Patriotismo y cultura democr¨¢tica

Fue muy revelador el mitin del s¨¢bado 27 de marzo en Vistalegre. Estaban all¨ª los leales del partido hasta hoy en el Gobierno, los inasequibles al desaliento, dispuestos a desagraviar a sus l¨ªderes. Desagraviar, porque no los consideraban derrotados en buena lid, sino agraviados por un desplazamiento ileg¨ªtimo del poder. Hubo gran apasionamiento, se corearon muchos gritos, y en ellos apareci¨® el nombre de "Espa?a" en las m¨¢s variadas combinaciones; supongo que alguien lo har¨ªa rimar, porque no es dif¨ªcil, con ese poco ejemplar "dales ca?a" que tambi¨¦n, seg¨²n la prensa, se oy¨® bastante.

No teman, no voy a evocar el espectro de las dos Espa?as. No comparar¨¦ a esos entusiastas del PP con aquella derecha que se crey¨® durante tanto tiempo se?ora natural de este pa¨ªs, que consider¨® ileg¨ªtima toda alternancia y que vio en los breves periodos en que estuvo desplazada del Gobierno -incluso democr¨¢ticamente- "par¨¦ntesis" de la historia en los que se sent¨ªa con derecho a conspirar y sublevarse. Y no lo har¨¦ porque entre aquella derecha y la de hoy veo una diferencia que me tomo muy en serio: que la actual acept¨® en 1978 las reglas de juego de un sistema democr¨¢tico y puso su firma al pie del documento constitucional; lo hizo por primera vez en la historia y lo hizo dirigida por Manuel Fraga. Hay que reconocer las deudas y ¨¦sa es una que todos tenemos con este personaje. Como lo hizo la izquierda que dirig¨ªa Santiago Carrillo; porque tambi¨¦n hay que recordar que la izquierda hab¨ªa conspirado y se hab¨ªa sublevado bastante en el pasado, y no siempre obligada por las circunstancias, como en octubre de 1934, cuando se alz¨® en armas contra un Gobierno que ten¨ªa la legitimidad que le daban los resultados electorales del a?o anterior. Ni izquierda ni derecha ten¨ªan por entonces cultura democr¨¢tica. Pero eso se ha terminado, afortunadamente, y tampoco la izquierda actual tiene mucho que ver con aqu¨¦lla; ni se subleva, ni quema iglesias. El ¨²nico motivo por el que menciono el pasado es porque est¨¢ tan reciente, y condujo a unos resultados tan deplorables, a una Guerra Civil tan tr¨¢gica y de secuelas tan largas, que mejor es no jugar con fuego. Y el tema de este art¨ªculo es justamente c¨®mo dejar atr¨¢s definitivamente ese pasado construyendo hoy una cultura democr¨¢tica. Estamos ante una nueva alternancia pac¨ªfica en el poder y es necesario que lo tengan en cuenta ambos, los que van a llegar al Gobierno y los que en los pr¨®ximos a?os van a ejercer de oposici¨®n.

En este pa¨ªs hemos salido de la dictadura de manera pac¨ªfica y hemos llevado a cabo una transici¨®n hacia la democracia que puede considerarse, si no mod¨¦lica, m¨¢s que aceptable. Durante unos quince a?os, entre 1976 y el comienzo de los noventa, dio la impresi¨®n de que hab¨ªamos superado aquel clima de enfrentamiento y de negaci¨®n del pan y la sal al adversario que fue caracter¨ªstico de los altibajos pol¨ªticos del siglo y medio anterior. Pero por razones complejas, quiz¨¢s por la misma dificultad con que se encontraron los dem¨¢s partidos para vencer en las urnas a un Gonz¨¢lez que parec¨ªa imbatible, se cre¨® un clima de agresividad y crispaci¨®n que, una vez en el poder, el PP no supo o quiso frenar. Incluso ha crecido en los ¨²ltimos trece o catorce meses. Eso es justamente lo que debe desaparecer ahora, en la etapa de gobierno Zapatero que va a comenzar.

