Consulta en las aceras
En los ¨²ltimos diez meses, un equipo psiqui¨¢trico de calle atiende a 80 enfermos mentales sin hogar
Es mediod¨ªa y James (nombre ficticio), un hombre joven de habla inglesa, permanece varado, como siempre, en los bajos de Aurrer¨¢, en Chamber¨ª. Su cabeza se perdi¨® hace tiempo y desde entonces duerme al raso, come lo que le dan, viste con andrajos y pasa las horas muertas dando vueltas a sus obsesiones y a sus cartones de vino. Necesitar¨ªa ayuda psiqui¨¢trica, pero no la busca. Como ¨¦l hay, seg¨²n estimaciones de los Servicios de Salud Mental de la Comunidad, otros 100 enfermos psiqui¨¢tricos sin hogar que arrastran su enfermedad por las calles.
Pero en el t¨²nel donde viven estas personas se ha encendido una peque?a luz con la creaci¨®n, en junio de 2003, de un equipo volante de atenci¨®n mental formado por una psiquiatra, dos enfermeras y un educador. Su objetivo es conseguir que estos indigentes con problemas ps¨ªquicos inicien un tratamiento y mejoren sus condiciones de vida. La Consejer¨ªa de Sanidad puso en marcha este nuevo servicio tras las reiteradas peticiones realizadas por las entidades que trabajan con indigentes y por la Asociaci¨®n Madrile?a de Salud Mental.
En los d¨ªas fr¨ªos les entran ganas de coger a los pacientes y llevarlos a un albergue
Han atendido ya 80 casos, la mayor¨ªa varones, espa?oles, de 35 a 55 a?os, y con esquizofrenia. A 15 ya les han dado el alta porque su vida se ha normalizado (al menos por ahora). Y hay otros tantos a los que han logrado alojar en albergues. Al resto los van atendiendo d¨ªa a d¨ªa en su consulta a pie de acera.
El primer paso de este equipo es ganarse la confianza de sus potenciales pacientes. Una tarea nada f¨¢cil trat¨¢ndose de personas con las facultades perturbadas y muchas dosis de desconfianza en el cuerpo. Con James est¨¢n todav¨ªa en esa fase.
"El primer d¨ªa que nos acercamos a ¨¦l nos ech¨® con cajas destempladas; por eso, para nosotros es un logro que ahora acepte hablar con nosotros un rato", explican Mar¨ªa V¨¢zquez, la psiquiatra del equipo, y Manuel de Bonifaz, el educador, tras mantener una breve conversaci¨®n en ingl¨¦s con este hombre cuya charla recuerda a ratos a una salmodia ininteligible. Mientras se explica, mira alrededor con insistencia como si le persiguieran.
James hace tiempo que no se lava, su pelo es una mara?a y su ropa est¨¢ hecha jirones. Por eso, los profesionales se ofrecen a llevarle ropa nueva y ¨¦l parece aceptar. Pero, de repente, corta la conversaci¨®n de forma abrupta y sale calle abajo. En unos d¨ªas volver¨¢n donde ¨¦l.
"?ste es un trabajo que requiere constancia, hay que acercarse una vez tras otra al enfermo esperando ese resquicio que permita entablar una relaci¨®n", explican estos profesionales. Unas calles m¨¢s adelante, en Princesa, encuentran sentada en la acera a otra de sus pacientes, una mujer canosa de edad madura. Cuando se acercan a ella se cubre la cara y gime. Le saludan con afecto, pero no insisten. Ponerse pesado no es buena medicina.
Los cuatro miembros del equipo se encargan de realizar cinco recorridos, tres de ellos por los distritos de Centro y Chamber¨ª, donde viven m¨¢s indigentes con problemas ps¨ªquicos, y los otros dos por diferentes zonas: desde Villaverde a Chamart¨ªn.
A veces buscan a alguien sin encontrarlo. El pasado martes les ocurri¨® eso, por ejemplo, con un hombre que pasa las horas muertas apostado en una tienda de ropa de Fuencarral y con otro chico que frecuenta los alrededores del centro cultural Galileo. Mientras recorren las calles reciben una llamada al m¨®vil inform¨¢ndoles de que un paciente tutelado por la Comunidad debido a su enfermedad mental ha abandonado la pensi¨®n donde viv¨ªa.
