Otra pol¨ªtica exterior
Urge resta?ar los platos rotos. Ha llegado el momento de corregir el rumbo de la proyecci¨®n exterior de Espa?a. Por una vez, las pol¨ªticas exterior y de defensa han desempe?ado un papel crucial a la hora de decidir el resultado de unas elecciones generales. Los especialistas en la materia no habr¨¢n quedado defraudados. Su "asignatura" ha sido relevante en una coyuntura decisiva para Espa?a, pero tambi¨¦n para Europa y, por qu¨¦ no decirlo, para la comunidad internacional. Es, pues, la hora de la diplomacia y de los asuntos pol¨ªtico-militares, cuya incidencia en las cuestiones dom¨¦sticas tiene cada vez mayor relevancia. Los votantes as¨ª lo han sentenciado.
En estos d¨ªas tristes, en los que da pudor celebrar cualquier acontecimiento, individual o colectivo, la prensa y las televisiones espa?olas y extranjeras nos han tra¨ªdo im¨¢genes insospechadas. Bush, Chirac y otros jefes de Estado y de Gobierno rindiendo homenaje a las v¨ªctimas del atentado de Al Qaeda en las embajadas de Espa?a; innumerables testimonios de silencioso pesar a sus puertas; flores y velas en plazas y calles de muchas capitales. Solidaridad internacional con tanto dolor. Pero tambi¨¦n hemos visto y le¨ªdo otras cosas. Una mal disimulada satisfacci¨®n por el vuelco electoral en muchos Gobiernos, socios unos, aliados otros, o simplemente amigos. Y titulares y vi?etas que, a m¨ª al menos y m¨¢s all¨¢ de las ideas pol¨ªticas, me han dolido como ciudadano, porque hablan de mentiras de Estado, del m¨ªo, de Espa?a, y retratan al todav¨ªa presidente del Gobierno, del nuestro, como a un Pinocho cogido en falta. Y me duele, y me averg¨¹enza, porque el pueblo espa?ol no merece verse encarnado en esta imagen imborrable de aquel en quien hab¨ªa depositado mayoritariamente su confianza y que, siquiera sea por unas pocas semanas, sigue represent¨¢ndonos en los foros internacionales.
Es hora de poner en marcha otra pol¨ªtica exterior. Pero no caigamos en el error de creer que ¨¦sta ser¨¢ una tarea f¨¢cil. Gestionar la pesada herencia que nos dejan ser¨¢ una ardua tarea, porque se trata de lidiar con pa¨ªses soberanos. Los unos, porque no soltar¨¢n f¨¢cilmente la presa; porque pelear¨¢n, y no s¨®lo con u?as y dientes, por unos intereses que en buena parte hemos apuntalado con nuestra complacencia. Los otros, porque habr¨¢ que recuperar con ellos la credibilidad perdida. Y hacerlo todo con la cabeza alta, pero sin altaner¨ªa, defendiendo, sin ofender, nuestras posiciones. Tambi¨¦n habr¨¢ que reconquistar la autoridad moral de que goz¨¢bamos en el sistema de Naciones Unidas, comenzando por el Consejo de Seguridad, del que todav¨ªa formamos parte, tras el bochornoso espect¨¢culo que all¨ª acaba de protagonizar la delegaci¨®n espa?ola.
Nos dejan, no uno, sino dos terrorismos, igualmente repugnante y rechazable el uno y el otro, pero cuya erradicaci¨®n requiere un tratamiento diferenciado por mucho que algunos se hayan empe?ado en amalgamarlos. Nos han legado tambi¨¦n la semilla de la divisi¨®n en el seno del proceso de construcci¨®n europea, alentando el euroescepticismo y el ego¨ªsmo nacional en algunos futuros socios, precisamente todo lo contrario de lo que aconseja su titubeante aproximaci¨®n a la Uni¨®n. Alej¨¢ndonos de la Rep¨²blica Francesa y de la Rep¨²blica Federal de Alemania, del centro neur¨¢lgico de Europa, nos han embarcado en un alineamiento incondicional con las potencias anglosajonas, convirti¨¦ndonos en un ap¨¦ndice de su estrategia global. Tambi¨¦n han desquiciado el marco conceptual en el que, no sin dificultad, Espa?a hab¨ªa logrado situar sus relaciones con los Estados Unidos de Am¨¦rica; unos lazos deseables que, sin embargo, deben estar presididos por el di¨¢logo y el respeto mutuo. Sucesivos alfilerazos han recordado a Rabat, hace apenas un par de semanas, cu¨¢l es la calidad real de nuestros tratos con Marruecos. Y solamente la cerca de docena y media de viajes de la ministra de Asuntos Exteriores a Nueva York y a Washington puede explicar cabalmente su clamorosa ausencia de los pa¨ªses latinoamericanos, cuyas relaciones con Espa?a, tanto bilaterales como concebidas regionalmente, han perdido el car¨¢cter aut¨®nomo y privilegiado que las caracterizaba. Y la guerra de Irak.
