Bajo amenaza
Los antiguos mercados p¨²blicos eran adem¨¢s de lugar de tratos e intercambios unas placenteras ferias de encuentros. El Rastro de Madrid conserva a¨²n, afortunadamente, mucho sabor de aquellos cen¨¢culos callejeros. All¨ª nos encontramos con los materiales de derribo de nuestra educaci¨®n sentimental e incrementamos el vertedero de fetiches de nuestra particular almoneda. El Rastro es una concentraci¨®n pac¨ªfica y sin ruidos que discurre entre los puestos de la quincalla y las baratijas, los viejos trastos que cambian de manos, la ropa usada, las prendas de modesta artesan¨ªa y el preg¨®n de cinco pares de calcetines por un euro o el de cualquier otro ins¨®lito saldo. Un paseo democr¨¢tico de pura gratuidad por el que brujulean coleccionistas y mani¨¢ticos, pobres que compran y venden residuos, pudientes que curiosean entre las menudencias y turistas que disfrutan de un espect¨¢culo de convivencia que ha venido improvisando Madrid desde hace mucho tiempo y en el que no faltan las piller¨ªas de los negocios. Pero el domingo pasado, entre la bisuter¨ªa de cuatro perras y los pa?uelos de colorines, figuraban unos carteles con esta denuncia : "Gallard¨®n amenaza al Rastro". Y algunos de esos pasquines a?ad¨ªan una pregunta: "?Por qu¨¦ ?". Lo mismo me pregunto yo, confiando en el buen juicio del alcalde y en su fino o¨ªdo.
Muchos miles de firmas le reclaman ahora, en lo que han dado en llamar refer¨¦ndum por el Rastro, que se abstenga de intervenir en donde no hace falta, que act¨²e como conservador sin complejos en casos como ¨¦ste en que conservar resulta un puro bien. Pero el alcalde habr¨¢ tenido que escuchar tambi¨¦n a los que no firman a favor del Rastro, a los que no se niegan a que se lo lleven en parte a un solar contiguo a Mercamadrid para contagiarlo de la frialdad del mercado de mayoristas o del centro comercial homologado. Seguro que habr¨¢ tenido que escuchar a t¨¦cnicos y especialistas que a fuerza de pulir la ciudad la despersonalizan y obtienen al fin alg¨²n provecho del gasto por el gasto. Y tambi¨¦n habr¨¢ escuchado a los vecinos del Rastro que no quieren ser vecinos del Rastro. Argumentan que el mercadillo impide la entrada de los servicios de emergencia en una sola ma?ana de los siete d¨ªas que tiene la semana.
Tambi¨¦n servir¨ªa esta explicaci¨®n para dejar todas las calles de Madrid libres de trastos, chirimbolos, aparcamientos, andamios de obras y cualquier otro artilugio que no sea una ambulancia del Samur o una flota del cuerpo de bomberos. Y para suspender manifestaciones, desfiles, procesiones, bodas reales y conciertos o verbenas en la calle. Puede que tan extremada sensibilidad con el libre tr¨¢nsito de los servicios m¨¦dicos y contra incendios acabe por conseguir una ciudad sin botellones ni embotellamientos, sin caos circulatorio, de cara a la modernidad del Madrid de 2012. Si as¨ª llega a ocurrir con Cascorro y Tirso de Molina, por ejemplo, creo que con raz¨®n deber¨ªamos esperar lo mismo en cualquier otra zona. De prosperar estas exigencias del vecino hipocondr¨ªaco estoy por pedirle a Ruiz-Gallard¨®n que me libere del tr¨¢fico la calle del Barquillo por si me da un jamacuco y no hay manera de llevarme a urgencias.
Pero la que en este estado de cosas va a tener muy dif¨ªcil defender que el Rastro sea un Bien de Inter¨¦s Cultural ser¨¢ la concejal de las Artes. Le va a resultar imposible defender la pasi¨®n por la chamariler¨ªa y el gusto por tocar el tiempo en los objetos viejos, o el derecho a imaginar qu¨¦ almas se entretuvieron en ellos, frente al riesgo de la seguridad y la salud de unos ciudadanos por unas horas. Nada podr¨¢ hacer por nuestro gozo con la iconograf¨ªa de un tiempo perdido si la Corporaci¨®n a la que pertenece ha decidido "reordenar" los puestos, no s¨¦ si poniendo parterres con tulipanes, para acabar con la naturaleza laber¨ªntica y espont¨¢nea del Rastro. Y los que van cada domingo a rescatar p¨¢ginas olvidadas en la desordenada mercanc¨ªa de la librer¨ªa vieja para la memoria de la que se sirve el placer de la cultura, podr¨ªan ser declarados enemigos del bienestar de los vecinos. Lo ¨²nico que me tranquiliza es que las convicciones neoliberales de Ruiz-Gallard¨®n no le dejen actuar en contra de la libertad de mercado, que es de todas las libertades la que mejor entiende un regidor de derechas. Y espero que no siendo intervencionista en estos asuntos por principios nos deje en paz en la calderilla de nuestros tratos dominicales con los modestos mercaderes de los desvanes.
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