universalismo de Voltaire y otros ilustrados franceses fue expresi¨®n de una creencia m¨¢s que de un sentimiento. Adem¨¢s, para ellos el universalismo significaba la hegemon¨ªa global del pensamiento patrio. Haga usted como nosotros, hable franc¨¦s. Con todo, insisto, proclamaron la unidad de la especie humana, algo en lo que no creen todav¨ªa un buen n¨²mero de nuestros paisanos. Fueron en gran medida inventores de la naci¨®n y del patriotismo en su sentido moderno, pero -a diferencia de alemanes e ingleses- esparcieron la semilla de los l¨ªmites.
Bien est¨¢ un grado de adhesi¨®n al entorno y de solidaridad con el entorno. Pero nada m¨¢s destructivo que tratar de construir una patria -y todo aquello que involucra a otros seres humanos- con la pasi¨®n. La sociedad es para los individuos, no los individuos para la sociedad. Cuando esta ¨²ltima est¨¢ por encima de los ciudadanos es porque ha ca¨ªdo en manos de alg¨²n grupo, cosa que ocurre, pero que no ocurre de forma absoluta si los individuos conservan la conciencia de serlo. O sea, si siguen creyendo que no hay nada que est¨¦ por encima de s¨ª mismos. Sentimientos e ideales han podido vencer sin convencer, pero eso debe ser historia. En una ¨¦poca en que la juventud vive conectada a Internet, seguir utilizando el verbo decimon¨®nico, ganas son de provocar un divertido asombro. ?D¨¦ficit patri¨®tico o reducci¨®n de la patria a sus l¨ªmites racionales? La patria del pez es el agua. Y no la nota.
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