Elogio del gorr¨®n de peri¨®dicos
Acaban de publicarse los resultados del Estudio General de Medios, gracias al cual hemos sabido el n¨²mero de lectores de este diario. Pero en el estudio no salen reflejados como merecer¨ªan esos seres humanos admirables que consagran su vida a leerlo gratis. Y son muchos. Al gorr¨®n de peri¨®dico no es que le parezca caro el producto, al contrario. Tampoco es que ande justo de dinero. Es gorr¨®n por principios: preferir¨¢ dejarse atropellar por el Trambaix a pagar un euro por esto que tienen ustedes entre las manos. Y no es por el euro, es por el hecho en s¨ª. El gorr¨®n dar¨ªa ese euro a un pobre, lo echar¨ªa en una tragaperras, lo dejar¨ªa olvidado en un carrito de supermercado, pero jam¨¢s, jam¨¢s lo usar¨ªa para comprar el peri¨®dico. Antes que eso, tirar¨ªa el euro a la Fontana di Trevi y pedir¨ªa como deseo que hubiese cerca un bar con peri¨®dicos libres. El gorr¨®n act¨²a en diversos lugares para conseguir hacer gratis lo que los dem¨¢s hacemos pagando. Sig¨¢mosle.
Al gorr¨®n de peri¨®dico no es que le parezca caro el producto. Tampoco es que ande justo de dinero. Es gorr¨®n por principios
A las nueve de la ma?ana compro un billete de tren (1,75 euros) rumbo a Sabadell. Me bajo en Sabadell Centre. A pocos metros de la estaci¨®n tengo la biblioteca Vapor Badia. Elijo ¨¦sta porque voy a tiro fijo, pero en cualquier otra conseguir¨ªa mi objetivo. El recinto abre sus puertas a las 10.30, pero desde mucho antes un usuario de mediana edad que ni siquiera se ha quitado el casco de la moto ya hace cola. Reconozco a un experimentado. Cuando se abren las puertas de la biblioteca, el espect¨¢culo es parecido al de las rebajas. El experimentado aparta a quien se le pone delante a golpe de casco y se lanza en plancha hacia el bot¨ªn, consistente en dos ejemplares de siete diarios distintos. Por desgracia, su pr¨¢ctica recolectora no es tan depurada como la de los cinco jubilados que le han adelantado, que act¨²an en grupo. "?Agafeu-ne nom¨¦s un cadasc¨²!", les advierte la bibliotecaria. Y no es que no le hagan caso. Es que hacen estraperlo. Entre todos controlan toda la prensa. Trabajan coordinados y cuando uno termina con el Diari de Sabadell se lo pasa a su compa?ero, que a su vez le pasa EL PA?S. Ninguno de ellos suelta un peri¨®dico sin tener un recambio previsto. Cualquiera que no pertenezca a su banda estar¨¢ haciendo cola durante horas sin llevarse un ejemplar a la boca. La bibliotecaria les va repitiendo que no arranquen los cupones de descuento de las ¨²ltimas p¨¢ginas, pero ellos no siempre lo entienden. "Es que mi nieto se hace la colecci¨®n", se queja uno. "Ya, pero el diario es de todos", contesta ella. "Pues por eso", replica ¨¦l.
Volviendo en tren, puedo observar al segundo tipo de gorr¨®n. ?ste es mucho m¨¢s com¨²n. No es lector de prensa. Si entrara en un bar y viera un peri¨®dico libre sobre la mesa, no lo tocar¨ªa. Si se encontrase un peri¨®dico en el suelo, no lo recoger¨ªa. A ¨¦l s¨®lo le llama la atenci¨®n el peri¨®dico en caso de que lo sujete otro ser humano. Entonces, le despierta un inter¨¦s irrefrenable. Se suele poner de pie justo detr¨¢s del lector o bien a su lado, estira el cuello y lee sin disimulo. Si el lector le dice: "?Quiere que se lo deje?", replica que no, ofendido.
El tercer gorr¨®n es el de bar. El que cuando entra en el establecimiento hace un escaneado r¨¢pido del espacio, detecta los ejemplares y procede a arramblar con ellos. Este gorr¨®n aprecia, sobre todo, los bares que est¨¢n justo al lado de un quiosco. Suele disfrutar mucho en el de la calle Casanova, 85, pegado a la librer¨ªa Atlas, que tambi¨¦n vende prensa, as¨ª que me sit¨²o all¨ª. Si un ser humano se sienta en la terraza de ese establecimiento, puede tocar con la mano los peri¨®dicos del expositor de la librer¨ªa, que est¨¢ en la acera. La caja registradora de esa librer¨ªa est¨¢ el doble de cerca que la caja registradora del bar. Ir a comprar el peri¨®dico desde la terraza de ese bar cuesta exactamente dos pasos y cuarto. Doce segundos. Media calor¨ªa. (Pero tambi¨¦n un euro.)
Me siento en esa terraza con mi caf¨¦ con leche y mi fajo de tres peri¨®dicos reci¨¦n adquiridos. Todav¨ªa no los he abierto. Espero el momento. Antes, clavo el primer mordisco al bocadillo. Desgraciadamente, este breve lapso de tiempo ha servido para que el gorr¨®n aviste mis ejemplares. Captura mi EL PA?S sin decirme nada y se lo lleva a la mesa de al lado. Es el cl¨¢sico gorr¨®n que no concibe que un peri¨®dico tenga due?o particular (porque no concibe que un particular lo haya comprado) y, por tanto, no s¨®lo no me pregunta si es m¨ªo, sino que me mira mal por acaparadora. Por suerte, el quiosco est¨¢ al lado y puedo reponer el ejemplar robado. El segundo gorr¨®n que se me acerca, en cambio, es de los amables. Tambi¨¦n se dejar¨ªa ejecutar antes que comprar el peri¨®dico, por supuesto, pero eso no le resta educaci¨®n. Me localiza, se me acerca con avidez y se posa encima de los peri¨®dicos. Luego, hace la pregunta: "?Son de la casa?". Le digo que no, pero eso no le desanima. Me pide que le preste alguno. "Cualquiera...", me dice condescendiente. "El que no est¨¦s leyendo". Le contesto que los estoy leyendo todos, y me mira con cara de que soy poco sostenible. S¨¦ lo que har¨¢ a continuaci¨®n: parar¨¢ un taxi. "Al aeropuerto", ordenar¨¢. Porque el gorr¨®n extremo, si no tiene m¨¢s remedio, compra un billete de avi¨®n para Madrid con tal de capturar los peri¨®dicos que ofrecen gratis en el puente a¨¦reo.
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