"Los troceamos y echamos a los perros"
El asesinato de los cuatro civiles estadounidenses conmociona a la mayor¨ªa de los iraqu¨ªes
El miedo o una indiferencia c¨®mplice mantienen Faluya en silencio. Como si no hubiera pasado nada, como si el d¨ªa anterior aqu¨ª no se hubiera matado, quemado y descuartizado a cuatro personas, los orgullosos habitantes de este enclave tribal del tri¨¢ngulo sun¨ª de Irak contin¨²an con sus quehaceres cotidianos. Sin embargo, bajo la apariencia de normalidad, se percibe el nerviosismo. Las tropas estadounidenses a¨²n no han entrado en la ciudad. Parece cuesti¨®n de tiempo, ya que el "no les dejaremos entrar" que espetan con rabia los j¨®venes del lugar es pura bravuconada.
"?Muerte a Am¨¦rica! ?Con nuestra alma, con nuestra sangre, derrotaremos a las fuerzas de ocupaci¨®n!" se escucha. A media ma?ana, justo cuando se cumpl¨ªan 24 horas de la matanza que ha escandalizado al mundo y a la mayor¨ªa de los iraqu¨ªes, una quincena de enmascarados corean esl¨®ganes antiamericanos en el lugar donde se produjo el ataque. Son los ¨²nicos en Faluya que no guardan silencio. No exhiben armas ni temen hacer gala de su militancia en la resistencia. Nadie les molesta. Tampoco nadie se une a su provocaci¨®n.
"Muerte a Am¨¦rica. Con nuestra sangre derrotaremos a las fuerzas de ocupaci¨®n"
Una enorme mancha negra sobre el asfalto, en medio de la avenida principal, es lo ¨²nico que recuerda lo sucedido. Los esqueletos calcinados de los dos todoterreno han sido retirados durante la noche. Al parecer, la polic¨ªa se encarg¨® de ello, igual que de entregar los cad¨¢veres a los marines. En la calle, los chavales tienen una versi¨®n m¨¢s macabra. "Los troceamos y se los echamos a los perros a la orilla del r¨ªo", aseguran burlones.
"S¨®lo podemos hablar con los periodistas si traen una autorizaci¨®n del Consejo Municipal", se disculpa el secretario del director del hospital, "no puedo decirle si trajeron los cuerpos al dep¨®sito o no". Los miembros del Consejo han salido. "Tal vez vuelvan a reunirse a ¨²ltima hora de la tarde", se desentiende el funcionario de la puerta. "El jefe de la polic¨ªa llev¨® los cuerpos al cuartel de los marines anoche", conf¨ªa no obstante un agente, que confirma los testimonios de la gente sobre que los soldados no han entrado en la ciudad despu¨¦s del incidente.
Algunos guardias de circulaci¨®n hacen como que dirigen el tr¨¢fico. En los accesos a Faluya y en los principales cruces, grupos de polic¨ªas con chalecos antibalas y Kal¨¢shnikov en la mano vigilan el latido de la ciudad. El d¨ªa anterior, no hab¨ªa ninguno a la vista. Y eso que las sedes de la polic¨ªa y de la Guardia Civil est¨¢n a menos de 500 metros de donde ardieron los veh¨ªculos de los cuatro estadounidenses asesinados. Un periodista local vio alejarse a un coche policial que se encontraba cerca del puente viejo, donde los exaltados colgaron lo que quedaba de los cuerpos de dos de ellos. Los otros dos quedaron demasiado calcinados para esa vejaci¨®n.
"Tienen miedo", justifica un vecino. "?Qu¨¦ pueden hacer? Aqu¨ª todos estamos emparentados, somos de la misma tribu. No van a ir a detener a su primo o al hijo de su hermana". Aunque Faluya tiene medio mill¨®n de habitantes, es, sociol¨®gicamente, un pueblo. Con una estructura fuertemente tribal, dominada por el poderoso clan de los Al Duleimi, recela de todo lo que viene del exterior. "Los de Bagdad les parecemos extranjeros", confirma un bagdad¨ª que se siente inc¨®modo en "esta tierra de baazistas".
Pero no es mera nostalgia del r¨¦gimen anterior. Su talante ind¨®mito tambi¨¦n les caus¨® problemas en los tiempos de Sadam. "Robaban los tel¨¦fonos de emergencia y las vallas de la autopista, hasta que Sadam fue y responsabiliz¨® a cada jefe de clan de la propiedad estatal que pasaba por su terreno", recuerdan en la capital.
La polic¨ªa no fue la ¨²nica que se mostr¨® indiferente el mi¨¦rcoles. Antes de colgarlos del puente, la turba arrastr¨® los cad¨¢veres durante casi un kil¨®metro, a trav¨¦s del mercado. Nadie hizo nada por impedirlo. ?Miedo o complicidad? Dif¨ªcil de averiguar en esta sociedad que se refiere a los autores de la matanza como muyahidin, los que hacen la guerra santa.
Hasta los cl¨¦rigos se niegan a hablar. Seg¨²n algunos vecinos, varios imames trataron de impedir el mi¨¦rcoles que los j¨®venes siguieran ultrajando los cuerpos sin vida de los cuatro estadounidenses, pero cuando se dirigieron a ellos apelando al islam, les apuntaron con sus fusiles. El jeque de la mezquita Hamud al Mahmud rechaza hablar con extra?os. "S¨®lo respondo sobre asuntos religiosos", argumenta. "?Justifica el islam lo ocurrido ayer?". La pregunta se queda colgada en el aire.
Es innecesaria. Todos saben que no. En Bagdad, como en el resto de Irak, la mayor¨ªa se han echado las manos a la cabeza ante lo sucedido. Mientras los comentaristas estadounidenses recuerdan Somalia en 1993, los iraqu¨ªes con memoria piensan en la suerte que corri¨® Nuri Said, primer ministro del rey Faisal durante la revoluci¨®n del 14 de julio de 1958 que aboli¨® la Monarqu¨ªa. Como si la muerte no fuera castigo suficiente, las masas lo desenterraron y arrastraron su cad¨¢ver por las calles de Bagdad. "Nunca ha tenido tumba, ni nosotros paz", concluye un iraqu¨ª espantado con el incidente de Faluya. A la entrada de la ciudad, una pintada reciente desea "?larga vida a los muyahidin!".
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