Mar¨ªa Zambrano, el sue?o met¨®dico
La escena es bien conocida. En el vocabulario freudiano, habr¨ªa incluso que calificarla como la escena originaria de la filosof¨ªa: a la luz temblorosa de una peque?a fogata, unos pocos hombres, sujetos a los muros de una caverna subterr¨¢nea, contemplan en la pared las sombras de la "vida exterior" que se proyectan en ella merced a una abertura que comunica con la superficie. La tradici¨®n a la que pertenecemos no puede narrar este relato sin arrojar sobre los condenados una mirada de l¨¢stima, esperando con impaciencia el momento en que el h¨¦roe de la lucidez penetrar¨¢ en este entorno tenebroso para salvar a uno -s¨®lo a uno- de la oscuridad y arrastrarle, no sin cierta violencia, hasta las consistentes realidades de orden superior en las que hallar¨¢ el fundamento de aquello que los presos observan como figuras fortuitas y ef¨ªmeras, y que no pueden siquiera imaginar como efecto de una causa m¨¢s alta. Todo el pensamiento de Mar¨ªa Zambrano puede comprenderse, en alg¨²n sentido, como un esfuerzo por retrasar o suspender ese gesto con un argumento s¨®lo aparentemente perverso: ?y si el infierno en el que se consumen los presos de las sombras no fuese una condena sino una elecci¨®n? ?Y si lo que les atase a su celda no fuesen los grilletes de un d¨¦spota sino el asombro y el encanto, la fascinaci¨®n ante lo perecedero y mundano, ante la belleza mortal de unas siluetas destinadas, como las de todo hombre, a desvanecerse tras un momento pasajero de gracia? ?Y si la caverna plat¨®nica no fuese solamente el gueto en el que se recluye a los excluidos, priv¨¢ndoles del tesoro de la realidad verdadera, sino tambi¨¦n el ¨²ltimo refugio de quienes se resisten al reparto inapelable de lo real y lo fant¨¢stico, la catacumba clandestina de quienes claman contra el decreto abusivo que destina a las cosas y a los hombres al ser y a la verdad y condena a todos y a todo lo que no pueda aceptar esa vocaci¨®n al abismo metaf¨ªsico de la nada o al limbo de la quimera y la ilusi¨®n? ?Y si en esa resistencia hubiese otra tentaci¨®n, otra seducci¨®n, la atracci¨®n hacia todo lo que cae, hacia lo que se deshace y se desmorona en cuanto es la m¨¢s propia naturaleza de lo mortal?
Si S¨®crates pensaba dialogando y Descartes dudando, ella pensaba so?ando
Es cierto que Mar¨ªa Zambrano
contaba, para presentar esta reivindicaci¨®n, con la experiencia tr¨¢gica de la modernidad descarriada del siglo XX vivida en primera persona: sab¨ªa que el esfuerzo asc¨¦tico de elevaci¨®n hacia la verdad, que alguna vez se llam¨® m¨¦todo, recubierto por la simple voluntad de dominaci¨®n, puede tambi¨¦n ofrecer el rostro aciago de un sacrificio permanente en el altar de una diosa raz¨®n en cuyo nombre una "realidad" impositiva, forjada con la sangre de sus v¨ªctimas, condena una y otra vez a la nada las mortales esperanzas de los mortales y rechaza el amor incondicional a lo que muere con la vieja justificaci¨®n de su car¨¢cter imaginario y espectral. Lo sab¨ªa porque ella misma, tras su ejercicio pol¨ªtico extremo en la Guerra Civil, vivi¨® el resto de sus d¨ªas como uno de esos espectros que danzan en la pared de una gruta y para quienes la idea de un retorno a casa s¨®lo puede ya ser un delirio. Esta sorprendente m¨ªstica republicana entr¨® en filosof¨ªa de la mano de Ortega y Zubiri, pero no para quedarse a su lado: ella hab¨ªa aprendido a escuchar de otra manera -hab¨ªa sido iniciada en la radicalidad de la cultura por Unamuno y Machado, cuya impronta nunca la abandonar¨ªa- y as¨ª, como ella misma recordaba, de o¨ªdo, encontr¨® en Spinoza, en Leibniz o en Nietzsche, y desde luego en Plat¨®n y Arist¨®teles, una m¨²sica distinta de la que cantaban sus maestros. Era la "m¨²sica callada" de Juan de la Cruz, sin duda, pero tambi¨¦n la m¨²sica de los pitag¨®ricos, que supo hacer sonar como nadie en El hombre y lo divino, la m¨²sica del alma tempranamente acallada por la Esencia, por el Yo y por la Circunstancia. Autora de una obra de tem¨¢tica muy variada y llena de escritos ocasionales (pero no por ello menores), tanto sus textos de cr¨ªtica cultural, literaria o pl¨¢stica como sus obras de contenido m¨¢s pol¨ªtico (Los intelectuales en el drama de Espa?a, Horizonte del liberalismo, Persona y Democracia, La agon¨ªa de Europa), tanto sus monograf¨ªas tem¨¢ticas o de reflexi¨®n hist¨®rico-filos¨®fica como sus libros con m¨¢s vocaci¨®n de creaci¨®n (como el asombroso Claros del Bosque) est¨¢n sostenidos por un ¨²nico pulso y se desarrollan todos en un mismo ambiente que, si el t¨¦rmino no estuviera tan desgastado y trivializado, podr¨ªa llamarse sue?o. Si S¨®crates pensaba dialogando, Descartes dudando y Heidegger preguntando, Mar¨ªa Zambrano pensaba so?ando, no tanto para evadirse de una realidad hiriente como para alcanzar, con cierto m¨¦todo, aquello que s¨®lo en sue?os puede manifestarse y que no se resigna a desaparecer en la grosera vigilia de la Historia, para permitir que aparezca aquello mismo a lo que la realidad le niega el derecho a ser posible o veros¨ªmil, aquello que no puede presentarse frontalmente y a plena luz sino s¨®lo en la penumbra de la caverna. Y este sue?o no es privado ni familiar: envuelve en su delirio a la propia Historia, a Oriente y a Occidente, a la ciudad y a los poetas, las guerras mundiales y las tiran¨ªas derrotadas o triunfantes, las vidas de los santos y el exilio. "Estas cosas no pueden ser verdad y, sin embargo, me han pasado, nos han pasado a todos, aqu¨ª, en esta Europa que no sab¨ªa amarse tanto".
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