Tristes trenes
Los cuatro aviones del 11 de septiembre fueron cuatro trenes el 11 de marzo. Y si en Manhattan dos aparatos consiguieron destruir las Torres Gemelas, en Madrid el azar de los temporizadores quiso que los dos convoyes destinados a hacer explosi¨®n simult¨¢nea en Atocha no llegaran a poner a prueba la estructura de la estaci¨®n. El atentado terrorista no produjo da?os arquitect¨®nicos, pero su tr¨¢gico saldo de v¨ªctimas -dos centenares de muertos, m¨¢s de un millar de heridos- muestra la extraordinaria vulnerabilidad de las infraestructuras que hacen posible la vida urbana. Al derribar rascacielos de oficinas, el 11-S atacaba los emblemas enhiestos del poder econ¨®mico; al desventrar trenes de cercan¨ªas, el 11-M ha da?ado las arterias que riegan el cuerpo tendido de la ciudad, mostrando que el coraz¨®n vertical de la metr¨®polis es tan fr¨¢gil como el sistema circulatorio que conecta su extensi¨®n horizontal sobre el territorio: desgarrando ese tejido, la ciudad se desangra de igual manera que tras un golpe certero en su n¨²cleo cordial.
El 11-M ha da?ado las arterias que riegan el cuerpo tendido de la ciudad
La herida horizontal de Madrid no es menos lesiva que el vac¨ªo vertical de Nueva York.
Madrid no sufrir¨¢ menos que Manhattan. Reparar¨¢ antes los da?os materiales, pero la lesi¨®n en el capital social constituido por la confianza mutua tardar¨¢ mucho en cicatrizar. El p¨¢nico a las alturas o el temor al tren ceden ante la exigencia cotidiana de unas urbes construidas alrededor del ascensor y el metro; el trauma de contemplar personas que se arrojan al vac¨ªo o cuerpos despedazados por una explosi¨®n se amortigua con el paso de los d¨ªas; el recelo ante el otro, sin embargo, se exacerba sin remedio, impulsando a canjear seguridad por libertad. En las Torres Gemelas perecieron gentes de un cent¨®n de naciones, y entre las v¨ªctimas de esos trenes somnolientos con destino a Atocha se contaron multitud de inmigrantes latinoamericanos, europeos del Este y norteafricanos; pues bien, su peaje de sangre no evitar¨¢ la xenofobia que alimentan las mafias andinas de la droga, las bandas de delincuentes de los antiguos pa¨ªses socialistas y ahora, de forma apocal¨ªptica, las redes terroristas del integrismo isl¨¢mico.
Esta criminalizaci¨®n del extranjero -con sus previsibles repercusiones en la pol¨ªtica inmigratoria- no es sino una manifestaci¨®n extrema de la desconfianza ante el pr¨®jimo (el pr¨®ximo), un fluido corrosivo que penetra capilarmente en el tejido social y disuelve con su miedo intestino la argamasa rutinaria que da cohesi¨®n a la ciudad. El atentado infame de Madrid no s¨®lo es grave por su balance cruel de vidas mutiladas, o porque haya puesto de manifiesto la naturaleza vulnerable de las redes de transporte: lo es sobre todo porque socava la confianza distra¨ªda que nos permite vivir juntos. Con frecuencia subrayamos que la ciudad contempor¨¢nea no la gobierna la l¨®gica arquitect¨®nica de los edificios monumentales o an¨®nimos, sino la l¨®gica ingenieril de las grandes infraestructuras que facilitan el movimiento masivo, y ¨¦ste es el motivo por el cual la herida horizontal de Madrid no es menos lesiva para la salud urbana que el vac¨ªo vertical de Nueva York; pero demasiado a menudo olvidamos que, m¨¢s all¨¢ de las construcciones f¨ªsicas, la materia esencial de la ciudad son sus habitantes, y esa madeja de seguridad y confianza mutua que enlaza sus destinos, enreda sus expectativas y regula al cabo los flujos econ¨®micos y demogr¨¢ficos que condicionan su futuro.