Lo que la situaci¨®n actual revela es que el proceso de construcci¨®n de un sistema de convivencia democr¨¢tica no ha terminado. Porque no todo consiste en convocar elecciones cada cierto tiempo y colocar en la Moncloa a quien las gane. Un sistema democr¨¢tico incluye tambi¨¦n garant¨ªas para los perdedores, las minor¨ªas, que deben poder ejercer su actividad de oposici¨®n con libertad plena y recursos suficientes; incluye el respeto, por parte del Gobierno, hacia los ¨¢mbitos de actuaci¨®n de los dem¨¢s poderes; incluye libertad de prensa y absoluta autonom¨ªa de los ciudadanos particulares en materias privadas, como las creencias religiosas o la vida sexual. Todo este conjunto de derechos y deberes, garant¨ªas y contrapesos, deber¨ªan, en mi opini¨®n, ser materia de una asignatura de civismo incluida en la ense?anza general obligatoria. Porque la democracia es un sistema complejo, que debe aprenderse. Sobre todo, por supuesto, en la pr¨¢ctica, ejerciendo el voto, inform¨¢ndose y ejerciendo alg¨²n control sobre los poderes que nos son m¨¢s cercanos, como los locales. Pero tambi¨¦n el sistema educativo deber¨ªa instruir a los futuros ciudadanos en el esquema b¨¢sico de las instituciones pol¨ªticas, en el conocimiento de sus derechos y deberes, e incluso en el ensayo de debates o enfrentamientos civilizados, que les habituara a defender ideas o intereses sin pisotear derechos de los otros. El arraigo de las reglas de la convivencia en las mentes infantiles es lo que debe subvencionar el poder p¨²blico, no contenidos dogm¨¢ticos, como esta o aquella religi¨®n, que no tienen por qu¨¦ ser compartidos ni pagados por todos los contribuyentes.

Entre los h¨¢bitos y arreglos institucionales que se han ido a?adiendo a nuestra democracia, hay que reconocerle a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar un gesto ejemplar sobre el que sus sucesores har¨ªan bien en reflexionar: la retirada despu¨¦s de un segundo mandato. No ser¨ªa malo que se convirtiera en una tradici¨®n, con o sin incorporaci¨®n a las normas escritas. Eso fue lo que hizo George Washington en EE UU, tras salir triunfador en la guerra contra la Gran Breta?a, y de esa manera evit¨® iniciar la historia de aquel pa¨ªs con uno de aquellos caudillajes vitalicios que fueron habituales en las desastrosas rep¨²blicas formadas sobre los restos del imperio espa?ol. (Ya se sabe que a Aznar le gustan las grandes comparaciones; no he evocado a Carlos V en Yuste, pero tampoco creo que desmerezca de su grandeza este otro ejemplo que me ha venido a la mente.)

Hay algo que, sin embargo, no han sabido ense?ar ni practicar Aznar y el PP en su etapa gobernante, y es, en mi opini¨®n, su principal error y la causa por la que la mayor¨ªa del electorado no les ha ratificado su confianza para prolongar su poder cuatro a?os m¨¢s: el respeto al adversario, su aceptaci¨®n del mismo como un contendiente leg¨ªtimo. ?se es el punto en el que me temo que se reavivan sus ancestros antiliberales, se encrespa su pelo de la dehesa y asoma por debajo de la ropa civilizada de reciente adquisici¨®n. Juan Luis Cebri¨¢n ha escrito un libro titulado El fundamentalismo democr¨¢tico, en el que analiza la tendencia de ciertos l¨ªderes y partidos a convertir la democracia en un sistema de verdades que pueden imponerse a los dem¨¢s, en lugar de unas reglas de juego que no conducen a ninguna certeza. Creo que el diagn¨®stico es adecuado para describir la actitud arrogante y mesi¨¢nica del grupo neoconservador que hoy ocupa laCasa Blanca. Pero en relaci¨®n con la derecha espa?ola habr¨ªa que a?adir el matiz de que su fundamentalismo es, por encima de todo, "patri¨®tico" o "espa?olista". Y, en este sentido, anticonstitucional, y hasta antipatri¨®tico, si me apuran, pues le hace un flaco servicio a la patria.

