'Ciclo f¨¦rrico' y R¨ªa de Bilbao
Bien es sabido la deuda formal adquirida por la fotograf¨ªa con la pintura en el momento de su descubrimiento. En la actualidad el pr¨¦stamo se est¨¢ amortizando. Las im¨¢genes captadas por la c¨¢mara oscura (digital o fotoqu¨ªmica) y su posterior tratamiento (qu¨ªmico o inform¨¢tico) han conseguido que sus experiencias se transvasen de una a otra disciplina. As¨ª, foto y pintura cohabitan hermanadas en salas y museos del mundo entero.
Tratando de seguir los altibajos de este proceso, he visitado la reci¨¦n inaugurada exposici¨®n en la Sala Juan Larrea de la Gran V¨ªa bilba¨ªna por la Asociaci¨®n Art¨ªstica Vizca¨ªna. En ella se encuentra un ejemplo que parece surgido de un crisol donde se han fundido pintura, c¨®mic, fotograf¨ªa y escultura. Como no puede ser menos, de este combinado surge algo insolentemente novedoso. Se trata de una creaci¨®n de Roberto Zalbidea (Santurtzi, 1956). Es un artista que no sale de ning¨²n centro de Bellas Artes: se ha fraguado en la escuela de Maestr¨ªa de Barakaldo y, luego, con un esfuerzo autodidacta cicl¨®peo. Sus exposiciones individuales y colectivas han recorrido numerosas ferias y galer¨ªas dentro y fuera de Espa?a. Guardan obra suya instituciones financieras, ayuntamientos, coleccionistas privados e incluso algunos museos de autonom¨ªas cercanas, pero ninguno vasco, algo que, como en otros casos, no debe extra?ar por lo dif¨ªcil que resulta ser profeta en su propia tierra; un inmisericorde y miserable rito que pocos parecen querer enmendar.
Su ¨²ltimo reconocimiento p¨²blico fue a finales del pasado 2003, en el concurso nacional organizado por El diario de Le¨®n, en el que obtuvo el primer premio con un trabajo de una serie que el artista denomina Ciclo f¨¦rrico. Ahora en Bilbao presenta otro ejemplo de esta misma colecci¨®n. En la base del cuadro aparecen en primer plano, verticales, como clavadas en el barro de la r¨ªa del Nervi¨®n, unas chapas de hierro remachadas. En una de ellas se distinguen unos n¨²meros romanos indicando la escala de flotaci¨®n de un barco. Por encima de las planchas met¨¢licas, un tanto oxidadas, aparece, un paisaje nocturno con un cargadero de mineral que transporta la mirada hacia un fondo infinito de un cauce fluvial iluminado por unas sugerentes y misteriosas luces tenues. Sue?os de ficci¨®n y realidad.
Hierro y mar para inundar de emociones los m¨¢s ¨ªntimos rincones del espectador. Im¨¢genes de rebosante belleza cuyo denominador com¨²n (hierro y mar), ra¨ªz de nuestra propia identidad, concepto exportado universalmente por nuestros artistas m¨¢s ilustres que Roberto acaricia con acierto y ternura. Gracias por tus ideas.
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