La ciudad en red ha sido devastada por el terrorismo en red. La ma?ana del atentado se colapsaron las redes de los tel¨¦fonos m¨®viles, sobrecargadas con llamadas de alarma que procuraban tejer una tela de ara?a de fr¨¢gil sosiego; pero esa red de informaci¨®n y protecci¨®n utilizaba los mismos aparatos que los empleados como detonadores en las mochilas explosivas. Como un sarcasmo tr¨¢gico, aunque tambi¨¦n con un patetismo l¨ªrico de insufrible dolor y violenta emoci¨®n, durante las tareas de auxilio los m¨®viles de los muertos no dejaban de sonar. Esas llamadas no contestadas son la mejor imagen de una red desgarrada. Buenosd¨ªaspordeciralgo, repet¨ªan al un¨ªsono los cronistas radiof¨®nicos del suceso, y ese refugio narc¨®tico en el t¨®pico refleja bien el desconcierto colectivo y la desorientaci¨®n personal de los ocupantes de ese espacio hertziano que en otras crisis de nuestra vida com¨²n -como ocurri¨® singularmente el 23-F de 1981- fueron capaces de suministrarnos una red de seguridad, pero que el 11-M no pudieron ofrecer a la ciudad otro consuelo que un vacuo sentimentalismo analg¨¦sico.
Madrid ahora, como Nueva York
en su d¨ªa, est¨¢ colonizada por altarcitos conmemorativos, y el alcalde Alberto Ruiz-Gallard¨®n se ha precipitado a proponer un memorial. No s¨¦ bien si son nuevos monumentos lo que la ciudad necesita en esta encrucijada dram¨¢tica. Los corresponsales de las televisiones extranjeras desplazados a cubrir la cat¨¢strofe -incluyendo a Christiane Amanpour, la reportera estrella de la CNN- eligieron el solemne tambor de ladrillo de la estaci¨®n de Atocha como fondo de las cr¨®nicas, y ese icono arquitect¨®nico proyectado por Rafael Moneo tiene quiz¨¢ singularidad y monumentalidad suficiente para albergar el recuerdo de la cruel masacre ferroviaria, inevitablemente unida al nombre de la estaci¨®n terminal de los trenes 17305, 21431, 21435 y 21713. (Por una extra?a coincidencia, las cadenas anglosajonas completaban su informaci¨®n con im¨¢genes del presidente Bush -unido a Aznar indeleblemente por el 11-S y la guerra de Irak- ofreciendo una corona frente a la bandera con cresp¨®n de la Embajada espa?ola en Washington, cuya residencia ha sido recientemente terminada por Moneo, de manera que el fondo arquitect¨®nico de ambos sucesos correspond¨ªa al mismo autor).
La cristalizaci¨®n simb¨®lica, sin embargo, tiene un componente aleatorio que se resiste al designio deliberado; algo que no parece importar a los inhumanos organizadores del holocausto madrile?o, que eligieron cabal¨ªsticamente ejecutarlo 911 d¨ªas despu¨¦s del 11 de septiembre (9.11 en la forma habitual americana) y macabramente reclamar su autor¨ªa con una cinta de v¨ªdeo depositada en una papelera entre dos construcciones emblem¨¢ticas -la Mezquita y el Tanatorio de la M-30- que elevan su silueta al borde de nuestra mayor arteria anular. En ambos edificios se velaron a v¨ªctimas de la matanza; pero en el breve tr¨¢nsito entre los dos -de la fe musulmana al duelo civil- la siniestra Al Qaeda ha conseguido mostrar la vulnerabilidad de las sociedades abiertas de Occidente, escribir otro cap¨ªtulo del enfrentamiento entre el radicalismo isl¨¢mico y "los nuevos cruzados cristianos", e intervenir decisivamente en el proceso pol¨ªtico poniendo de rodillas a una ciudad y a un pa¨ªs. Capital de la infamia y capital del dolor, Madrid es hoy estaci¨®n, mezquita y tanatorio.
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