"Las sirenas sonaban por todas partes pero no llegaban nunca"
"Hay hombres que luchan toda la vida. ?sos son los imprescindibles", dice el poema de Bertolt Brecht. Jos¨¦ Javier Navarro (C¨®rdoba, 1980) es uno de esos h¨¦roes imprescindibles que saben tener la cabeza fr¨ªa cuando el destino manda. "Las sirenas sonaban por todas partes pero no acababan de llegar nunca". Fueron "20 interminables minutos" de los que s¨®lo emple¨® unos pocos para llamar a la familia y decir que estaba bien. En el and¨¦n del tren que no lleg¨® a entrar en Atocha y del que baj¨® ileso, pero bien. Algo aturdido, un poco sordo, sin lentillas, las gafas tambi¨¦n hab¨ªan desaparecido. Y horrorizado.
Su mirada se fue abriendo paso entre la miop¨ªa y el humo: las v¨ªas estaban sembradas de cad¨¢veres. Dio media vuelta y entr¨® al vag¨®n "por el inmenso boquete que dej¨® la bomba, ese que ha salido tantas veces en televisi¨®n". Recuerda un silencio inmenso, extra?o, quiz¨¢ por la repentina sordera. "La gente se consolaba bajito. Otros ped¨ªan ayuda. Dentro, en el vag¨®n, un hombre ayudaba a una mujer". Jos¨¦ se quit¨® su camiseta para que le pudieran hacer un torniquete y cortar as¨ª la hemorragia de una pierna arrancada.
"No recuerdo muy bien las caras, pero percib¨ªa las monta?as humanas, gente apilada en el vag¨®n. Entre ellos vi a dos personas, estaban vivas, en sus asientos, entre hierros, pl¨¢stico quemado. Los observ¨¦, s¨®lo estaban aturdidos. Ten¨ªan mucha sangre, pero no podr¨ªa decir si era de ellos o de otros heridos". Hab¨ªa que hacer algo. "Primero trat¨¦ de sacar al chico, ten¨ªa unos 25 o 30 a?os. Lo agarr¨¦, pero no pod¨ªa con ¨¦l y otros me ayudaron; despu¨¦s fui a buscar a la mujer, de mediana edad, unos 30 o 35 a?os. Daba cabezadas, estaba muy aturdida. No parec¨ªa tener nada grave, aparentemente; la cog¨ª de las axilas y tir¨¦ de ella. En ese momento me dijo que no sent¨ªa las piernas y me pidi¨® su bolso. Lo cog¨ª y se lo puse en el brazo. Tambi¨¦n esta vez ped¨ª ayuda y me echaron una mano desde el and¨¦n para sacarla del vag¨®n". Sentaron a la mujer en las v¨ªas del ferrocarril.
Aquella ma?ana, a los vecinos de la zona se les hel¨® el caf¨¦. Repartieron agua, tiraron mantas por las ventanas. Y muchos se echaron a la calle para hacer lo mismo que hizo Jos¨¦ Javier. "Recuerdo que en aquellos primeros momentos apareci¨® un m¨¦dico, de paisano, los servicios sanitarios todav¨ªa no hab¨ªan llegado. Se incorpor¨® al rescate de los heridos y dio ¨®rdenes muy precisas para evacuarlos". Eso agiliz¨® todas las operaciones, pero las ambulancias no llegaban. Jos¨¦ Javier busca en su memoria las im¨¢genes archivadas para siempre en una cronolog¨ªa difusa y macabra. "Primero llegaron los bomberos, despu¨¦s la polic¨ªa, y despu¨¦s los m¨¦dicos del Samur".
Los h¨¦roes an¨®nimos del 11-M se esforzaron como un hormiguero afanado en trasladar heridos al polideportivo Dao¨ªz y Velarde. Aquellas im¨¢genes de desolaci¨®n y dolor no se han ido con los pitidos de los o¨ªdos, ni con la sordera de los primeros d¨ªas. Aquellas im¨¢genes permanecer¨¢n cuando hayan cicatrizado los ara?azos que dejaron los hierros del tren en los brazos de Jos¨¦ Javier Navarro.
En el silencio quejumbroso tras las bombas, este estudiante cordob¨¦s que vive en Alcal¨¢ de Henares agarr¨® la mano de la mujer a la que le hicieron un torniquete: "Estaba plenamente consciente".Pero es la mujer que ¨¦l sac¨® del vag¨®n, de entre los hierros, la que m¨¢s veces le ronda los recuerdos. "Me gustar¨ªa volver a verla, estuve mucho tiempo con ella en las v¨ªas. Cre¨ªa que se mor¨ªa. Me hablaba, me dec¨ªa que le costaba respirar, yo le preguntaba su nombre, alg¨²n n¨²mero de tel¨¦fono al que llamar. Era espa?ola, rubia y creo que alta, como de 1'75, delgada; llevaba pantal¨®n. Yo le acariciaba el pelo, lo ten¨ªa ¨¢spero, con polvo, con sangre, estaba encrespado. Es la que m¨¢s veces me viene a la cabeza, no s¨¦ d¨®nde estar¨¢".
Cuando el caos remiti¨®, Jos¨¦ Javier cogi¨® su cartera rota y se fue en busca de su padre. Entonces se ech¨® a llorar.
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