"Los casos nos llegan a trav¨¦s de los trabajadores sociales de diferentes instituciones y de ONG; nosotros s¨®lo tratamos a personas con problemas mentales graves y cr¨®nicos, para el resto existen otros equipos de trabajo de calle", aseguran V¨¢zquez y Bonifaz. Esa coordinaci¨®n se mantiene durante todo el tratamiento porque su tarea no es s¨®lo prestar atenci¨®n psiqui¨¢trica. Alguien que vive en la calle necesita otras muchas ayudas, desde que le acompa?en para sacarse el carn¨¦ de identidad (numerosos indigentes carecen de ¨¦l) hasta que les garanticen un lugar donde comer y dormir.
En estos meses han tenido momentos amargos. Hay ocho pacientes perdidos. Un buen d¨ªa desaparecieron de sus lugares habituales y nadie les ha vuelto a ver m¨¢s. Y a menudo sienten impotencia. "Algo se te revuelve por dentro cuando visitas a un usuario y le encuentras comiendo de la basura", explican los cuatro miembros del equipo. En los d¨ªas g¨¦lidos les entran ganas de coger a alguno de sus pacientes de las orejas y llev¨¢rselo a un albergue. Pero se frenan.
"Evitamos todo lo posible los internamientos involuntarios en centros psiqui¨¢tricos -que requieren autorizaci¨®n judicial- porque no resuelven el problema, la persona est¨¢ dos semanas atendida y luego vuelve a la calle desconfiando m¨¢s de todo", explica V¨¢zquez. Cada usuario tiene un tutor entre los miembros del equipo que coordina todas las atenciones referidas a ¨¦l.
Sin embargo, tambi¨¦n han tenido grandes satisfacciones. Carmen Sola y Sierra Redondo, las dos enfermeras, recuerdan los casos de Juan y ?ngel (tambi¨¦n nombres ficticios). El primero llevaba dos d¨¦cadas en la calle y malviv¨ªa en la glorieta de Quevedo, enfermo, sucio y con graves problemas de alcoholismo. Ahora permanece en el albergue de baja exigencia de Puerta Abierta, en la Casa de Campo, y sigue un tratamiento.
"Al principio no quer¨ªa vernos ni en pintura; nada m¨¢s acercarnos nos gritaba diciendo que nos las pir¨¢semos; pero, a fuerza de insistir, su actitud fue cambiando. Un d¨ªa sonri¨®, otro d¨ªa empez¨® a hablarnos de las molestias que le ocasionaba su enfermedad y accedi¨® a medicarse. Lleg¨® un momento en que cuando le llev¨¢bamos las pastillas nos esperaba con un peri¨®dico gratuito para que lo ley¨¦semos", explican.
?ngel, un hombre de unos 50 a?os, llevaba casi una d¨¦cada perdido en la calle. Pasaba las horas dibujando en la boca del metro de Canal y por la noche se iba a dormir bajo un puente de Conde de Casal.
"Es un hombre con un trastorno psic¨®tico de larga duraci¨®n, ten¨ªa muchas alucinaciones, escuchaba voces y con ¨¦l era muy dif¨ªcil mantener una conversaci¨®n. Una vez que accedi¨® a tratarse con neurol¨¦pticos fue todo m¨¢s sencillo; al principio le ten¨ªamos que tratar y dar la medicaci¨®n en la calle, pero despu¨¦s empez¨® a acudir a la consulta psiqui¨¢trica que presta Mar¨ªa los jueves en la unidad de salud mental de Centro", a?aden. Consiguieron una plaza para ¨¦l en una minirresidencia y localizaron a su familia.
?stos son los casos que insuflan ¨¢nimos al equipo. Pero procuran no echar las campanas al vuelo porque existe un gran riesgo de que incluso los pacientes estabilizados acaben de nuevo tirados en una acera. Y, adem¨¢s, la calle es muy cambiante. Algunos de sus habitantes consiguen huir de ella. Pero otros los reemplazan. Y mucho m¨¢s en tiempos de fuerte inmigraci¨®n y de precarizaci¨®n laboral. Mientras, seguir¨¢n recorriendo la ciudad con un malet¨ªn cargado de paciencia y tenacidad.
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