Pero no basta con enunciarlos para que adquieran virtualidad los principios que deben inspirar esta otra pol¨ªtica exterior, que ya reclamaba antes de las elecciones la inmensa mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica y la oposici¨®n al completo. El multilateralismo, frente al unilateralismo global. El respeto de la legalidad internacional que representan las Naciones Unidas. La prevenci¨®n de crisis y de conflictos frente a la guerra preventiva. El euro-optimismo; la fe en la Uni¨®n Europea, y la decidida voluntad de contribuir a su edificaci¨®n codo con codo con los pa¨ªses que la comparten. La amistad con la naci¨®n ¨¢rabe, y la necesidad de una mayor involucraci¨®n espa?ola y europea en la soluci¨®n del conflicto israelo-palestino. Una relaci¨®n privilegiada y aut¨®noma con la comunidad iberoam¨¦ricana, y con todos y cada uno de sus miembros. La lucha contra la pobreza, ra¨ªz de casi todos los males. La defensa decidida en favor del respeto de los derechos humanos y de quienes los defienden sobre el terreno. Una generosa pol¨ªtica de ayuda al desarrollo. Pero, para ser viables, todos estos principios, todas estas opciones tienen que conformar una pol¨ªtica que solamente puede ser de Estado y que, para ello, debe estar arraigada en el m¨¢s amplio consenso posible. Huyamos, desde luego, del peligroso caudillismo que late detr¨¢s de esta frase hoy tan en boga: el consenso mata el liderazgo.
Hay mucha tarea por delante y, a corto plazo, citas ineludibles en las que se someter¨¢ a prueba el programa electoral del Partido Socialista Obrero Espa?ol. Un par de ellas me parecen decisivas. La primera es la que decidir¨¢ el peso relativo de Espa?a en la Uni¨®n ampliada. No creo que esta cuesti¨®n pueda separarse del nuevo papel que desempe?ar¨¢ Madrid en el seno de la UE, donde, junto a Alemania, B¨¦lgica y Francia, entre otros, estamos llamados a sumar, a construir. Y no a restar, a destruir, actitud que traicionaba la obsesi¨®n por la minor¨ªa de bloqueo de Aznar. Tenemos que dar vida a esa espina dorsal que va del B¨¢ltico al Mediterr¨¢neo, de Varsovia a Madrid pasando por Berl¨ªn, Bruselas y Par¨ªs, recuperando para ello a Polonia, que en modo alguno puede quedar aislada en este proceso.
Con los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, y con Rusia y Alemania, con Chile y Brasil, y con los dem¨¢s no permanentes, Espa?a debe coadyuvar a una negociaci¨®n que permita a las Naciones Unidas auspiciar la resoluci¨®n que legitime un nuevo estado de cosas en Irak. Todos debemos aceptar, sin embargo, dentro y fuera, que Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero tambi¨¦n tiene que cumplir su compromiso electoral, muy anterior por cierto al jueves 11 de marzo. Cumplirlo es la primera piedra de toque de su rigor y de su credibilidad personal frente al electorado que le ha llevado a la presidencia del Gobierno de Espa?a. Es la garant¨ªa, frente a terceros, de su honestidad y de su coherencia pol¨ªticas. Es una prueba decisiva para la democracia espa?ola.
En esta negociaci¨®n que se avecina en el Consejo de Seguridad no pueden tomar la palabra en nombre de Espa?a los mismos que hasta ahora lo han hecho. No se puede predicar una cosa y su contrario en tan breve lapso, so pena de descr¨¦dito del pa¨ªs que representan. Otro tanto vale para el Consejo del Atl¨¢ntico Norte. Porque, en demasiadas ocasiones, en asuntos tan delicados y con manifiesta beligerancia, unos y otros han hecho caso omiso del sabio consejo de Talleyrand: "Surtout, pas trop de z¨¨le".
M¨¢ximo Cajal es embajador de Espa?a.
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