Cerrar el duelo
Los lectores pueden preguntar en madridenlamente@elpais.es
Tras los primeros momentos del 11-M, desde que se tuvo la certeza de que habr¨ªa un gran n¨²mero de v¨ªctimas mortales, todos -a trav¨¦s de la empat¨ªa- pudimos ponernos en el lugar de sus familiares y allegados, aunque s¨®lo fuera durante un tiempo breve y con una intensidad limitada. Tambi¨¦n la ceremonia de los funerales de Estado nos hizo vivir el profundo dolor de tantas familias y observar su contagio a aqu¨¦llos que trataban de prestarles apoyo y de aportarles consuelo.
Tales vivencias remiten a la importancia simb¨®lica del duelo compartido, como acto de fundamental importancia en el desarrollo de las comunidades humanas. El dolor producido por la p¨¦rdida de un ser cercano representa el reverso de la f¨¦rtil profundidad de los v¨ªnculos afectivos, unos v¨ªnculos tan importantes para la supervivencia que la naturaleza -durante nuestra larga historia evolutiva- ha creado m¨²ltiples mecanismos protectores.
El duelo por la muerte de un ser querido se caracteriza por el dolor emocional y f¨ªsico y, de hecho, se procesa por v¨ªas nerviosas compartidas con las que procesan el dolor f¨ªsico.
La persona amada, ahora perdida, se ha interiorizado de tal manera en nuestro propio ser que su p¨¦rdida es comparable con la de una parte de nuestro cuerpo. El trabajo de duelo consiste en ir trasladando las im¨¢genes y representaciones de la persona amada desde el archivo del presente (donde son fuente de vitalidad, esperanza, deseo, goce y dolor) al archivo del pasado. Cuando el proceso finaliza con ¨¦xito, los recuerdos de la persona amada pueden ser agridulces, pero est¨¢n muy mitigados en su capacidad para evocar dolor.
Puesto que la base de este proceso est¨¢ centrada en la memoria, el motor del trabajo de duelo est¨¢ representado por la repetida evocaci¨®n de m¨²ltiples recuerdos de la persona fallecida. El dolor y, sobre todo, reacciones como el llanto convulsivo y el subsiguiente consuelo, hacen posible construir una nueva realidad en la que la persona amada ya no es presente y futuro sino pasado.
Este proceso se facilita enormemente cuando la comunidad participa y comparte este proceso. Al comunicarnos sus sentimientos de p¨¦same, los otros van evocando distintos rasgos de la persona perdida, facilitando as¨ª la despedida de los muchos roles que desempe?aba en nuestra vida.
Acciones violentas
La solidaridad de los dem¨¢s tambi¨¦n restaura cierto sentido a la muerte de un ser querido, vivida frecuentemente como brutal, il¨®gica y absurda cuando es el resultado de acciones violentas perpetradas por otros.
De este breve esquema se derivan consecuencias que pueden ayudarnos a responder las preguntas de nuestros lectores. En caso de duelos colectivos (como el 11-M, el 11-S y tantos otros), el consuelo de los allegados es deber de todos. Ha de haber muchas ocasiones en que la comunidad apoye a las familias y les transmita la convicci¨®n de que esas muertes no han de ser en vano.
Individualmente, el proceso de duelo se puede considerar consolidado cuando, tras mitigarse sustancialmente los s¨ªntomas de dolor emocional, la persona perdida vuelve a revivirse en el recuerdo con un tono emocionalmente positivo y, finalmente, cuando uno vuelve a ser capaz de aceptar la vida con toda la plenitud posible: con sus luces, sus sombras, sus goces y dolores. Se hace posible as¨ª la reactivaci¨®n de los sue?os y los proyectos personales.
Manuel Trujillo es director del Servicio de Psiquiatr¨ªa del hospital Bellevue de Nueva York.
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