Es cierto que su punto de partida es de un manique¨ªsmo muy semejante al de Bush y su equipo de ¨¢ngeles exterminadores. Para ambos, el mundo se divide, de una manera muy sencilla, en buenos y malos, h¨¦roes y bandidos (rogue states, bully regimes). El Supremo L¨ªder dirige la coalici¨®n de los justos y todo aquel que no est¨¦ al cien por cien de su lado es, de alguna forma, un agente del Maligno. Es una viej¨ªsima manera de ver el mundo, de origen religioso pero repetida por muy distintas ortodoxias pol¨ªticas, sobre todo totalitarias: tambi¨¦n el marxismo leninista cre¨ªa que todo el que pusiera el menor reparo a su versi¨®n de la "dictadura del proletariado" era un "peque?o-burgu¨¦s" que, aunque estuviera animado por la mejor voluntad, apoyaba "objetivamente" al enemigo reaccionario; no hab¨ªa, por tanto, graves objeciones morales para su fusilamiento. De forma no muy diferente, tambi¨¦n Bush y Aznar parecen pensar que quienes no apoyen sin reservas su planteamiento en la lucha contra el enemigo -el terrorismo, hoy- son colaboradores objetivos del enemigo; son, en definitiva, terroristas.

Otro rasgo com¨²n al conservadurismo americano de base evang¨¦lica y la derecha espa?ola es la adhesi¨®n a un conjunto de verdades, m¨¢s o menos reveladas por la divinidad. Tambi¨¦n los Gobiernos del PP han exhibido una seguridad en la posesi¨®n de la verdad que es, sencillamente, incompatible con la democracia. En democracia, la verdad no es de nadie. Un poder democr¨¢tico no tiene verdades oficiales, no admite contenidos dogm¨¢ticos, es s¨®lo un juego de normas. Pero el Gobierno hoy en funciones ten¨ªa tal certeza sobre sus posiciones que no s¨®lo no se inquietaba por tener aliado alguno entre los dem¨¢s partidos pol¨ªticos ni actuar en contra del noventa por ciento de la opini¨®n p¨²blica, sino que consideraba irreverente e intolerable que se cuestionara su actuaci¨®n.?Es que alguien puede olvidar al ministro Trillo tirando despectivamente una moneda a una periodista como respuesta a la en¨¦sima pregunta sobre las armas de destrucci¨®n masiva en Irak? Un vocablo muy del gusto de Aznar y sus ministros, y muy expresivo de esta manera de descalificar a sus adversarios, ha sido el de "miserables". Fue el apelativo que recibieron desde quienes dudaban de que las armas de destrucci¨®n masiva fueran la causa real de la invasi¨®n de Irak hasta quienes cuestionaban la autor¨ªa de ETA en el atentado del 11-M. Al final, result¨® que los esc¨¦pticos ten¨ªan, o ten¨ªamos, raz¨®n; pero incluso si no la hubieran tenido, no eran unos "miserables". Espero que sea una de las cosas que el PSOE no repita; aunque el otro d¨ªa lo o¨ª tambi¨¦n de boca de Caldera y me pareci¨® un p¨¦simo s¨ªntoma.

De entre estas verdades o dogmas mantenidos por el Gobierno, la m¨¢s grave, y la que volvi¨® a salir por todos los poros en los asistentes al mitin de Vistalegre, es el monopolio del patriotismo. Es la peculiaridad del fundamentalismo conservador espa?ol, al menos desde que aquel gran erudito y cerril defensor del pasado llamado Men¨¦ndez y Pelayo acu?ara la f¨®rmula del nacional-catolicismo. Pero la acusaci¨®n de que sus adversarios son antipatriotas o "malos espa?oles" no es s¨®lo radicalmente falsa y ofensiva, sino que es incompatible con el juego pol¨ªtico democr¨¢tico. El patriotismo es uno de esos valores que deben estar situados por encima de toda discusi¨®n; no se puede decir, ni insinuar, que el adversario pol¨ªtico no lo tiene. No hay duda de que, al hacerlo, se logra un efecto pol¨ªtico de eficacia inmediata, pero es muy peligroso y, sobre todo, lanza al otro al "separatismo", al distanciamiento frente a la entidad nacional. Cuando los seguidores de una opci¨®n pol¨ªtica gritan tanto "Espa?a, Espa?a" corren el riesgo de que los dem¨¢s digan "al diablo con Espa?a"; es decir, que se dificulte el papel integrador de los s¨ªmbolos colectivos; por eso digo que hacen tarea antipatri¨®tica. Despliegan exactamente la t¨¢ctica que desean los ide¨®logos y dirigentes de Batasuna o de Esquerra Republicana. "Espa?a", como mito colectivo, no debe utilizarse de forma partidista, porque no es de nadie, sino de todos. Que la izquierda espa?ola ha tenido dificultades para sentirse identificada con los s¨ªmbolos patrios es indiscutible. Pero hace tiempo que est¨¢ deseando hacerlo. Simplemente, no le dejan. Le obligan a comulgar -nunca mejor dicho- con ruedas de molino, con todas las "verdades" que la derecha tiene establecidas sobre la naci¨®n: el catolicismo, el centralismo, la lengua castellana... Durante un tiempo jugaron con la idea de ser defensores de un "patriotismo constitucional", pero hoy sabemos que su nacionalismo es esencialista y ¨¦tnico. Una prueba reciente ha sido el funeral de Estado por las v¨ªctimas del 11-M. Hab¨ªa entre ellas, que sepamos, cat¨®licos, ortodoxos, isl¨¢micos y no creyentes; pero ninguno se libr¨® de recibir la bendici¨®n de monse?or Rouco Varela, bien identificado con una opci¨®n que muchos no compartimos. Con su funeral ecum¨¦nico, Marruecos, por una vez, nos dio una lecci¨®n: demostr¨® que un poder p¨²blico no tiene por qu¨¦ identificarse con un dogma.

De este uso exclusivista de la identidad colectiva, y de este convencimiento de estar en posesi¨®n de la verdad, es de lo que la mayor¨ªa del electorado parece haberse hartado. Lo que esa mayor¨ªa pide a gritos es que se reconstruya el clima de consenso que domin¨® los a?os de la transici¨®n. Lo cual s¨®lo puede hacerse sobre una serie de valores comunes y sobre un com¨²n respeto a las normas b¨¢sicas: entre ellas est¨¢n el orden constitucional y los s¨ªmbolos colectivos; deber¨ªan estar tambi¨¦n algunos cargos e instituciones, culturales, judiciales o informativos, que no pueden recaer sobre personas significadas por posiciones partidistas y dependientes del favor gubernamental. Es preciso que el Estado recupere prestigio y que superemos la crispaci¨®n que ha dominado la pol¨ªtica espa?ola estos ¨²ltimos a?os. Quiz¨¢s los buenos modos de Zapatero (tan despreciados al principio por el Gobierno, como signo de "debilidad") hayan tenido que ver con su triunfo. Como los malos modos del PP han tenido, en mi opini¨®n, que ver con su derrota. Han hecho mal en creerse en posesi¨®n de la verdad. Puede que sea inherente al poder, y sobre todo a la cultura pol¨ªtica heredada en este pa¨ªs, pues la prepotencia no ha sido exclusiva de estos ¨²ltimos gobiernos conservadores. Lo que s¨ª es, en cambio, peculiaridad suya es creerse due?os de la marca "Espa?a". Si ese mito, que debe ser unificador y colectivo, s¨®lo admite la interpretaci¨®n que ellos impongan, que no se quejen luego de que otros se descuelguen, o nos descolguemos, de Espa?a. Ser¨ªa una pena, m¨¢s que nada porque no podr¨ªa hacerse sino con sangre y l¨¢grimas. Pero ser¨ªa culpa de ellos, de quienes llevan tanto tiempo secuestrando a la naci¨®n.

Jos¨¦ ?lvarez Junco es catedr¨¢tico de Historia en la Facultad de Ciencias Pol¨ªticas de la Universidad Complutense de Madrid.